Crónicas del Distrito Rojo: la realidad fronteriza como ficción

La crónica es, cada vez más, un género que se adapta a los nuevos desafíos de la realidad tan elusiva en que vivimos y adopta las características, los signos distintivos, de la ficción literaria para ganar en amenidad, en giros sorpresivos, en discursos personales. Y lo hace tanto en su estructura narrativa como en los pliegues y repliegues de su trama para ahondar en los temas que explora y analiza. Además, la crónica, especialmente la histórica, es un buen filón para indagar en los misterios del pasado con una mirada más libre y más crítica. Esto puede verse mejor en un libro recién publicado, Crónicas del Distrito Rojo (Universidad Autónoma de Sinaloa-Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2024), de José Salvador Ruiz (Mexicali, 1971). Y lo es porque es tanto una crónica de la nota roja de principios del siglo XX como una recreación, desde la ficción, desde la imaginación creadora, de las notas informativas que dan origen a estos relatos que son, por donde quiera que se les vea, eminentemente fronterizos.

Como bien lo señala José Salvador Ruiz, para conocer una ciudad hay que explorar sus barrios más lúgubres, experimentar la nota roja como un retrato comunitario, indagar en los delitos de una sociedad para conocerla a fondo. Porque contemplar la historia de una urbe sin incluir su zona de vicios y placeres, su espacio de violencias y conmociones, es olvidar que, como sociedad de frontera, la sangre derramada, el contrabando, la prostitución, el robo y el asesinato son partes esenciales de nuestra comunidad desde sus inicios. Este trabajo nace con la intención de narrar la historia de Mexicali desde su lado menos glamoroso. Por lo mismo, “no se circunscribe al recuento de hazañas épicas ni a la vida de hombres ilustres o a la repetición sin fin de efemérides fundacionales”.

Ruiz añade, con el interés de clarificar lo que contiene esta obra que: “Todos los relatos escritos para este libro están inspirados en noticias publicadas en el Calexico Chronicle y, en menor medida, en otros diarios norteamericanos sobre crímenes cometidos en el Distrito Rojo de Mexicali entre 1909 y 1921. En este sentido se trata de relatos híbridos que cabalgan entre la nota criminal y el cuento. La mayoría de los personajes están inspirados en individuos que existieron, pero todos tocados por la imaginación para construir relatos de estas noticias criminales. Las notas seleccionadas muestran la diversidad cultural existente en esas primeras dos décadas del siglo XX en Mexicali”.

Sin embargo, esa diversidad cultural –de la que formaban parte mexicanos, estadounidenses, chinos, afroamericanos y demás residentes de la frontera- se veía expresada a través de actos delictivos de toda naturaleza: robos en plena calle, peleas letales, homicidios dolosos, infidelidades sin cuento y represiones del estado, pues entonces México vivía en las postrimerías de la dictadura porfirista y entraba de lleno a los años de la Revolución Mexicana. Lo interesante de Crónicas del Distrito Norte es que Ruiz ha tomado los datos duros periodísticos, los qué-quién-cómo-cuándo-dónde, y ha llevado la información a secas al campo de la literatura. Ha hecho de lo informativo un reservorio de historias por contar desde lo subjetivo, lo personal, lo creativo. Esto ha permitido que lo macabro y lo sórdido se vuelvan recuento de lo real con estilo propio, donde la poesía relumbra: “el fulgor de los puñales hirió la noche”, dice; pero también donde sus protagonistas son pintados en claroscuros pasionales, en dibujos a tinta gruesa, en perfiles criminales de personajes que parecían una cruza de ángeles y demonios: “Antes de salir de casa, se vestía elegantemente y se persignaba con una navaja en su bolsillo. Era un tipo tranquilo, pero no así los garitos que frecuentaba”.

Estamos ante una serie de crónicas efectivas en su trato con la realidad, una especie de repaso de la vida fronteriza donde se amalgama el género negro con la novela de vaqueros, que toma a Mexicali como un pueblo del viejo oeste, como una ciudad de paso, como un albergue provisional para forajidos y tipos duros (y tipas duras, hay que decirlo) que se reúnen bajo la fiebre del contrabando en tiempos de la ley seca. Mexicali como un polvorín que todas las noches explotaba, un espectáculo público y gratuito a la vista de nativos y extranjeros.  Así, en el relato titulado “Tiroteo en la frontera” (publicado en julio de 1910), nuestro autor cuenta lo que le sucede a Al Johnson, afroamericano, quien llega a Mexicali en busca de su mujer, que lo había abandonado para irse a trabajar de prostituta en aquella ciudad de frontera. El resultado es un duelo entre los protagonistas de un triángulo amoroso, entre el afroamericano, Azucena, su mujer, y el mexicano con el que ahora ella vive:

