Cuando el caos se apodera del mundo, la cultura y el arte siempre están ahí para demostrarnos que seguimos siendo humanos. Pero cuando la cultura entra en el juego de la guerra, cuando ese delgado pero hermoso hilo se rompe, entonces la oscuridad se cierne sobre las conciencias.
Ejemplo de ello fue el 10 de mayo de 1933 cuando más de setenta mil personas se reunieron en la Opernplatz de Berlín para quemar centenares de libros que, según sus participantes, atentaban contra el espíritu alemán. Es decir, todo aquello que se considerara “no alemán” tenía que ser destruido.
El principal argumento del ministro de Propaganda de la Alemania Nazi, Josep Goebbels, señalaba directamente al “intelectualismo judío” como uno de sus principales objetivos de eliminación. Y así lo hicieron durante los siguientes años, tanto en lo humano como en lo intelectual.
Tras la Segunda Guerra Mundial, aunque la censura en el arte y la cultura jamás ha cesado, nunca se había manifestado un movimiento contra todo un pueblo o nación hasta estos locos años veinte del Siglo XXI.
Con el inicio de la invasión de Rusia a Ucrania, más allá del rechazo que se puede sentir contra cualquier acción bélica, ha comenzado a surgir una fuerte hostilidad hacia lo ruso.
Es normal que se sienta aversión por el país que inicia una guerra. Sin embargo, en esta ocasión es diferente, porque ha alcanzado niveles nunca vistos, ni tan siquiera durante la Guerra Fría. Como si años y años de películas y series hicieran efecto en un mismo momento y se confirmara la teoría que todo lo que viene de Rusia es malo.
El problema se vuelve aún más grave cuando el mundo del arte y la cultura se involucra de manera activa, pues es en este momento cuando no sólo se cuestionan las acciones de un gobierno, sino a toda una tradición cultural.
El primer indicio llegó de Italia, cuando la Universidad de Bicocca en Milán intentó censurar la obra del escritor Fiodor Dostoievsky en represalia contra la invasión. Incluso algún ciudadano pidió al ayuntamiento de la ciudad derribar la estatua del autor. No obstante, debido a la ola de críticas desde diversos sectores de la cultura y la política, la casa de estudios decidió revocar su decisión.
Días después el escritor mexicano Emiliano Monge publicó el siguiente tuit:
“Me escriben para invitarme a dejar de leer autores rusos y hacer pública mi renuncia —las redes están llenas de entusiastas descerebrados—. Cómo explicarle a ochenta kilos de estupidez que la cultura y el arte son, de hecho, la última trinchera contra la barbarie.”(@Mongmiliano)
A su vez, la Orquesta Filarmónica de Cardiff, Gales, decidió retirar de su repertorio las composiciones de Tchaikovsky, con el argumento de que “es inapropiado en este momento”.
Por la misma razón, al Filmoteca de Andalucía anunció la cancelación de la proyección de Solaris del fallecido director ruso Andrei Tarkosvky.
Por otra parte, en varios lugares de Europa se han decidido cancelar conciertos, representaciones o charlas de artistas rusos, pues consideran, por un lado, que varios de ellos no han rechazado la acciones de su gobierno (sin tomar en cuenta las represalias que pueden sufrir si lo hacen) y, por otro, se cree que parte del dinero recaudado por estos artistas en Europa servirá para financiar la guerra.
Algunos representantes de la cultura rusa, como el director musical del Teatro Bolshói de Moscú han dejado claro su rechazo a la guerra dimitiendo de su cargo, pero a la vez lo ha hecho en Francia, donde también fungía como director musical de la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse, con un argumento contundente:
“No puedo ver a mis colegas amenazados, tratados sin respeto y transformarse en víctimas de la cultura de la cancelación. […] Me piden que elija una tradición cultural sobre la otra. […] Pronto me pedirán que elija entre Tchaikovski, Stravinski y Shostakovich y Beethoven, Brahms y Debussy. Ya está pasando en Polonia, país europeo, donde la música rusa está prohibida.”
Cuando los lazos culturales se rompen, la humanidad está amenazada. Prohibir una cultura no ayudará a terminar con la guerra, al contrario, la alimentará con la semilla del odio.
Cualquier atisbo de xenofobia cultural acarreará el rechazo de todos los ciudadanos de una nación y, a su vez, estos rechazarán todo lo que no sea suyo. Ya pasó una vez en la historia y los rencores y las heridas siguen abiertas. Evitémoslo.