“La guerra: un crimen contra la humanidad”, de Roberto Vivo —autor de “Breve historia de las religiones del mundo”—, es un esfuerzo monumental por pacificar al hombre
El del empresario uruguayo Roberto Vivo es uno de esos libros inclasificables que, a priori, puede parecer que adolecen de una perspectiva naïve de la materia sobre la cual tratan. Nada más lejos que la ingenuidad en la perspicaz mirada del “idealista-de-pies-en-tierra-firme” que es Vivo. En el prólogo de su obra La guerra: un crimen contra la humanidad, Vivo aclara que su principal propuesta es “deslegitimizar” la guerra, y que debemos considerarla como crimen (“El hecho de que 9 de cada 10 víctimas de todo conflicto sean civiles es, a mi juicio, el factor determinante que permite afirmar, sin duda alguna, que hoy toda guerra debe ser considerada un crimen contra la humanidad”, señala Vivo). Lo que sigue a dicho prólogo es un esfuerzo monumental por parte del autor para ilustrarnos acerca de los cómos y los porqués de esta práctica que, según afirma, en los últimos 5.000 años fue permeada por efímeros períodos denominados —a falta de mejores definiciones— “paz.” Motivado por una serie de interrogantes que lo acompañaron desde su adolescencia, Vivo ha escrito —asistido en su laboriosa investigación por el periodista estadounidense Dan Newland, además editor y traductor del original al inglés— un libro al que realmente cabe calificar como imprescindible, puesto que la materia sobre la que trata no es fácil de hallar en otras fuentes: la guerra y cómo conjurarla. La guerra: un crimen contra la humanidad no se limita a denunciar o a hacer un mero relevamiento de la violencia y las guerras que han azotado y azotan al planeta sino que, a la manera de un vademécum, despliega un menú de genéricos para combatir las causas de los males que nos llevan a la confrontación armada.
Uno de los mayores méritos de Vivo es la prosa clara, precisa, amena, con que transmite sus conceptos. Su escritura —y, por consiguiente, su lectura— es fluida incluso en los más extensos párrafos, en cuya redacción otros autores olvidan a menudo al lector al cual se dirigen, haciéndolo naufragar en un zargazo de información excesiva muchas veces agravado por una complicada o torpe sintaxis.
Los títulos de los cuatro extensísimos capítulos que conforman el libro, y algunos de los subtítulos de las diversas partes en que cada uno de ellos se divide, dan cuenta de la vastedad de temas en él tratados: La violencia y el hombre (La deshumanización del otro, Efectos devastadores de la guerra, Grandes flagelos producidos por el hombre, Las causas de la guerra, La teoría de la guerra justa y su superación), La historia de la paz (La era axial, Celebrar la diversidad), Sociedad abierta y sociedad cerrada (Liberales versus conservadores, moderados versus radicales, Fundamentalismo, Secularismo: crisis u oportunidad), La guerra: un crimen contra la humanidad (Paralelos válidos: esclavitud, tortura y racismo, Definir la guerra como crimen, Fundamentos legales, El rol de Estados Unidos en un mundo unipolar, La prevención de conflictos, El rol de las instituciones y de las organizaciones internacionales, El papel de la justicia, La Corte Penal Internacional, Dar una oportunidad a la paz).
Sostiene Vivo que “hay quienes creen que el ser humano lleva la guerra en su ADN; que es un ser naturalmente violento inclinado a inventar enemigos y a exterminarlos. Pero la ciencia contemporánea no está de acuerdo. Los estudios más recientes demuestran que los primeros seres humanos no practicaban la guerra de manera habitual e institucionalizada, porque eran nómades, cazadores y recolectores, con un muy reducido sentido de la propiedad. Al no tener que defender lo propio, los conflictos dentro de la comunidad se reducían al mínimo. Como señala el célebre paleontólogo Richard Leaky, recién con la agricultura el ser humano se hace sedentario y comienza a sentir la necesidad de defender la tierra que cultiva. Parece probable entonces que la guerra se haya originado como una respuesta social y política a un cambio de circunstancias económicas. En síntesis, lo que cambió con la transición de la caza y recolección nómades a la agricultura sedentaria fue la naturaleza de la sociedad, no la naturaleza del hombre.” Y se apresura a aseverar: “Otra tajante prueba de que el hombre no es naturalmente violento es el hecho de que todos los ejércitos del mundo someten a sus soldados a un duro entrenamiento, tanto físico como psicológico, para que puedan convertirse en máquinas de matar. Una etapa esencial de ese adiestramiento es la deshumanización del otro. Es decir, el objetivo del entrenamiento es que, para el soldado, el supuesto enemigo pierda su condición de persona. Pero nosotros, los seres humanos, no estamos preparados para comportarnos como asesinos, y por eso son miles los casos de soldados que al volver de la guerra recurren al alcohol, las drogas y hasta al suicidio en búsqueda de la paz perdida.” En cuanto a las causas variopintas que determinan el estallido de las guerras, y que por largo tiempo han sido tema de debate entre antropólogos, sociólogos, analistas políticos e historiadores, el autor cita: ausencia de negociación, de identificación, de voluntad para promover la paz, y ausencia absoluta de principios humanitarios, así como también el exceso de nacionalismo y la generación de falsas expectativas. Vivo hace hincapié en que “para lograr que la guerra sea catalogada como lo que es, ‘un crimen contra la humanidad’, hace falta un cambio cultural, para esto necesitamos apoyar el accionar de la Corte Penal Internacional, fomentando la educación para la paz, y ésta es una tarea en la que todos podemos contribuir.”