El disparo trajo un silencio momentáneo interrumpido por un grito mezcla de dolor y rabia. La sangre manaba de su cuello. Entonces se desató el infierno. El mexicano, sangrando, salió del bar persiguiendo a Johnson. Antes de ser apresado por la policía, el mexicano hizo dos disparos más que no lograron alojarse en el cuerpo del negro. El alguacil Crane, espectador privilegiado desde el restaurante del Hotel Tatcher, se limpió los labios, se puso de pies y salió del local para esperar a Johnson. Cuando este cruzó la línea internacional, le apuntó con su arma y le ordenó tirar la pistola. Johnson fue arrestado y llevado a la cárcel para interrogarlo. Crane escuchó la explicación. “Hay mujeres así”, dijo, y liberó al negro. A las 7:30 p.m. Al Johnson abordó el tren 509 rumbo a Los Ángeles. No tomó asiento, permaneció en la cola del vagón. Encendió un cigarro mientras el tren iniciaba su andar. Sacó la fotografía familiar de su saco, aspiró hondamente del cigarro. Acercó las brasas a la fotografía y le prendió fuego. Vio el rostro de Azucena deformarse hasta desaparecer, sólo entonces liberó la fotografía que se fue consumiendo en el aire.

Con Crónicas del Distrito Rojo, Salvador Ruiz ha empezado otra ruta creativa. A este escritor mexicalense, perteneciente a la generación de autores nacidos en los años setenta del siglo pasado, se le conoce y reconoce como uno de los principales autores policiacos de la frontera norte mexicana. Sus libros de cuentos y novelas así lo atestiguan. A la vez, se ha labrado un prestigio como estudioso del género Noir, siendo un descubridor de obras y escritores pioneros de este género literario que hoy es, en nuestro país, un auténtico generador de la más vívida literatura nacional.

A todo esto, Ruiz ahora añade una veta igualmente rica para la creación literaria, el periodismo y la crónica histórica: el relato que, utilizando noticias criminales, es transformado en texto de la imaginación, en objeto de una narrativa que toma los datos duros y los convierte en fuente de historias de ficción, en la creación de personajes que salen de las páginas amarillentas del Calexico Chronicle y resucitan ante los ojos de sus lectores. Como podemos atestiguar en “El cadáver del baúl”, donde el cuerpo de un hombre desconocido aparece en un baúl abandonado en el valle de Mexicali en septiembre de 1920, caso criminal que trajo la atención de muchos pobladores de ambos países, incluyendo a la señora R. C. Bowden, a quien se le había hecho ojo de hormiga su esposo. Por eso, al leer sobre el cuerpo del baúl fue con el vicecónsul para pedir la exhumación del cadáver:

“Yo creo que vino a apostar al maldito Owl, ganó mucho dinero y lo asaltaron los policías para robarlo. Luego tiraron su cuerpo allá lejos, como dice en el periódico. ¿Ve por qué creo que mi marido es ese que enterraron sin tomarle una fotografía? Pídales que lo exhumen, señor Smale”, suplicó en tono más sereno. “Señora Bowden, el cuerpo quedó irreconocible, el tiempo que estuvo muerto y encerrado en ese baúl dañó su rostro, su piel entera”, dijo el vicecónsul. “Pero mi marido se hizo un trabajo en los dientes, con eso lo puedo identificar”, insistió la mujer. “Veré qué puedo hacer”, dijo el vicecónsul y despidió a la señora Bowden. La vio salir, como muchas mujeres han salido en busca de maridos perdidos en este hades fronterizo.

Crónicas del Distrito Rojo nos ofrece una travesía por el Mexicali en sus orígenes y es aquí donde descubrimos la evidencia de que la frontera no es ahora violenta: siempre lo ha sido. Terreno en disputa donde la muerte juega a los dados con sus habitantes. José Salvador nos cuenta algunos de esos episodios que parecen tan actuales, tan similares a los que hoy vivimos. La historia, aprendemos con este libro, es una rueda de la fortuna, un asesinato sin escrúpulos, un acto de prepotencia, una orden desde el poder en turno.

Acompañemos a nuestro autor hasta el fondo del abismo fronterizo, donde el abuso es cotidiano, donde el horror a todos desnuda. He aquí la ciudad donde nadie necesita de diez justos. He aquí una literatura periodística, presentada con el estilo literario del género negro, que no quita el dedo de la llaga, que grita lo que tantos otros cronistas callan. He aquí una obra de ficción que brota de la realidad misma y de ella se nutre. Como lo dice el gran Martín Caparrós: “la crónica será marginal o no será”. Ahora José Salvador la ha llevado a su propio territorio: la crónica será fronteriza, como cruce de caminos, o no será. Porque él, como escritor, quiere hacer que lo periférico, que lo criminal sea el centro de nuestra atención, el foco de nuestra literatura. Crónica histórica no como un documento amarillento sino como un organismo vivo. Violencia hay en estas páginas y disparos a quemarropa, contrabandistas embozados y cuchillos listos para usarse, pipas de opio y meretrices para todos los gustos.

Entren, estimados lectores, a estas crónicas. Pero cuiden sus pasos: hay sangre por todas partes y la hay porque la frontera es un mundo de enfrentamientos y conflictos perennes, una escena del crimen de principio a fin, donde los responsables se encuentran a ambos lados de la línea internacional, donde las víctimas son, por lo general, los más indefensos, los más vulnerables. Los que la historia siempre termina por olvidar.

 

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