Ya son cuatro años desde que nos dejó el maestro Paco de Lucía. Reconocido tanto por especialistas y novatos, como el amo y señor de la guitarra flamenca moderna, la obra de Paco se mantiene aún a la vanguardia en lo que se refiere a la calidad técnica, la innovación estilística y el alcance expresivo. En 2003 lanzó su penúltimo álbum de estudio, Cositas Buenas. Aunque en 2014 el sello Universal Music Spain publicó un álbum póstumo que nos ofrece un Paco siempre brillante y de vuelta a las raíces, prefiero ver Cositas Buenas como el álbum de todos los tiempos. En esta grabación, el guitarrista ha incluido un testamento lúcido donde se hace recuento de su fértil carrera artística.
Desde los primeros momentos, el álbum ofrece una paleta limitada, aunque muy bien balanceada, de timbres y texturas. En “Patio custodio,” se oyen nítidas palmas y cajones entrelazando ritmos, el sonido mínimamente procesado de la guitarra flamenca, voces y coros que reverberan solo lo suficiente como para llenar el soundscape de una humanidad primigenia. Las líneas del bajo y la percusión del Piraña se unen en ciertos acentos como pálpitos entre los cuales los arabescos de las cuerdas surgen fluidos. También se oyen matices armónicos inesperados que nos alejan del cliché. Montse Cortés convierte la rabia en llanto, con voz alturada y sombría, mientras el bajo dibuja ostinatos que realzan la belleza rítmica de la composición. Se suceden texturas, por ejemplo, dúos donde dialogan las palmas y el canto.
“Cositas buenas,” el track que da título al álbum, destaca la claridad de las falsetas en el registro bajo de la guitarra. Paco persigue un virtuosismo velado y contenido. La energía telúrica se doméstica y transforma en gesto grácil. Hay por ahí algunos momentos de desgarro donde la guitarra y el bajo se unen en unísono para unos brotes melódicos. Luego se sucede, “Antonia,” donde el trabajo guitarrístico se torna mas alambicado y metódico, obsesivo en su tarea de intrincación. Oímos a un Paco tierno y tembloroso cantándole a su pequeña hija Antonia y a esta replicar con un ole! El sonido de la madera y las palmas se vuelve crudo, voces del coro aparecen rotas de dulzura. El track fluye sin apuro. Nos encontramos a un compositor y arreglista maduro que valúa el espacio, que respeta el silencio.
Otros cortes amplían el registro llevándonos por distintos ámbitos estilísticos. “El dengue” llega con un cálido aire mediterráneo, con tumbaos afro-caribeños en el bajo, y exhibe la guitarra como protagonista. “Volar” es la joya del álbum. En este track la Tana eleva su cante como un ala desprendida, con elegancia y rabia metódicas. Se suceden “El tesorillo,” donde las falsetas han sido mondadas hasta la médula y el coro de voces es un llamado de sirenas que enrarece el aire. El Cigala también aparece por ahí rasgando su garganta con un fraseo voluptuoso. Cositas Buenas cierra con “Casa Bernardo,” una rumba donde el bajo retorna con su tumbao y Jerry Gonzales sazona el mix con líneas cromáticas que descienden para fortalecer un groove de fiesta.
Un testamento y un sonido de cámara que hacen del álbum el punto más alto de referencia para entender la obra de Paco. Como el mismo nos dice, la construcción de esta obra le tomó dos años de reclusión en su guarida de Yucatán, con jornadas de trabajo de diez horas diarias en las cuales buscaba “tapar los agujeros” y enmendar los “errores” que encontraba en sus álbumes previos. Después de escuchar y re-escuchar este disco un sinnúmero de veces, no he podido encontrar ni un solo agujero, ni una sola grieta microscópica; el maestro ha alcanzado su meta.