La he leído asediado por mis tics. A la velocidad del sistema judicial peruano, quizás, pero la he leído. Sigo sus actividades en Instagram. No integro su fervorosa hinchada trasatlántica. Tampoco estoy interesado en colarme en ella. Elvira Sastre (Segovia, España, 1992) triunfa, avasalla, entusiasma al auditorio con sus versos desgarradores. Hace unos diez o doce días, abordé el subte con destino al campo ferial de mi memoria. Quería saber cuándo emergió la segoviana en el firmamento poético ibérico.
Al cabo de setenta y dos horas, el archivero más veterano, un tanto exhausto, me dijo: «Lo siento, César. Lo único que he encontrado es esta rala imagen que guardabas de ella en tu quinta estantería. Nada más». Este recuerdo correspondía a un reportaje propalado, en 2018, por Radio Televisión Española (RTVE). La nota daba cuenta de las principales características de la poesía sastreana y la creciente popularidad de la autora.
Este reportaje me condujo, en aquel entonces, a hurgar, primero, en su biografía. Luego, leí las sucesivas entrevistas que Elvira concedió a medios madrileños y catalanes. El tercer escalón lo ocuparon sus declamaciones subidas a esa enorme marquesina llamada YouTube. Y así mi interés por su escritura aumentó.
Deglutí sus poemas desperdigados en portales electrónicos. Algunos me estremecieron, otros no. Pero, vamos, eso es algo natural. En 2019, Sastre se consagró con la concesión del legendario Premio Biblioteca Breve, por su novela Días sin ti, la primera en su haber. ¿Quieren que sea sincero? Pues lo sentí como propio, sonreí emocionado.
La entrega del premio provocó una batahola de críticas ponzoñosas, flamígeras descalificaciones, ácidos denuestos, entre tantas otras miserias que la masa vomita por el cauce excesivamente democrático de las redes sociales. ¡Cuánta envidia, cuánta mezquindad! ¿De esto también se trata la literatura?, me pregunté estupefacto, masajeando mi barba hirsuta. Lo gracioso de esta pataleta es que los indignados no habían ojeado, siquiera, la novela de Sastre, puesto que todavía no salía a la venta.
El escandalete provocó en mí el efecto contrario: adquirí La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida (Visor Libros, 2016), el quinto libro de la joven escritora. Desgrané su contenido con el cuidado que ameritaba. Me gustó, y ahí freno en seco, dado que la crítica será narrada en otra oportunidad. Los dejo con la intriga.