“El mundo ya sabe que todo se sabe, todo queda grabado y oculto para que luego todo salga al descubierto y, a pesar de cuantos infructuosos intentos ensayemos de seguir escondiendo lo que somos a ojos de los demás, nosotros mismos favorecemos lo contrario, pues necesitamos expresarnos a cualquier precio y la extroversión constituye la deuda que hemos de pagar por ello”.
Sujeto: Francisco Bescós Menéndez de la Granda.
Actuación: Escribir en ordenador iMac comienzo de artículo (arriba transcrito) para revista suburbano.net.
Coordenadas geográficas: 40°26’07″N 3°43’08″O.
Coordenadas temporales (comienzo): 16/2/2014. 13:32:13 GMT +1.
Coordenadas temporales (fin): 16/2/2014. 13:35:02 GMT +1.
Forrester consigna la cita en su endocomputadora. ‘Pero qué mierda de cita’, piensa. ‘Parece mentira que vaya a ser ésta la última entrada’. Pulsa la tecla ESC y la interfaz de su pantalla sale de la carpeta Spain 13:00 – 14.00 16/2/2014. Vuelve a pulsar la tecla ESC y la interfaz sale de la carpeta 13:00 – 14.00 16/2/2014. Repite el impulso para salir de la carpeta 16/2/2014. Ejecuta un último clic y tan sólo queda una solitaria carpeta en la pantalla de la endocomputadora: 2/2014. Forrester la contempla con una mezcla de risa y asma.
Intenta hacer balance de todo. De estos últimos 25 años. Cuántos barridos gaussianos. Cuántos testimonios electrónicos indirectos. Cuánta decodificación manual. Cuánta programación interpretativa. Cuánto contraste ciego. Cuántas técnicas diferentes se ha visto obligado a emplear a lo largo de toda su carrera para reunir los millones y millones de terabites que ahora contempla encerrados tras el sencillo icono azul de la carpeta (icono inventando a finales del siglo XX, que se mantiene invariable desde entonces).
Forrester sabe lo que dicen de los posthistoriadores. Que tan solo pueden observar un mundo falso, virtual, ceros y unos almacenados en circuitos de sílice. Y tan solo son capaces de hacerlo pasando horas y horas sentados ante un ordenador con conexión, arruinando su vida, entregando su aire fresco a cambio de la brisa del circuito de ventilación y la luz del sol a cambio de una lámpara de luz vitaminada. Pero en momentos como éste se siente tan afortunado. ¿Qué es un historiador comparado con un posthistoriador como él? Un novelista. Más aún, ¿en qué queda la Paleontología si la comparamos con la ciencia de la Posthistoria o, como le gusta a Forrester llamarla, la Historia Objetiva? Queda en una religión más o menos aproximativa.
De los 300 mil millones de humanos que habitan el universo colonizado, Forrester representa el único experto en febrero de 2014. Como tal, hoy es un gran día para él. El más grande. A pesar de defender con virulencia el argumento de que la Posthistoria, a diferencia de la Historia o la Paleontología, que nunca resultan concluyentes, posee la capacidad de cerrar sus estudios, nunca jamás imaginó que este momento fuera a llegar: el momento de dar el trabajo por terminado. Así que aprieta los labios. Aparta la caja con la corteza de pizza que descansa sobre su escritorio. Y apoya en él los pies para observar su obra, esa pantalla blanquecina con icono de azulada carpeta. Bebe un trago de una lata de cerveza calienta y la levanta sobre sus ojos.
—A mi salud.
Tres horas más tarde, Forrester accede a la cafetería de la Universidad. No se espera lo que está por recibirle. Una cálida, masiva, ovación procedente de todos los profesores e investigadores del departamento de Posthistoria. Los aplausos llueven desde todos los recovecos que albergan las 16 hectáreas de la cafetería. El rector Mágnum, equipado con su habitual endomegáfono, toma a Forrester por el hombro para compartir emociones.
—Eres una maldita rata, Magnus. No me hagas esto, que sabes que no me gusta, cabronazo.
—Gracias. Tú sí que eres una maldita rata. Una rata con suerte. ¿Te crees que ibas a cerrar febrero y te ibas a poder ir a casa sin que nadie brindase por ti? ¿De qué vas?
—No es para tanto. Tarde o temprano iba a suceder.
—Sí, claro. No es para tanto. Qué te den por el culo, Forrester —responde el rector, riendo.
