“La derrota de lo real es un poderoso antídoto literario para recuperar la cordura”, reflexiona Naief Yehya sobre el nuevo libro del escritor Pablo Brescia y señala las coordenadas para abordar dieciséis historias de atrayentes cualidades estéticas que despiertan de inmediato el interés del lector.
“Desde los desiertos donde sólo crecen los cementerios hasta los caminos rociados de llanto de las plañideras de Nepal, estos relatos se construyen a partir del vacío, dando forma a mundos donde las emociones, la crueldad, la pasión y la ironía aparecen desnudas, desarticuladas, transformadas en accesorios que, como el Pene Desmontable™ de Mr. White, pueden ser revendidos en un mercado de pulgas”, agrega Yehya . “Lo real es derrotado por lo imaginario y el auténtico vencedor es la literatura».
Edmundo Paz Soldán, a su vez, define que «Pablo Brescia nos hace ver cómo aquello que crea la literatura puede no existir y a la vez estar muy presente en nosotros. Algunos cuentos de esta colección desmontan la realidad, otros la construyen jugando con el policial o la ciencia ficción; están los que apelan a la fina ironía, otros son más de sátira gruesa; algunos remiten a Wilcock y al Bolaño de La literatura nazi en América, otros a Borges. En La derrota de lo real el pulso de Brescia, siempre necesario, nos ayuda a captar, precisamente, los desvaríos de la realidad”.
Pablo Brescia nació en Buenos Aires pero reside en los Estados Unidos desde 1986. Publicó los libros de cuentos Fuera de lugar (Lima, 2012; México 2013) y La apariencia de las cosas (México, 1997). También, con el seudónimo de Harry Bimer, dio a conocer los textos híbridos de No hay tiempo para la poesía (Buenos Aires, 2011). Reunió algunos de sus relatos en la antología cartonera Gente ordinaria (México, 2014) y la antología electrónica ESC (Miami, 2013). Participó además en Sólo cuento VI: los mejores cuentos hispánicos (México, 2014); Pequeñas resistencias. Antología de cuento norteamericano y caribeño (Madrid, 2005) y Se habla español: voces latinas en USA (Miami, 2000). Escribe la columna El alma por el pie para la revista cultural suburbano.net (Miami). En su blog, Preferiría (no) hacerlo (www.pablobrescia. blogspot.com) comparte re exiones sobre escritores, música y cine. Es profesor de literatura en la Universidad del Sur de la Florida (Tampa).
¿Cómo fue el proceso creativo de La derrota de lo real?
Luego de concluir mi segundo libro de relatos, Fuera de lugar, me quedaron en el cajón algunos cuentos que por algún motivo no habían sido incluidos. Pensé entonces en armar una trilogía compuesta por mi primer libro, La apariencia de las cosas, y estos dos, que nucleara algunas de mis búsquedas principales —la lucha entre vida y arte; los desplazamientos y transformaciones, las situaciones trágico-irónicas— y así darle un cierre a una etapa. Ya con una fecha de entrega en el horizonte, le fui dando forma al libro y, como cada vez que me pongo a escribir con un esfuerzo sostenido, todo lo que veía o tocaba, lo transformaba en literatura. Fue un proceso agotador y gratificante a la vez. Me gusta mucho armar y desarmar, jugar con el orden, con las secciones, pensar en los epígrafes. Todo significa y comunica.
Cinco de los dieciséis cuentos del libro fueron publicados anteriormente. ¿Qué encontraste al revisar esos relatos?
Me parecía que eran textos que buscaban el abrigo de un libro; no quería que se quedaran sueltos. Volver a ellos fue como encontrarse con un viejo amigo al que no ves hace mucho: está cambiado, pero el afecto está ahí. Cuando los escribí era otro, y también el mismo (Borges dixit). Pero no sentí fricción entre los cuentos escritos en una época anterior y los más actuales; creo que se recibieron bien unos a otros. Por otra parte, estilísticamente, lo que veo es que, cuando vuelvo a mi escritura, mi instinto principal es podar. Menos es más, decía Bradbury. Y estoy de acuerdo.
La derrota de lo real tiene variados escenarios. Sobre esto, es inevitable pensar en aquello de Borges en “El escritor argentino y la tradición».
Alguien que escribe “descolocado” como yo se bate principalmente contra tres cosas: la geografía, la lengua y el desarraigo cultural. A partir de esos vértices, comparto los juicios de Borges en ese ensayo fundamental. Mi patrimonio es decididamente el universo y escribo desde una lengua “menor”, desterritorializado por una lengua “mayor”. Es una sensación angustiante, pero liberadora también. En La derrota de lo real, hay lugares sin marcas geográficas, pero también aparecen lugares inventados, amén de Nepal, California, Clearwater, Nuevo México, Venecia. Temáticamente es parte de la idea del desplazamiento y la itinerancia pero también constituye una invitación al lector a que viaje con los narradores y los personajes.
Borges, Silvina Ocampo, Cortázar, Bioy Casares, Walsh, Mujica Láinez, Castillo, entre otros, han abordado con maestría el cuento fantástico. En ese sentido, algunos de estos relatos se alinean en esa corriente.
