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Hitchcock desaparece

The Lady Vanishes o La dama desaparece (1938) es uno de los filmes más destacados de Alfred Hitchcock. Esto en parte porque es la penúltima pieza cinematográfica del director antes de salir de Europa por el ambiente de guerra que se avecinaba. Incluso su última obra en el Reino Unido, Jamaica Inn (1939), no obtiene tanto auge, a pesar de su éxito por marcar el fin de este periodo en la ferviente carrera del director. Ahora bien, mencionar a Hitchcock es prácticamente imprescindible cuando se trata de filmes clásicos. Su fama sin duda es reconocida para aquellos que inclusive no son amantes del séptimo arte. De hecho, un ejemplo de la habilidad artística del director se aprecia en el balance que éste logra en The Lady Vanishes. La pieza parece haber encontrado cierta fórmula para la creación de una comedia de suspenso con elementos románticos y de acción. Existe balance en el tiempo empleado para los eventos que ocurren en la historia, en la manera de proveer una mirada caleidoscópica del carácter de los ingleses y en dotar el filme sutilmente de ápices de sensualidad.

La comedia está presente desde el inicio. La exposición de los personajes se da en una especie de preludio, enmarcado en un hotel a las afueras de la estación del tren en un remoto pueblo de Europa. La forma gradual en la que el director nos presenta a cada uno de estos personajes no solo funciona para dar coordenadas de sus respectivas formas de ser sino también para entender sus actitudes una vez los eventos comienzan a desencadenarse. Primero conocemos a la Sra. Froy (Mrs. Froy), quien eventualmente será la figura de mayor importancia puesto que es quien desaparecerá.  Luego se nos presenta a Caldicott y Charters que, a pesar de su aparente seriedad, nos provocarán algunos de los momentos más graciosos. Más adelante conocemos a la protagonista, Iris, con su aire de niña rica y caprichosa; la pareja de amantes Todhunter, quienes tratan siempre de estar a solas (como el apellido mismo lo presume) con tal de no ser descubiertos; y ulteriormente Gilbert, el músico ruidoso que a pesar de su impertinencia notamos su picardía y perspicacia.

Una vez los personajes han abordado el tren, nos enfrentamos a Iris padeciendo los estragos de un golpazo en la cabeza que sufre justo antes de abordar. Esto resulta ser importante pues dicho golpe parece haber sido para la Sra. Froy y no para Iris; además permite que ambas establezcan momentos de conversación y afinidad. Los demás personajes, antes presentados en el hotel, se convierten en elementos primordiales para saber la verdad, ya que son quienes pueden servir como testigos que ven a la Sra. Froy conversando con Iris. Sin embargo todos optan por negar haberla visto por distintas razones. La desaparición de la dama nos pone frente al suspenso de la pieza. Como espectadores dudamos de la existencia de esta señora, nos cuestionamos si realmente Iris dialogó con ella o si el golpe recibido en su cabeza le ha provocado alucinarla. No obstante podemos recordar que la existencia de la Sra. Froy es anterior al golpe de Iris, y el maderamen de eventos confusos nos coloca en el mismo lugar de la protagonista.

En este punto también se nos han ido presentando otra serie de personajes que conocemos a bordo del tren. Estos importan porque representan el otro lado de lo que sucede y porque no los hemos visto en el hotel, es decir, no concurren en la introducción del filme. Esto es particularmente significativo porque todos aportan de una manera u otra en los eventos relacionados con la desaparición de la Sra. Froy. Algunos de estos personajes son los que están en la cabina del tren con Iris y la desaparecida, el médico neurólogo que queda fascinado con la situación, la monja cuidando a su paciente y los empleados del medio de transporte, entre otros.

Cuando se descubre la verdad, Iris y Gilbert (quien ayuda a Iris a descifrar la realidad de los hechos) son retenidos por el criminal que había secuestrado a la Sra. Froy. A partir de este instante se desata otra intriga en la que tendrán que enfrentarse además a las fuerzas armadas de un país europeo enemigo (claramente se trata de un grupo fascista) que están aliados al criminal que se encontraba a bordo del tren.

Aquí el tono de la cinta cambia inesperadamente. El director encuentra un balance encomiable entre las escenas representadas antes de la aparición de la señora y las que suceden después que se descifra la realidad. De ahí que pueda notarse por primera vez cierta solidaridad entre los ingleses, con la excepción del Sr. Todhunter. Este respaldo entre compatriotas es lo que permite que la mayoría al final salga airosa de la situación. Y, ulteriormente, Hitchcock provee la llegada a Inglaterra, que funciona como una especie de exégesis o glosa final en la que podemos presenciar el destino de Iris y Gilbert, y el de la misma Sra. Froy.

Como espectadores advertimos que el director nos ha llevado por una especie de montaña rusa en la que nos pasea por variadas emociones y géneros fílmicos. En una hora y media hemos explorado un poco de comedia, suspenso, romance, acción y hasta hemos visto sedición y defensa política. Hitchcock demuestra aquí cómo crear una perfecta oscilación fílmica que, sin duda, ha servido como ejemplo para los cineastas a partir de la aparición en pantalla de La dama desaparece. Es esta pieza un ejemplo artístico que, como público, no podemos negar su encanto, que a pesar de sus casi ochenta años mantiene y evoca el balance al que debe aspirar la cinematografía que aun en este nuevo siglo, me atrevo a decir, sigue siendo difícil de lograr.

 

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