Si hay un autor en la literatura española peninsular reciente que ha cultivado las distintas formas del yo, la autoficción y la literatura autobiográfica, ese es Javier Marías (Madrid, 1951). A través de Jacobo Deza, su alter ego, Marías ha desarrollado una suerte de autoficción con narrador interpuesto que ha buceado en buena parte de su pasado. Así investiga en sus orígenes familiares en la trilogía: Tu rostro mañana, compuesta por los volúmenes Fiebre y lanza (2002), Baile y sueño (2004) y Veneno y sombra y adiós (2007), e indaga en su propia personalidad en los previamente publicados Corazón tan blanco (1992) y Mañana en la batalla piensa en mí (1994).
Sin embargo, es en la hibridez de Todas las almas (1989), y en la confusión que derivó de ese narrador que nunca menciona su nombre, en donde la crítica ha focalizado su estudio de lo autobiográfico en Marías. De aquella serie de casualidades surgió, 9 años más tarde, otro volumen: Negra espalda del tiempo (1998), este sí, puramente autobiográfico, según confiesa el autor en las primeras páginas. Es a este último texto al que me referiré en la serie sobre literaturas del yo.
Marías deja clara desde las primeras páginas su desconfianza en el relato autobiográfico: “la vieja aspiración de cualquier cronista o superviviente, relatar lo ocurrido, dar cuenta de lo acaecido, dejar constancia de los hechos y delitos y hazañas, es una mera ilusión o quimera, o mejor dicho, la propia frase, ese propio concepto, son ya metafóricos y forman parte de la ficción.” (p. 10). También cerrará con argumentos similares. Pero no por ello se arredra el autor a tratar de narrar los hechos que ocurrieron en torno a la publicación de Todas las almasy la posterior reacción del público. Esa intención es la que estructura el escrito, que se organiza cronológicamente a partir de esas respuestas. Pero, muy sutilmente, y en una nueva muestra del maestro de la digresión que es, esa excusa le sirve al autor para narrar pasajes íntimos de su vida, llegando en algunos casos a cotas elevadísimas, como cuando habla del hermano muerto que nunca conoció con una emotividad impresionante, pero sin atisbo de cursilería (p. 268).
Buena parte del argumento del libro se centra en el peculiar ascenso al trono del Reino de Redonda del rey Xavier I, aka Javier Marías. Pero esos pasajes no han resistido bien el paso de un tiempo ya cibernético y plagado de micronaciones como Redonda, que el lector medio conoce, por muy literaria que sea la trama. Sí que es de destacar la reconstrucción de la muerte en México del escritor Wilfrid Ewart (pp. 219-252), por el hábil manejo de la documentación, la capacidad de exponerla de una forma preciosista, y la habilidad del autor para mostrar la complejidad de lo real. Y, por supuesto, la trifulca con Jorge Herralde, famosa en los círculos literarios y aquí aireada como otra muestra de pasaje testimonial junto con la amistad con Juan Benet. La pulsión de lo real por erigirse en hegemónico, por tanto, se refleja en el libro. Vuelve a hacerlo en la figura del académico Francisco Rico, que gusta de figurar en las novelas de Marías, pero querría hacerlo con su propio nombre (p. 69). Esa imposibilidad para el narrador de Todas las almas se convierte en Negra espalda del tiempo en realidad literaria.
A modo de conclusión, el escrito resulta por momentos deslavazado, como parece lógico a partir de las intenciones de Marías. Pero también se me antoja su mejor texto, al menos el mejor libro de Marías que yo haya leído. No en vano, escritores contemporáneos como Vicente Luis Mora o Manuel Vilas citan Negra espalda del tiempo como una de las novelas precursoras de la oleada reciente de textos que utilizan la experiencia autobiográfica a modo de material literario básico. Si leen la confesión de Marías sobre el negativo sentimiento que le despiertan los niños que no ha tenido, y lo comparan con la escena de la primera entrega de Tu rostro mañana: Fiebre y lanza, en la que Jacobo Deza relata la desidia que le supone hablar con sus hijos ficticios (pp. 50-61), comprenderán lo que les digo, el cansancio que provoca la autoficción frente a unas palabras crueles pero sinceras. Merecería la pena seguir este camino por muy imperfecto que sea. El fingimiento de Deza es tan débil, tan poco creíble. En cambio, la posición personal de Marías respecto de los niños, sea esta la que sea, se presenta sólida en Negra espalda del tiempo. Cualquiera que haya querido tener hijos y se vea en la obligación de distanciarse de ellos por razones profesionales comprenderá lo que aquí afirmo.