Nuevo libro de Qiu Xiaolong
La psicología distingue dos tipos de atención: la dispersa y la concentrada. Es una tipología, no un juicio: cualquiera agradece que su neurocirujano sea una persona de atención concentrada, y que el chofer de su ómnibus lo sea de atención dispersa. En este sentido, algo especial pasa con la narrativa policial: por lo general el lector prefiere a aquellos escritores que sepan llevarlo por caminos coherentes y que no se distraigan a cada recodo para contar algo que no viene al caso o que, puede sospecharse, está colocado allí nada más que para aumentar el número de páginas del libro en cuestión.
De apoyarnos en este modo de ver, podríamos concluir que el chino Qiu Xiaolong (Shanghái, 1953) es un escritor de atención dispersa, además de un poco amnésico y cercado por un afán de didactismo que termina por enervar a quien espera que su historia empiece de una buena vez. No obstante es también un escritor de mucho éxito y El dragón de Shanghái es el décimo de sus títulos protagonizado por el inspector jefe del Departamento de Policía Chen Cao, aunque en este ha sido retirado de su cargo, ascenso mediante (ahora es director del Comité para la Reforma Legal de Shanghái), para que no se siga involucrando en algunos casos políticamente incómodos para las cúpulas del Partido. Chen es además poeta y traductor de Elliot, condiciones que ayudan a que cada pocos párrafos se descargue con unos versos o proverbios o sentencias o aforismos de los más variados autores y dinastías (siempre cuidadosamente detallados), que a veces tienen vínculos metafóricos con lo que está pasando a su alrededor, y a veces no.
En esta novela Chen se ve inmerso en una serie de hechos de corrupción inspirados en un caso real, el del Bo Xilai, un político en ascenso que fue destituido y encarcelado en 2013 por “abuso de poderes” y “errores graves”, y de la esposa de este, Gu Kailai, sentenciada un año antes a cadena perpetua por haber asesinado a un empresario inglés. El ahora ex inspector va de un lado a otro, conoce a una mujer que le encarga vigilar a otra, bucea en la desaparición de un empresario sospechoso de enriquecimiento ilícito y se conecta con antiguos colegas de la policía, hasta darse cuenta de que él mismo es uno de los objetivos de una macabra y vasta operación.
Pero Xiaolong irá poblando la trama con actores secundarios e irrelevantes, otros que parecen ser tan o más eficaces que el propio Chen, y otros que terminan por ser víctimas o corren serio peligro de serlo solo por la proximidad con la investigación desarrollada. Como si de un extraño guía de viajes se tratara, Xiaolong se ve además en la necesidad de explicarlo todo: un sinfín de acontecimientos históricos y políticos, el vértigo de los cambios urbanísticos que sufre Shanghái, el declive moral de la sociedad china, la forma en que el Partido Comunista trata de adecuarse a una economía de mercado sin perder su desmesurado poder y sus orígenes ideológicos. Y por supuesto, como si en algún recóndito momento del género policial se hubiera establecido como norma, el inspector recorre infinidad de restaurantes, come como un elefante y da innúmeras recetas de una cocina donde casi todo es frito y donde casi todos los platos llevan cebolleta.
Su pasión gastronómica llega a excesos como el protagonizado por el inspector jefe y un policía retirado, cuando deciden comer en un puesto callejero y les sirven “siluro macerado en aceite de pimientos rojos y cocinado en una cazuela de barro, ancas de ranas fritas con judías tiernas, tofu al vapor servido sobre setas silvestres, dados de carne de cordero a la parrilla y flores de bolsa de pastor frías mezcladas con gambas desecadas y aceite de sésamo nuevo”. Imagine el lector si los comensales, con más tiempo, se hubieran sentado en un restaurante…
Xiaolong vive en Estados Unidos desde 1988 y en la actualidad es profesor en la Universidad de Saint-Louis. Algunos de sus títulos más conocidos son El caso Mao, Muerte de una heroína roja y El crimen del lago.
El dragón de Shanghái, Qiu Xiaolong, Tusquets Editores, Buenos Aires, 2016, 335 páginas