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1000% Guapos: manual de lucha libre mexicana para extranjeros (1ª parte)

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“No hay peor lucha

que la que no se hace”

vox populli

 

Si usted nunca ha estado en contacto con la cultura de la lucha libre mexicana, olvídese de todo lo que ha creído y prepárese para recibir unas llaves de conocimiento (primera lección: en el argot luchístico, los chingadazos para vencer al oponente, se llaman “llaves”). No llore, toque las cuerdas que para eso son. Así se lleva las mentadas de madre del respetable, pero evita cualquier daño innecesario. Finalmente, como en la vida, arriba del ring no gana quien pega más duro, sino quien más madrazos aguanta (Rocky Balboa dixit).

La lucha libre en México es deporte, dramaturgia, literatura clásica, cine, música, pintura y poesía. Y al mismo, se instituye como historia indígena, denuncia colonialista, cariz religioso, movimiento social, denuncia ideológica, desencanto político y catarsis nacional. Ninguna de estas definiciones es metafórica.

La historia inicia a mediados del Siglo XIX, durante la invasión francesa a México. Al país llegan formas de entretenimiento ligadas a los circos europeos. Antonio Pérez de Prian, llamado “El Álcides Mexicano”, empieza en ese momento su carrera como el primer luchador azteca. Se presenta de ciudad en ciudad luciendo su fuerza al vencer a quien se le ponga enfrente.

Al cabo de un lustro nos chingamos a los franceses (se decían el mejor ejército de la época y no aguantaron las hurracarranas), pero los entretenimientos ambulantes se mantuvieron y se popularizaron aún más durante el Porfiriato. En 1894 Enrique Ugartechea, aún adolescente, acude a uno de estos espectáculos para ver al Gran Rómulos, “La Balanza Humana”, un italiano capaz de doblar barras de hierro con sus propias manos. De ahí decide convertirse en  “Sportman” y llega a la Feria Mundial de 1904, en San Luis Missouri, como el primer luchador mexicano de talla internacional. Su patrocinador era el empresario Sabe Spalding, iniciador de un imperio en el desarrollo y venta de artículos deportivos.

En los carteles de época se anunciaba: “Ugartechea levantará dos caballos con todo y jinete; más de 500 kilogramos sobre su pecho”. El musculoso mexicano unió su conocimiento de lucha grecorromana con movimientos de artes marciales y acrobacias gimnásticas. El resultado, logró derrotar a su ídolo Rómulo en una de las dos ocasiones que lo enfrentó con su nueva técnica apodada “lucha libre”.

Mientras la popularidad de este tipo de espectáculos aumentaba fueron llegando al país nuevas empresas. En 1910 el italiano Giovanni Relesevitch presenta en México su firma teatral con luchadores incluidos. Al mismo tiempo el Teatro Colón, a cargo de Antonio Fournier, ofrece eventos del mismo corte. Una década después el francés Constant le Marin presenta en el país a luchadores de España, Rumania y Japón.

El escenario estaba listo para que Salvador Luttherot González fundara la Empresa Mexicana de Lucha Libre (hoy conocida como Consejo Mundial de Lucha Libre), la más importante hasta el momento. Luttherot había visto en El Paso Texas un espectáculo de lucha que lo fascinó. Trajo la idea en 1931 a México, donde empezó a reclutar luchadores y construir espacios adecuados donde se fusionaran los mejores elementos del teatro, el circo y el deporte.

Don Salvador, el Padre de la Lucha Libre Mexicana, se sacó la lotería. Literalmente ganó 40 mil pesos con lo que pudo inaugurar el 2 de abril de 1943 la Arena Coliseo y, trece años después, la moderna Arena México. Asentada en la calle Doctor Lavista 197, de la colonia Doctores, y con capacidad para 22,300 espectadores, la Arena México es considerada hasta hoy la Catedral de la Lucha Libre.

La lucha libre moderna, impulsada por Luttherot González, combina el deporte con los mitos clásicos. El escenario es lo mismo un recinto atlético que un coliseo romano. Arriba del ring los luchadores Técnicos y Rudos representan la eterna dualidad de la Hybris y la Némesis de la Tragedia Griega. El Exceso contra el Orden ligados por el castigo y, en última instancia, hermanados por la muerte: Tánatos.

Wolf Rubinsky, luchador y estrella de cine, explicaba que las características y los movimientos de los luchadores están nutridos de técnicas dramáticas. Cada luchador habla sobre su identidad como “el personaje”. Blue Demon, Mil Máscaras, Dos Caras, Huracán Ramírez, Rayo de Jalisco, El Doctor Wagner, Fishman, Atlantis, Lizmark, Pierroth, Blue Panther y Shoker, que se autodefine como “El 1000% guapo”, son algunos de los nombres más emblemáticos de la lucha libre mexicana al forjar toda una mitología alrededor de ellos.

Sin duda el ídolo más reconocido por el público nacional es El Santo. Personaje que nace en una historieta del mismo nombre, que se distribuía en toda Latinoamérica, para luego saltar a los encordados y finalmente al cine. “El Enmascarado de Plata”, montado en su auto convertible y rodeado de bellas mujeres, es el héroe mexicano que lucha por la justicia y cuyo ejemplo siguieron otros luchadores.

Tanto por sus habilidades luchísticas, como por las características de sus personajes, los luchadores sedujeron al público ganando la eternidad. Nunca han muerto. Si El Santo y Blue Demon protagonizaron peleas emblemáticas a mediados del Siglo XX, es posible verlos luchar a inicios del XXI. ¿Cómo es posible? Sus herederos continúan el legado. El Hijo del Santo y Blue Demon Junior nos regalan la posibilidad de ser testigos de la lucha entre dos mitos vivientes.

Junto al personaje se va nutriendo la personalidad del luchador. Por su modo de actuar en el encordado se les define como Rudos: les valen verdura las reglas; Técnicos: respetan un poco más las reglas; Exóticos: con una sexualidad libre; Minis: luchadores de baja estatura, y Acompañantes: personajes de baja estatura, como Kemonito o Alushe, ligados a un luchador. Y por supuesto, luchadoras donde se repiten las clasificaciones de Rudas y Técnicas.

Como actores, sobre el ring deben subrayar los movimientos para que todos los espectadores, desde la primera fila hasta la butaca más alejada, puedan degustar de lo que sucede en el ring. Pero no por avecindarse a la dramatización la lucha deja de ser un deporte extremo. La preparación para ser luchador profesional dura años y muy pocos logran pararse, ya no digamos triunfar, en el pancracio. El riesgo es simple: la propia vida. Una mala técnica, un movimiento mal ejecutado o un accidente conducen a la muerte. El último de estos casos fue el fallecimiento de El Hijo del Perro Aguayo, cuando enfrentaba a Rey Misterio.

La lucha libre se define así como un deporte-espectáculo. Los más valientes son los únicos que deciden jugarse la vida sobre el cuadrilátero. Sin embargo, sólo los mejores dotados, tanto física como espectacularmente, pueden ganarse el honor de las mentadas de madre, así como el respeto y la admiración del público. Este es el único camino para convertirse en una verdadera leyenda de la lucha libre mexicana.

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