Le envían el pase en diagonal desde la mitad de la cancha, en un contragolpe fulminante, y el balón rueda hacia el espacio. El portero del equipo rival sale de su área para anticiparse a la acción y todo parece indicar que el delantero picará el balón por encima del arquero, pero en un acto inesperado -esos que nadie se espera, ni siquiera el aficionado más ingenioso que imagina jugadas acrobáticas en sueños- el jugador que viste la camisa amarilla con el número 10 y pantaloncillo azul, inventa una jugada en el calor que sorprende a todos… porque estamos tan acostumbrados de ver en cada acción nada fuera de lo normal. Y por lo visto, no hay precedente que iguale a la ingeniosidad de este hombre, vaya, que lo es… el mundo está paralizado, el balón mismo rueda incrédulo, no tiene símil en la configuración de la historia.
Acto seguido, el portero se sacude de la situación al ser quebrado de cintura por el portento de jugada. Mira, sometido ya en la desgracia por la proximidad del peligro, que su portería yace huérfana. En segundos, el delantero utiliza la predistigitación, a través del engaño, porque no toca la pelota y amaga al rival con una “pantalla”, dejando pasar así el balón hacia el lado opuesto, para luego rodear al cancerbero e ir tras la esférica; corriendo como quien anhela la búsqueda de un sueño y no lo alcanza, el habilidoso número 10 acelera hasta patear con la derecha. El resultado: tiro cruzado que camina en cámara lenta rozando el poste en un marco vacío y con la gloria latente. Un gol que se gritó antes de tiempo, una reinvención de la magia al más puro estilo de Odiseo cuando engaña a Circe solo con el intelecto. Siete segundos dura la acción desde que sale de los pies del armador de juego hasta que la bola sale de la cancha, siete segundos en donde el tiempo se congela ante la mirada íntima de cada espectador en el estadio y lo catapulta a emociones de locura y angustia en tanto que el balón se escapa por la línea de meta; siete segundos suceden en la mente del delantero hasta que ve la obra más grande del futbol hasta hoy hecha, no concretándose en la historia; siete segundos en donde el defensa logra llegar al arco para defenderlo como perro de presa, pero ve que jamás llegará y hasta él hubiera deseado no ser parte de aquella ingeniosa arquitectura del pensamiento que el fantascista imaginó; siete segundos en la mente de éste que sucedieron en una eternidad: la infancia logró ser recuperada por unos instantes, pero no se concretó porque faltó la expresión más sensata de este deporte: el gol.
¡Y hubo gritos! ¡Y hubo exclamaciones! Pero no de gloria, esa increíble sensación de cuando está a punto de llegar y reventarse en la pared del pensamiento para abrirse a las emociones, a la sinrazón del abrazo con los desconocidos, a la explosión del pecho que se inflama por la magistral definición de Pelé, el gran gambetero de la imaginación.
Sí, estoy recordando aquella cancha del estadio Jalisco en el año 1970, en el partido de Brasil contra Uruguay, donde Edson Arantes do Nascimento “O Rei Pelé”, incendió las pasiones de espectadores con tremendo culebrón. Por algo, por una razón extraña, este hombre nacido en Três Corações, hace honor a su gentilicio. Tres corazones, sí, se necesitan para hacer lo que realizó en la cancha: imaginación, inteligencia y pundonor.
Aquel miércoles 17 de junio de 1970, el futbol dejó su adolescencia y pasó a la adultez. Pelé graduó el deporte, llevándolo a una expresión de asombro y arte. El gol que no fue, valga la paradoja, porque se cantó y provocó exhaltación, jolgorio y júbilo, porque el buen aficionado sabe que presenciar veleidades de tal índole es asunto de aparaciones esporádicas, como si fueran cometas que tras largos años vuelven a recorrer la esfera del cielo. Y así fue, y no fue, el gol que no fue, cargado una dimensión febril en medio del calor de ese día, de un sol cuyo centro se desequlibró al ser eclipsado por otro, por un gigante de aerobio y ébano: ¡el gran Pelé!
En medio de tal escena que trasciende el anecdotario y la historia, el Mundial Rusia 2018 promete hacernos soñar a hinchas y personas que no son aficionadas al futbol, porque tal vez la diosa de la Fortuna nos tenga a bien considerar la irrupción de una jugada similar, una que nos saque el suspiro y el grito, la expresión irrevocable de la fantasía hecha en cuadros de eternidad. Quizá, si somos testigos de algo semejante en esta Copa en tierras de los “bratva”, podamos contar que rasgamos nuevamente las bóvedas de la eternidad.