Con motivo de la reciente clausura de la exposición “nunca real / siempre verdadero”, que se pudo visitar entre el 14 de marzo y el 22 de septiembre en Azkuna Zentroa / Alhóndiga Bilbao, comisariada por el ensayista y crítico de arte Iván de la Nuez (La Habana, 1964), quiero hablar desde esta serie de un diálogo que ha sido muy relevante en los últimos años en el ámbito literario: el de las letras y las artes. Se trata de una conversación muy amplia —de la Nuez llega a afirmar en el catálogo que “empiezan incluso a saturar las novelas con” presencia artística—. Es un tema que se trató en este espacio a partir de los libros de Miguel Ángel Hernández Navarro. Sin embargo, quería abordarlo más en profundidad, ya que se trata de una tendencia en auge en la literatura en español. Me centraré en la parte de ese diálogo que debate en torno a la literatura del yo a partir de algunas piezas de la exposición. Finalizaré con dos escritoras: Alicia Kopf (Girona, 1982), presente en la muestra, artista y escritora, autora de la novela Hermano de hielo (Alpha Decay, 2018); y María Gainza (Buenos Aires, 1975), autora de El nervio óptico.
Para empezar, hablaré del comisario. De la Nuez lleva mucho tiempo trabajando en el intersticio entre el arte y la literatura. Impartió un taller en el prestigioso centro artístico Fabra i Coats de Barcelona en 2014 y ha escrito artículos sobre “La literatura [que] se expone” y “El arte que no se expone”, ambos publicados en Babelia. En el primero habla de una literatura que “busca espectadores y salta a los museos.” Mientras que en el segundo lo hace de un arte que está en los libros. En este sentido, la muestra de Bilbao es el resultado de un trabajo de muchos años, muchos contactos, y el descubrimiento de diversos proyectos artísticos. La exposición saca su nombre de una frase de Antolin Artaud escrita en un dibujo y, según de la Nuez, se debe a la perspectiva que los artistas que ha seleccionado otorgan al libro, por su movilidad conceptual y su plasticidad:
Parte de la instalación de Glenda León: Libro del ascenso y descenso del entendimiento.
La muestra pone el énfasis en la política, en una reapropiación crítica del lenguaje político para cargarlo de ironía y segundas narrativas, como hace Kiko Faixas al musicalizar las memorias de Fidel Castro en Alegato, una obra de 2018.
Alegato, de Kiko Faixas
Pero esta es una serie dedicada a las narraciones, más concretamente, a las narraciones autobiográficas. Y esa es la parte de mayor interés para mí. Por eso resalto la obra gráfica de Alicia Kopf, nombre artístico de Imma Ávalos:
Diari de Conquestes, de Alicia Kopf
En Diari de Conquestes, una obra que le ha ocupado de 2014 a 2019, Kopf reproduce buena parte de los gráficos que inician la novela Hermano de hielo, la novela que, en su versión en catalán se alzó con el Premio Documenta 2015, que narra desde diferentes planos la conquista de los polos, la vida de la narradora, y su relación con su hermano autista, un hombre de hielo en lenguaje literario. Todo ello se apoya en el mismo aparato gráfico y documental que Kopf utiliza en sus exposiciones. Se trata, por tanto, de un diálogo entre el arte y la literatura a través de la vida y las obsesiones de la narradora. Para ser la primera novela, es muy aplaudible. La metáfora del hielo lo preside todo. Se hace muy evidente al lector. Ese es un trasvase desde las artes plásticas, donde la metáfora visual es muy importante. Pero para obras posteriores se agradecerían imágenes más sutiles, propias del ámbito de la literatura, donde lo evidente nunca se cuenta, como ocurre con la metáfora de la ciudad como un cuerpo humano, o metáfora orgánica (Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos); o con la metáfora de la aventura interior del ser humano como la verdadera aventura (Ulises, de James Joyce).
De María Gainza, en cambio, se agradece la frescura en el uso del lenguaje coloquial para expresar pasajes significativos de su vida, y cómo muestra la experiencia estética como una parte indisociable de esa vida. Así, a través de sus páginas encontramos a la mujer que tiene un accidente de tráfico, a la que se traga un sapo delante de su futura jefa, a la que narra las aventuras de su primer esposo; pero también nos descubre el ciervo de Alfred de Dreux, los secretos de “el Greco”, la historia de Hubert Robert, o la del pintor argentino de la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay: Cándido López. Lo hace siempre con gracia y con ese acento porteño que recorre todas las páginas de El nervio óptico.
En definitiva, aunque tal vez sí estemos un poco saturados de novelas con temas artísticos, nunca debemos olvidar el diálogo eterno entre la literatura y el arte, especialmente de interés para las literaturas del yo, porque el arte es vida.