El formulario

     La primera en pasarme el santo fue Isla, fervientemente encomendada a la Virgen de Guadalupe. Isla solicitó su visa de turista de los Estados Unidos hacía añales, en Aguas Calientes, antes de venirse a diseñar robots a Canadá.

     –¿Destino de su visita a la Unión?

     –Disney World, Sir!

     ¿Puede existir un deseo turístico más puro? No le preguntaron más el día de la entrevista. Le aprobaron la visa de inmediato. Por primera vez sería capaz de montarse en todas las atracciones, tomarse fotos con sus personajes favoritos, inmortalizarse con el mítico castillo a sus espaldas, los fuegos artificiales sincronizados con su sonrisa de ingeniera realizada. Isla quería vivir el puro dream de ida y vuelta al mundo de Mickey. Isla siempre quiso viajar a Orlando, Florida.

     Viviendo en Costa Rica, me tentó pedir la visa para los Estados Unidos, pero justo se vino el COVID y murió la flor. Pasados los años, los procesos comenzaron a tomar cada vez más tiempo. Total, que conseguí la visa canadiense primero. Ahora el destino me empuja a sellar mi pasaporte centroamericano para ingresar con todas las de la ley al patio del mero Tío.

     Mi destino turístico es un poco menos principesco que el de Isla, pero igual de medieval en su concepción: participar en un congreso en la Universidad de Cincinnati, por allá me recibirá en abril mi amigo, poeta y traductor, el Mau. Pura adrenalina plurilingüe la que nos espera, ¡literatura, café y galletas durante la primavera de Ohio!

     Pero, primero, tengo que pedir mi visa de turista. La primera parte de la solicitud más de uno se la conoce: llenar el formulario DS-160, que da sus buenos dolores de cabeza, pero me empeciné y lo envié a la primera brindando con una West Cost IPA. La segunda parte requiere una entrevista personal. Hay que fijar hora y lugar. Llevar el pasaporte y los documentos requeridos. En aquel momento no había citas pronto ni en Quebec ni en Montreal ni en Ottawa ni en Toronto.  La cita más próxima era en el Consulado de Calgary… ¡Calgary! Un momento, ¿Calgary? No sabía dónde quedaba. Navegando descubrí que es una ciudad al otro lado de Canadá, en la provincia de Alberta. Tenía que volar desde Quebec hasta allá. La fecha tampoco me convenía. ¡Era en dos años! No me alcanzaba para asistir al congreso. Estaba frito.

     Ahí fue cuando me cayó el segundo santo. Esta vez gracias a Anita, colombiana que ya estando en Canadá estudiando abejas, solicitó su visa de turista desde aquí. Me contó que había que fijarse en la pura mañana si había citas canceladas. En esas me puse por varios días, hasta que me encontré una cita en el Consulado de los Estados Unidos de Vancouver en tres meses. La tomé sin pensármela dos veces.

     ¡Vancouver! ¡Mi primera vez en esta gran ciudad! Ya tengo la excusa perfecta para darme la vuelta. El turismo jala al viajero, de planear mi viaje de formación a Cincinnati pasé a unas vacaciones de descubrimiento en la Columbia Británica. ¿Tengo plata para pagarlas? Ni modo, para eso está la tarjeta de crédito. La cita será durante el invierno, en esta época los trenes no resultan fiables. Me puse a buscar vuelos. Descubrí que son cinco horas de viaje. Lo mismo que ir de Montreal a San José. Es ancho Canadá, fascinante su vasta cartografía. Encuentro navegando esta aerolínea con nombre de luchador canoso de la WWE, recién viene ofreciendo servicios, se publicita por las redes sociales, boletos baratos que se adaptan a mi bolsillo de estudiante.

     Me pongo el gorro y la pipa a lo Sherlock, investigo bien la compañía, ¡no vaya a caerse el avión en pleno vuelo!, pero no, no parece una estafa. Todo lo contrario, es segura, buen rating en las aplicaciones y páginas de viajes. Esta vez el santo me lo pasaron otros turistas, excelentes comentarios con banderitas de Canadá, Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Alemania… stickers de sonrisas que verifican, empíricamente, que la compañía es funcional. Así somos los turistas, pagamos la aventura de minimizar el riesgo.

     Aunque sea invierno, Vancouver siempre será más cálido que Quebec, sobre todo en la ciudad. Tiene fama de poseer un casco urbano vibrante y caminatas prometedoras. Podré ver, oler, gustar, sentir, escuchar, andar por una ciudad que nunca había imaginado conocer.  Dejaré mis huellas en la arena de Sunset Beach, quedará un jirón de mi tiempo en Gastown, una semilla de mi alegría germinará en el Stanley Park, lugares que vengo de descubrir cliqueando entre buscadores que hasta hace poco se dirigían hacia Cincinnati, espacios por los que nunca he transitado, pero desde ya los siento aquí y allí, fundidos el ahora y el entonces, como si fuera la primera vez.

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