Soy un lector entusiasta de la literatura fantástica, tanto en su tradición universal como en la latinoamericana. Sin embargo, me parece que a veces lo fantástico es un discurso que se presta a abusos literarios de lo que prefiero escapar; el realismo, en cambio, es tan omnipresente que pareciera que nunca se lo abusa cuando en realidad sucede lo contrario. Volviendo a la idea de lo fantástico: lo sobrenatural como misterio insoluble o domesticación de lo insólito no me interesa. En mis textos, en cambio, trato de explorar lo que el código fantástico pone en escena: los límites de lo real, los caprichos de la razón, la incertidumbre, etc. Me parece que relatos incluidos en La derrota de lo real como “Takj” o “Monólogos de la placenta” transitan una vía alejada del fantástico estereotipado y cercana a los recovecos que nos deja lo real para poder respirar un poco ante tanto mundo.
También algunos cuentos se construyen a partir de una trama detectivesca.
Es la otra línea que me interesa en cuanto a modelo de narración. Cuando Alberto Chimal, escritor mexicano, presentó Fuera de lugar en Ciudad de México, habló de una “poética del enigma y de la paradoja” en mis relatos. Me pareció muy certero. Si la paradoja entra por el lado de lo fantástico, el enigma entra definitivamente por el lado de lo policial. En ese código se trabaja a partir de zonas del relato que se desconocen y eso me atrae, narrativamente hablando. Hay escritores que dicen: “escribo de lo que sé”. Mi idea es la contraria, y por eso el epígrafe de Felisberto Hernández en Fuera de lugar: escribir desde lo que no sé. Explorar, pero sin dejar de contar o armar la expectativa. Las cuestiones del crimen, del detective y el asesino, de la violencia o de los escenarios típicos del género me interesan menos que las premisas narrativas que postula, filosóficamente hablando.
¿Qué te llevó a emigrar a los Estados Unidos?
Fue un exilio voluntario, económico. Habíamos visitado el país en 1981 con la familia, a mis padres les gustó el “orden” que vieron y comenzamos los trámites de inmigración, ya que mi mamá tenía una hermana que vivía en California. Las cosas se pusieron duras en Argentina en 1985 para la familia, ya estábamos tramitando los papeles y cuando se aprobaron … el resto es historia. Llegué en 1986.
¿De qué manera afecta vivir en un país tan diferente a la Argentina?
Vivir en los Estados Unidos me hizo más latinoamericano, al apreciar la riqueza cultural que me transmiten amigos y artistas. Y luego la escisión de la partida, sea involuntaria o voluntaria, te marca para siempre, literalmente te parte. Te distancia y te da distancia. Así es que como escritor me considero un periférico. Por otro lado, David Foster Wallace decía que los que vivimos en EE.UU. tenemos una especie de agujero en el estómago. De esa metáfora me agarré para escribir “Para llegar a D.F.W.”, relato de Fuera de lugar, y ese desasosiego también aparece en varios cuentos de La derrota de lo real.
¿En qué lugar sientes que puede estar tu obra con respecto a los autores argentinos contemporáneos?
En el ámbito visible de la maquinaria de la literatura (editoriales grandes, premios, circulación), en ninguno. No existo allá, en ese sentido. No soy “argentino”, en ese sentido. En términos de líneas narrativas o temáticas, me siento cerca de escritores como Patricio Pron, Samanta Schweblin y Mariana Enríquez. Y me gustan mucho los ensayos de Fabián Casas.
Como autor que escribe en español, ¿qué cosas facilitan tu profesión y qué cosas la dificultan?
Escritor (argentino) que escribe (en español) en los Estados Unidos. Periferia de la periferia de la periferia, digo siempre. Para mí, la escritura —tanto la ficción como la crítica—no es una profesión, es una vocación y una necesidad. Visto de esta manera, lo que dificulta la tarea es a veces sentir que a nadie le importa lo que haces, lo cual, bajo la superficialidad de un supuesto clamor del ego, en realidad esconde un ansia de comunidad y comunión con un colectivo de lectores, escritores y gente interesada en las mismas cosas que uno. Por otra parte, escribir en castellano en/desde/a través los Estados Unidos puede ser —no digo que lo sea o que siempre funcione así — una línea de fuga, una liberación de ciertos corsés de pensamiento. Tomado de esta manera, “facilita” un poco las cosas.
¿Crees que se hace un tipo de literatura adentro de Latinoamérica distinto al que hacen los latinoamericanos en el extranjero?
Me interesa el concepto de transmigrafía que ha propuesto Josefina Ludmer, entre otros críticos, para entender y profundizar las líneas de fuerzas de las literaturas que se escriben en castellano hoy. Sería pensarlas desde un pasaje desde la nación a la lengua. Me parece que la literatura que se produce en el “país de origen” —llámese Argentina, México, Cuba, etc.— se consume y es consumida dentro de círculos, temáticas y polémicas locales, en la mayoría de los casos. Me interesa lo que hacen los escritores latinoamericanos “en el extranjero”; pensemos en el caso de los cubanos o argentinos escritores que residen en España, por ejemplo. ¿Dónde se insertan; quién los lee? En Estados Unidos, Lina Meruane… ¿está a dos aguas entre Chile y este país? Edmundo Paz Soldán… ¿es escritor boliviano, o estadounidense, o no importa? ¿Y qué de “latinos” como Junot Díaz o Daniel Alarcón, que se inscriben en el mercado de otro modo? Me parece que se hacen cosas muy distintas si lo pensamos en la dicotomía dentro/fuera de Latinoamérica (como si eso fuera homogéneo; tampoco lo es, claro), mas si lo pensamos desde otros lugares, hay puentes. Y hay que investigar qué circula por ellos.