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El día que invadieron el Capitolio

La democracia norteamericana sufrió una agresión impensable el pasado 6 de enero, cuando una turba de seguidores del presidente saliente Donald Trump invadió el Capitolio de Washington. Su objetivo: impedir que el Senado y la Cámara de Representantes ratificaran la victoria del demócrata Joe Biden.

Miles de partidarios de Trump, entre ellos miembros del agresivo grupo de supremacistas blancos conocidos como los Proud Boys (Chicos Orgullosos), se congregaron en Washington la mañana del 6 de enero para escuchar las palabras de Trump. El presidente republicano, en su discurso, insistió en la mentira de que había habido un enorme fraude electoral y que le habían robado la elección.

“Nuestro país ya está harto y no vamos a seguir soportándolo”, dijo Trump.

Poco después de la 1 p.m., cientos de seguidores de Trump embistieron las barreras colocadas para proteger el Capitolio, se enfrentaron a la policía e irrumpieron a la fuerza en la sede del Poder Legislativo, escalando un muro y rompiendo ventanas para entrar en el recinto.

La policía del Congreso evacuó a los legisladores, que se habían reunido el 6 de enero para certificar la victoria de Biden y examinar las objeciones al resultado de la elección. La horda de partidarios de Trump invadió violentamente los salones del Congreso y vandalizó oficinas de legisladores, entre ellas la de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes. La acción dejó un penoso saldo de cinco muertos, entre ellos una veterana de la Fuerza Aérea que estaba entre los seguidores de Trump, y varios heridos.

A las 3 de la tarde, la policía logró sacar a los agresores del recinto del Senado, y a las 5:40 p.m. el Capitolio estaba libre de invasores.

Poco después, las dos Cámaras reanudaron su labor, con elocuentes discursos de legisladores de ambos partidos en defensa de la democracia y contra los actos de violencia e intimidación. Senadores republicanos que pensaban presentar objeciones a la votación cambiaron de postura después de la invasión del Capitolio y retiraron sus quejas. Pero pasadas las doce de la noche, durante el conteo de los votos electorales de cada estado, se presentaron objeciones a la elección en el estado de Pensilvania y se llevó a cabo un debate. Al final, la objeción se desestimó y la Cámara y el Senado ratificaron a Joe Biden como presidente electo y a Kamala Harris como vicepresidenta electa.

Antes de la irrupción de este 6 de enero, el Capitolio solo había invadido una vez: el 24 de agosto de 1814, cuando soldados británicos tomaron Washington y quemaron la sede del Poder Legislativo y la Casa Blanca. Esa vez, la agresión provino del exterior, del imperio que había perdido sus 13 colonias en América del Norte y deseaba recuperarlas.

Pero ahora, el enemigo venía de adentro: una horda de agresivos seguidores de Trump, que invadieron violentamente el Capitolio –en el mejor estilo fascista– para impedir la confirmación democrática de la victoria electoral de Biden. El discurso que Trump les dirigió en la mañana del 6 de enero fue el último impulso que necesitaron para irrumpir en los salones de la Legislatura.

Trump incitó el ataque al proceso democrático del propio país que ha dirigido durante cuatro años. Tardó horas en responder a la acción terrorista de sus seguidores contra el Capitolio, y cuando por fin lo hizo, anunciando el envío de la Guardia Nacional para restaurar el orden y pidiendo a sus partidarios que se fueran, repitió sus infundadas denuncias de fraude electoral. “Los queremos”, dijo a los amotinados en un video. “Ustedes son muy especiales”. Las redes sociales Facebook y Twitter suspendieron temporalmente las cuentas de Trump, explicando que lo hacían para evitar más incitaciones a la violencia.

La retórica divisionista que Trump utilizó desde su primera campaña a la presidencia, en 2015, alcanzó un nuevo nivel, más estridente y peligroso, tras su derrota en las elecciones de noviembre de 2020. Patológicamente incapaz de aceptar su fracaso, se negó a admitir el triunfo de Biden y repitió a toda hora que se había cometido un fraude descomunal en las elecciones.

Su equipo de abogados, encabezado por Rudolph Giuliani, ex alcalde de la ciudad de Nueva York, presentó una lluvia de demandas destinadas a revertir el resultado de la elección. Pero las autoridades electorales de los estados cuestionados, los tribunales –incluido el Tribunal Supremo– y el Departamento de Justicia, dirigido por William Barr, nombrado por Trump al cargo, rechazaron las demandas al no encontrar ninguna evidencia de fraude.

Sin embargo, Trump y su equipo no cesaron de repetir la mentira del fraude en las elecciones, una mentira que enardeció a sus partidarios hasta el punto de intentar la toma del Capitolio, en un episodio sin precedentes en la historia de los Estados Unidos.

El Congreso ratificó la victoria de Joe Biden, que toma posesión de su cargo este 20 de enero al mediodía, como establece la Constitución. Después de la frustrada intentona golpista del 6 de enero, Trump prometió transferir la presidencia el 20 de enero, pero mantuvo su actitud desafiante al seguir afirmando que le habían robado la elección.

Trump y el movimiento fascista que ha creado en torno a su figura, y que tiene como eje un nacionalismo extremista y racista, se dedicarán a sabotear el gobierno de Biden con las herramientas que mejor saben utilizar: la mentira, la difamación, la violencia, la amenaza.

El 6 de enero de 2021, el fascismo exhibió su feo rostro en la capital norteamericana con el frustrado intento de golpe de Estado. La gran mayoría de los norteamericanos –demócratas y republicanos por igual– vio con horror cómo una horda de fanáticos seguidores de Trump lanzaba un ataque terrorista contra un templo de la democracia, mientras el mundo entero observaba con asombro un drama sin precedentes en la historia estadounidense. Contener la amenaza de ese fascismo es una misión urgente para la supervivencia de la democracia en los Estados Unidos.

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