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Vacaciones


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1

El locutor de bigotes y acento neutro regresa a estudios luego de ser interrumpido por el segmento dedicado a la lotería: A las 7 de la mañana Wilma tocará el suelo de la Florida. Su intensidad: categoría 1. A mí los huracanes ya me tienen cansado. Toda esas alarmas de una aparente catástrofe, la gente sellando las ventanas de sus casas con tapas de metal y madera, las largas colas en los supermercados y gas stations, los servicios que amenazan con aumentar las tarifas si sucede lo peor (de todas maneras las suben, siempre encuentran alguna excusa), todo eso que no irá a servir de nada ya que con la naturaleza no se puede, es imposible llegar a un acuerdo. Sólo es cuestión de suerte o algo parecido pero no hay lógica: en un momento el Huracán decide dar otra vuelta y adiós precaución.

Esta primavera la Florida ha tenido bastantes, más de lo habitual para la época en que aparecen. Los únicos que salen airosos son los supermercados y los comercios dedicados a vender aquellas herramientas para resguardar las casas y los edificios.

Estoy tirado en la cama leyendo Cosmopolitan (no me avergüenzo: la leo porque me da buenos tips para levantar chicas) y golpean a la puerta: mi vecino Joaquín, que me recuerda que cargue agua porque la luz se va a cortar, como es la costumbre en Little Haiti.

“Apúrate de que Publix cierra a las 11 y te vas a quedar sin compras”, me dice Joaquín que lleva sus bidones y se pierde por las escaleras.  Con él solemos fumar en casa. Viene y trae algunos discos, todo muy ’70 y ’80.  Hace años que está separado pero igual vive con su madre, por eso fuma en casa. La madre sufre de las piernas y no puede bajar las escaleras tan fácilmente.

En el aire está esa extraña pesadez que precede a un huracán. Hay un largo silencio profundamente exasperante, la brisa es un recuerdo lejano de otros tiempos para las ramas de los árboles que hoy lucen muertos, sin los pájaros que sabiamente han sido los primeros en emigrar.

Me puteo a mí mismo por hacerle caso a Joaquín y meterme en un supermercado donde las góndolas están semi vacías, los carritos se chocan en la sección de frutas y enlatados a la vez que la marea de idiomas me confirma otra vez que no puedo, aunque quiera, escapar a la vorágine que desata Wilma. Agarro unas manzanas y escucho una voz familiar:

– Yo vine por baterías y cigarrillos, y al final… –dice Alejo y miro para su carrito que tiene mucho más que baterías y cigarrillos.

Una canción de Radiohead se escucha. Alejo atiende su celular. Me hace señas para que lo acompañe hacia el final del pasillo.

– No, no me olvido. ¿Ya se durmió Cris?

– (…)

Alejo agarra un tarro de helado. A mí también me dan ganas de uno bueno, de frutilla y mucho chocolate. Pienso que sería bueno acompañarlo con pizza y cerveza bien helada. Una chica, tal vez. Y una buena película. No. Dos. Una de esas berretas y una buena triple X para interactuarla con la chica.

Alejo parece leer mi pensamiento. Al cortar dice:

– Las mujeres…

– ¿La vas a pasar con alguien más?

– Esta vez nos quedamos los tres solitos. ¿Querés unírtenos?

– Ya tengo planes – le miento.

– ¿Podríamos rentar algo?

2

Aunque hace años que estoy acá no deja de molestarme algunas noches el ruido del aire acondicionado.

– En qué pensás?

– En que me gustaría alquilar la película que seguro no va estar.

Alejo elige unas francesas; yo un documental sobre El planeta de los Simios, previsiblemente titulado “Behind The Planet of the Apes”. Siempre me pareció que la historia Pierre Boulet la tomó de una pesadilla. Monos que hablan y razonan como humanos y humanos que son verdaderos simios. Charlton Heston me caía bien hasta que Fahrenheit 9/11 lo mostró sin maquillaje y ahí me di cuenta que por tipos como él la última escena del film es probable que suceda, pero sin cinemascope.

– Está es buena.

– No la conozco.

– Es una muy vieja pero vale la pena. Hay unas imágenes que les van a gustar… –  Alejo me mira cómplice.

– La llevo – le digo cómplice y vuelvo a mentir.

A esa hora de la noche a falta de compañía es consuelo masturbarse con alguna imagen nueva.

Para mi suerte, en el parking hay dos chicas que vienen de la mano. Se miran con ternura. Alejo pregunta:

– ¿Por qué uno se casa?

– Supongo que antes era para no morir solo. Ahora para pagar menos impuestos, pero no lo sé.

