Que un joven escritor ecuatoriano escriba una novela completamente fabulada sobre la Segunda Guerra Mundial, el nazismo y el Holocausto puede darse dentro de las posibilidades creativas de la literatura latinoamericana si ampliamos las posibilidades que ya mencionara hace muchos años Borges para la literatura argentina en “El escritor argentino y la tradición,” a toda la literatura americana producida en español. De hecho, El comienzo de la primavera, la novela con la que Patricio Pron ganara el XXIV Premio Jaén de novela, es ejemplo de ello. Pero que la obra de la que estoy hablando fuera escrita en Barcelona y sea publicada ahora en México tras su flamante condición de finalista del concurso convocado por la Universidad Veracruzana, no deja de indicar dos cosas: 1) que la globalidad, que ya se manifestó en el caso de Pron, está muy presente en las letras hispanas para quedarse; y 2) que nos encontramos ante una buena noticia.
Pues esto es lo que ha ocurrido con La ruta de las imprentas, primera novela del escritor Roberto Ramírez Paredes (Quito, 1982). Y la buena noticia se la encuentra el lector cuando descubre una narración notablemente original para contar el drama que arrasó la Alemania de la primera mitad del siglo XX que podría resumirse así: William Robertson, un fracasado historiador, busca reconstruir la historia de Victor Vogel, misterioso escritor alemán que organizó un grupo de resistencia en una pequeña aldea al sur de Alemania: Fernhausen, habitada exclusivamente por judíos e imprentas, que evitó heroicamente la invasión nazi en pleno suelo alemán. Una historia que, en una combinación de heroísmo, ironía y producción literaria, lleva al narrador a recorrer media Alemania tratando de recomponer ese relato de imprentas prohibidas, libros quemados, escritores ocultos y guerra.
Pero no solo hay conflicto en una Alemania nazi inmersa en la locura bélica, y en los contradictorios documentos que van apareciendo en el texto. También lo hay en el narrador, que se ha enfrentado con su mentor académico, el historiador Mark Stangton, antes de iniciar su aventura. Ese enfrentamiento es el que le ha llevado a la búsqueda y reconstrucción de la vida y la obra de Vogel, pero tendrá consecuencias irreversibles, tanto en sus pesquisas como en sus relaciones sentimentales, y pondrá sobre la mesa del lector el conflicto irresuelto de su identidad. Sin ir más lejos, el descubrimiento de la verdadera situación de Robertson llevará hasta el límite su relación con Anna Weinberg, la joven encargada del Museo de la Defensa de Fernhausen y principal colaboradora de Robertson en su búsqueda además de amante. Sin embargo, el descubrimiento de una realidad y unas circunstancias muy distintas al discurso oficial que se ha pretendido transmitir durante décadas harán que el lector trate de no perder detalle de la trama hasta el final.
Una novela muy bien construida en su andamiaje estructural, en donde todo libro mencionado, todo documento citado, por muy imaginarios que resulten, tienen su peso en la trama. Y en el que a través de los manuscritos ficticios que aparecen, la persona lectora va desentrañando el misterio junto al narrador, que si bien al principio se posiciona por delante del lector, pronto es alcanzado en la búsqueda del misterioso escritor por culpa de su propio conflicto y de los sorprendentes giros que esconde el texto. Una suerte de metaficción bélica, al estilo de Enrique Vila-Matas o Roberto Bolaño pero con la ironía del Tarantino de Malditos Bastardos y la capacidad de un análisis descarnado del mundo del arte—más concretamente, de la literatura—y de los personajes que lo pueblan, además de tratarse de una reflexión de las relaciones entre literatura e historia y de una novela sobre la identidad. Un libro que no contiene ni una palabra de autoficción, sino que surge de la imaginación del autor implícito y del interés de Ramírez por la historia de la Europa del siglo XX. Una pasión en común no solo con Bolaño o Patricio Pron, sino también con autores de otras tradiciones como W. G. Sebald o William T. Vollmann, lo que hace pensar que nos encontramos frente a un narrador nato.