Detengámonos por un momento en uno de los flagelos que en el mundo actual nos toca padecer, quizá como nunca antes: el terrorismo. Como su mismo nombre lo deja entrever, el terrorismo es letal por partida doble: su finalidad es destruir a su objetivo físicamente, pero paralelamente, y por efecto multiplicador, destruye la individualidad de las personas al restringir sus derechos civiles y humanos a resultas del pánico que induce y mediante leyes y procedimientos excepcionales implementados, supuestamente, para combatirlo o neutralizarlo. Vivo afirma en su blog, Peace, Justice and the Ultimate Crime (www.vivoonwarpeaceandjustice.blogspot.com.ar), que desde el 9/11 el terrorismo internacional se halla en ascenso y que la victoria está de su lado. Los hechos que hemos vivido en lo que va del 2015, con posterioridad a la publicación del libro que nos ocupa, parecen doblar la apuesta hecha por tal aseveración. En cuanto a los “procedimientos excepcionales” mencionados más atrás, Vivo enumera “la suspensión de garantías para los prisioneros de guerra, la violación por parte del gobierno del derecho a la privacidad en las comunicaciones por teléfono y por correo electrónico, presiones aplicadas a los medios, arrestos arbitrarios y sin establecimiento de cargos por una corte penal, el uso limitado de torturas tanto dentro como fuera de su territorio, además de la implementación de tácticas bélicas que violan no sólo las tradiciones nacionales sino también las Convenciones de Ginebra y Viena.” También trae a cuento un dato tan acertado como ilustrativo: cuando al general carabinero italiano Carlo Dalla Chiesa, a cargo de las estrategias antiterroristas de Italia para enfrentar a las Brigadas Rojas en la década de 1970, le pidieron que utilizara la tortura para descubrir el paradero del primer ministro italiano Aldo Moro —secuestrado y luego asesinado—, respondió: “Italia podrá sobrevivir a la pérdida de Aldo Moro pero no sobrevivirá a la implementación de la tortura.” Así, Dalla Chiesa señalaba que violar el imperio de la ley conlleva el peligro de convertirse uno mismo en algo parecido a ese rival artero y no tradicional al que se combate. También una escena de la película “Espartaco” (Stanley Kubrick, 1960) ilustra perfectamente este pensamiento: los esclavos se rebelan contra sus opresores y toman la escuela de gladiadores en que son brutalmente entrenados. Un grupo de sublevados, para desquitarse, quiere obligar a dos de los romanos, ahora cautivos, a pelear entre ellos a muerte. Espartaco se opone, alegando que si no deponen su actitud también ellos, los oprimidos, se convertirán en aquello que aborrecen (firmaba el guión de “Espartaco” alguien que algo sabía sobre la restricción de los derechos civiles y humanos mediante el pánico y las leyes y procedimientos excepcionales: Dalton Trumbo, uno de los tristemente célebres “Diez10 de Hollywood” durante el maccarthismo).
Afirma Vivo que el mensaje de Dalla Chiesa “debería ser una admonición para EEUU y otras democracias occidentales, que alguna vez sirvieran de ejemplos morales y éticos para el mundo y que tenían en claro que si se permitía la violación de los derechos civiles y humanos de una sola persona, peligrarían los derechos de todos. No importa la magnitud de la amenaza.” Y a continuación agrega: “Cuando no se protege la libertad se resiente la esencia misma de la democracia”, aseveración que le permite meterse de lleno en uno de los temas centrales de su libro: la guerra en general y la conducción que los EEUU hacen de sus guerras desde los sucesos del 9/11 en particular, cuyos métodos son también aplicables a los que emplean otras democracias de occidente.
Como señala el ex-fiscal en Jefe de la Corte Penal Internacional Luis Moreno Ocampo (una de las eminencias que prologan el libro de Vivo, junto con el ex-presidente de la República Oriental del Uruguay Julio María Sanguinetti, el ex-fiscal en los Juicios de Nuremberg Benjamin Ferencz, el renombrado mediador, autor y disertante William Ury y el autor del best-seller “Megatrends”, John Naisbitt): “Este libro es necesario, pero abarca tantos campos de conocimiento que no lo podía escribir un académico que debe agotar cada detalle de la discusión científica. Hay tanta información y análisis que no puede ser analizado desde una sola disciplina.”
Moreno Ocampo no exagera: así de multifacético, ecléctico, ambicioso, profundo, extremadamente documentado y sorprendente es La guerra: un crimen contra la humanidad.
Y puestos a hablar de crímenes… sería inconveniente añadir a la lista de los muchos que el hombre comete el de no leer este valiente e imprescindible libro de Roberto Vivo.