VALESKA
“Tiene ojos de rata huidiza”,
diría el huaso de la cuadra,
si conociera a Valeska
y supiera que le ausculto
el alma entera.
“Tiene cuerpo de lagartija”,
diría la envidiosa jirafa
violadora de helechos,
si observara
a la muchacha
y supiera que
mis níveas manos
recorren
sus muslos moscovitas.
“¡Es apática!”,
exclamarían,
con gesto adusto,
mis nueve tíos,
ebrios,
en la sobremesa
familiar.
Valeska me gusta
a cuentagotas,
como quien teme
al desencanto
y transita a hurtadillas
por el badén
de la atracción.
La contagiosa
danza Kazachok,
los shots de llonque
y la alquimia teatral
inauguraron,
circundándonos,
una entrañable
comunión.
No obstante,
la extraña simpatía
de Valeska
hacia el postureo
de un maestro yogui
me exasperó,
y me exaspera
muchísimo.
La cólera anidada
en mis cavidades
estomacales,
en la glorieta
de mi pecho
lampiño,
continúa
atolondrando
mi existencia.
AÑEJO TABÚ
Cintas sin mosaicos,
fogosa exhibición
de fáciles desnudos
de calentura piurana,
del albur
y volcánicos amagos
de copulación.
Senos naturales,
desbordados,
fuente
de pulsiones
arrebatadas.
Centelleantes
odaliscas,
monumentalmente
alucinógenas.
El impulso incesante,
animalesco,
fuera de sí,
retumbó
en la mente
de Gumaro.
Sus aullidos internos
se tornaron
incontrolables.
Su entrepierna
amordazó
su lucidez.
Con la libido
corriendo
a veloz tropel,
se entregó
al aún pecaminoso
tabú de tabúes.
“¡Dos, tres, cinco, nueve,
y repetimos
la maniobra hasta caer
en la lona del mareo,
mierda!”,
mascullaba Gumaro.
En puntas de pie,
y driblando
la noche fueguina,
la debilidad
empotró
su cálida carpa
y el sueño
denso
se acostó
con él.