Reunidas en el cónclave de Capri, las sirenas se mostraban desanimadas. Según el oráculo, no había escapatoria: su cabello sería largo y hermoso, tendrían patas de ave en una tradición y cola de pez en otra, sostendrían en sus manos ora un espejo, ora algún instrumento musical, y sobre todo, lo peor: su canto, dulce e hipnótico, formaría parte de un cruel engaño. No había dudas: por siempre bellas y peligrosas, las sirenas pasarían a la historia por asesinas y antropófagas. Pero una de ellas, Pisínoe, la persuasiva, les dijo que no debían desesperarse, ya que un libro antiguo (que los modernos llamarían de autoayuda) anunciaba la existencia de algo misterioso denominado karma que podía revertir el destino de su especie. Había que concentrarse en desarrollar las cualidades positivas, la belleza y el canto, para poder reencarnar en una forma superior. Sus compañeras la miraron como se mira a una loca. Ahí llega Ulises, dijo una de ellas. Y todo comenzó.
Hoy, ululando por las calles de una ciudad vertiginosa, subida a ambulancias o autos de policía, convertida en apósito inútil para el dolor, Pisínoe, redonda o rectangular, roja o azul, no puede dejar de pensar que todo regresa, mientras tararea para sí la canción de John Lennon: Instant Karma is gonna get you!
Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches, “Historia del pescador y el efrit”.
Microrrelato aparecido gracias a la obsesión de Javier Perucho por las sirenas. La música de las sirenas. Ed. Javier Perucho. Toluca, México: Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal., 2014. 133-134.