Antes del maquillaje, el pelo enmarañado y los himnos oscuros que definieron a The Cure en los ochenta, hubo una canción breve, cruda y provocadora: Killing an Arab. Lanzada como sencillo debut en 1978, este tema marcó el inicio de una banda que, incluso desde sus primeros pasos, se atrevía a incomodar. No era una provocación vacía: era literatura convertida en canción, una referencia directa a El extranjero de Albert Camus, donde el absurdo y la alienación se convierten en detonantes de violencia.
Robert Smith, entonces con apenas 19 años, escribió Killing an Arab como una adaptación libre del momento central de la novela de Camus: el instante en que Meursault, el protagonista, asesina a un hombre árabe en la playa, impulsado por el sol, el calor y una desconexión total con el mundo. La canción no es una apología ni una condena; es una observación fría, casi clínica, de un acto inexplicable.
Desde el inicio, el título generó controversia. En tiempos donde el contexto era fácilmente malinterpretado —y más aún en los noventa, cuando fue reeditada durante la Guerra del Golfo—, muchos acusaron a The Cure de racismo. Pero la canción no habla de odio racial, sino de nihilismo. Smith mismo explicó en numerosas ocasiones que se trata de una reflexión sobre la falta de sentido, sobre la mirada indiferente con la que el protagonista de El extranjero enfrenta al mundo.
Musicalmente, la canción es mínima pero efectiva. La línea de bajo hipnótica y los acordes espaciados crean un ambiente inquietante, casi espectral. No hay adornos, no hay pretensiones: solo una narración al borde de la apatía, donde Smith canta con una calma perturbadora: I’m alive, I’m dead, I’m the stranger, killing an Arab. Cada palabra cae como una sentencia.
Killing an Arab es, en cierto sentido, la semilla de lo que The Cure llegaría a ser. Si bien sus discos posteriores explorarían terrenos más emocionales y melancólicos, esta primera pieza dejó claro que la banda no le tenía miedo a los temas difíciles. La violencia, el absurdo, la muerte, la pérdida del sentido: todo estaba ya presente, aunque en una forma embrionaria.
Hoy, la canción sigue siendo debatida, y no siempre entendida. Pero justamente ahí radica su fuerza. En su brevedad (apenas dos minutos), Killing an Arab condensa preguntas incómodas sobre la existencia, el significado de nuestros actos y el papel de la moral en un mundo que no ofrece respuestas. No es un canto de guerra ni un manifiesto ideológico. Es un espejo. Y lo que se refleja en él depende de quien lo escuche.
Más de cuarenta años después, Killing an Arab nos recuerda que el arte no siempre tiene que consolar. A veces, su función es incomodar, sacudir, dejar una pregunta sin respuesta flotando en el aire. Y en eso, The Cure fue —y sigue siendo— implacable.