Radiohead irrumpe otra vez. Tenemos que regresar al video, eso da  entender Alejo cuando me mira resignado y se aleja del auto.

3

Para la madrugada queda poco y nada de lo que compré. Estuve dibujando y cuando me cansé vi las películas. Una especie de función continuada. Me masturbé y no tuve la delicadeza de poner la mano justo en el momento de acabar.

Es la tercera vez que la luz amaga con irse, definitivamente. Sólo son intentos, me los conozco. La culpa es de la lluvia. Es una lluvia que refresca y hace que se apague y vuelve a encender el televisor que muestra a los locutores y esas pictóricas tomas satelitales de la península y una mancha verde fluorescente que es un torbellino cada vez más cerca de la tierra.

Algo me perdí: el locutor de bigotes y acento neutro (debe ser su overtime) dice que Wilma es categoría 3. Quiero tomar un café.

4

Sylvia juega con su beba sentada sobre el piso del comedor pero no pierde de vista los dos platos con velas. En la cocina Alejo limpia unas verduras mientras escucha mi aventura sexual de la otra noche. Otra vez le miento, pero trato de hablar en voz baja. Desde alguna de las habitaciones la radio continúa diciendo que el Condado ha implantado el toque de queda.

– Llegó mi padre con la comida – nos dice Emma.

Juan trae una parrilla, sonriendo. Atrás su esposa deja unas bolsas en la mesa.

– Pensé en un pizza para el microondas. Esto es insuperable. Vamos a la terraza– dice Alejo con felicidad.

No sé por qué pregunto la hora si mañana no tengo que trabajar. Nadie lo tiene que hacer hasta que den una nueva orden (es una buena orden). Ayudo con la ensalada y unas botellas de vino tinto.

Desde la terraza es como si la ciudad no existiera. Sentimos la oscuridad y el vacío. Juan enciende el fuego.  Emma va en busca de algunos vasos. Pido un cigarrillo.

– Emma se está poniendo una mujer… – dice Juan siguiéndola con la mirada y me da un Lucky Strike–  ¿Este fue el primer huracán fuerte que pasaste?

– Creo que sí.

–Mi bautismo fue duro, más de lo que hubiera podido pensar. Fue el Andrew. ¿Sabés? El que dejó destruida casi por completo la ciudad. Yo hacía poco estaba en el país, era casi un adolescente y ya estaba con Claudia y Emma de algunos meses. Rentábamos un departamentito casi en el principio de Miami Beach, cuando aún había precios razonables. De eso hace ya mucho…– Juan enciende un cigarrillo. Me mira a los ojos:

–Por aquella época habíamos decidido irnos de la casa de la madre de Claudia y vivir nuestra vida como dos personas mayores, aunque no lo fuéramos. Ese lunes todas las culpas del mundo querían recaer sobre nosotros. La lluvia era imparable, el viento ya se había llevado algunas maderas que protegían los balcones. Por el hueco de una de las nuestras vi la noche que había tomado la forma de un remolino negro. También me di cuenta que Claudia sostenía a nuestra beba llorando. Regresé a su lado y en un momento un estruendo retumbó en las paredes y llegó hasta nosotros. Nos metimos en el baño y abrace a Claudia y la niña. Tenía tanto miedo, sentía sus lágrimas cómo tocaban mi cara. Ese miedo que carcomía trataba de metérmelo bien adentro porque mi familia no podía verme así”.

“Pensaba que de esta pesadilla despertaríamos mal, que nuestra felicidad era contraria al viaje en el que estábamos metidos. Siempre había creído en una armonía universal, en un todo con sus mecanismos perfectos y extraños, y ahora no entendía su curso. Con mucha fuerza las abracé a las dos, cerré los ojos e intenté abstraerme de esta realidad. Tuve tantas imágenes que pasaron por mi cabeza; con voluntad recordé un paisaje al que a menudo regresaba en sueños y al que alguna vez había visitado de niño, en vacaciones. Esta vez la imagen tenía una ligera variación: no permanecía en el mar jugado hasta la madrugada sino que salía y me tiraba en la arena. Había un caracol y me lo llevaba a la oreja para escuchar su música. Era una melodía serena y hermosa. No sé cuanto tiempo estuve escuchándola, pero en un momento, los tres estábamos a salvo. El Huracán se había marchado. Ese día entendí muchas lecciones y obtuve las fuerzas que nunca antes había creído poseer. Me hice hombre”.

Juan levantó la vista hacia ese cielo oscuro inabordable, como en el principio de todas las noches, en el principio de la historia, cuando los hombres acaso tenían tiempo para pensar el mundo. Extendí las manos sobre el fuego.

Ordena GRAND NOCTURNO haciendo click en la imagen

 

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