A pesar de su falsa modestia, Forrester sabe que estos acontecimientos no ocurren todos los días. Hace 25 años, un cuarto de siglo, resolvió el primer Dato Extraviado de febrero de 2014. Lo recuerda como si fuera hoy:
Sujeto: Eva Liederbäcker.
Actuación: Agregar sal a un entrecot poco hecho
Coordenadas geográficas: 47°16’00″N 11°23’00″E.
Coordenadas temporales (comienzo): 1/2/2014. 17:12:01 GMT.
Coordenadas temporales (fin): 1/2/2014. 17:12:20 GMT.
Así lucía el primer granito de arena que su investigación había sumado al gran archivo posthistórico de la Universidad. El acto de salar un filete por parte de Eva Liederbäcker había quedaba memorizado en la descomunal base de datos y ya nunca jamás se perdería. A partir de ese momento, cuando cualquier otro investigador introdujera en el buscador la palabra ‘febrero’ o ‘1’ o ’17:20’ o ‘Eva’ o ‘salero’ o ‘carne’, la entrada de Forrester, su primera aportación a la ciencia de la Historia Objetiva, aparecería allí (entre otros tantos millones de resultados). También recuerda muy bien lo que sintió en aquella ocasión: conceder digitalmente la vida eterna a una persona anónima que había vivido varios siglos atrás. Desde entonces, cuando atraviesa momentos difíciles, cuando se agota u olvida el sentido de pasar tantas horas encerrado hurgando entre ceros y unos, siempre busca aquella primera entrada en la base de datos posthistórica de la Universidad. Le levanta el ánimo comprobar que Eva Lieberbäck y su filete aún siguen allí; Eva siempre sabe renovar la ilusión de Forrester por su oficio.
Los más jóvenes profesores adjuntos del departamento comienzan a acorralar a Forrester contra el carrito de postres nº94. Le rodean con lisonjas y preguntas, claro, muchas preguntas. Forrester no quiere decepcionar en un día tan señalado, pese a que teme que no va a poder alcanzar el motor de servicio nº12, donde debe obtener su almuerzo. Así que, antes de responder, se da la vuelta y toma un par de bollitos del carrito de postres nº94.
—Mi primer dato extraviado resuelto —dice mientras mastica— sobre una personalidad de clase 1 fue Sujeto: Angela Merkel Coordenadas geográficas: 52°31’00″N 13°23’00″E Coordenadas temporales (comienzo): 20/2/2014 9:45:12 Coordenadas temporales (fin): 20/2/2014 9:50:58.
—Interesante —responde un becario que algo ha leído sobre 2014—. No nos ha contado el parámetro Actuación.
—Sí, me he reservado lo mejor —continúa Forrester, enseñando migas en su boca abierta—. Actuación: Defeca.
Estalla una carcajada entre los más extrovertidos; los más pudorosos enarcan las cejas, es su primer contacto con el mítico doctor Forrester en persona y, ciertamente, no lo imaginaban tan grosero.
—Tuve que reconstruir datos de tres chats, de cuatro perfiles de la red social llamada Facebook y de dos de Twitter. También recuperé discos duros con imágenes de cámaras de seguridad, de satélites, etc. Por supuesto, ninguno desvelaba con claridad qué estaba haciendo concretamente la presidenta de Alemania en ese preciso instante. Pero ahí entra en juego el talento del investigador, una vez que recoge todos los datos: interpretar. Todo lo demás es recolección: en la interpretación reside el factor creativo de esta disciplina, aún sabiendo que, como en matemáticas, sólo existe una respuesta correcta. Y, en este caso, la información no dejaba lugar a dudas: Angela Merkel estaba cagando.
Forrester, un tipo al que cuesta descubrirle un gesto de vanidad, empieza a creerse semejante acogida. Se da cuenta de que, gracias a él, se ha llevado a la práctica una tarea titánica: todos los actos en todas las fracciones de tiempo que abarca el mes de febrero del año 2014 en todos los puntos espaciales de todos los habitantes del Planeta Tierra (entonces, el único habitado) han quedado registrados. Desde ponerse un zapato hasta comer una patata frita. Desde matar de un arma de fuego a un vecino hasta servir un té a una pariente anciana. Febrero de 2014 redivivo será recordado mientras resistan los sofisticados y colosales servidores de la Universidad. Forrester dispone de otro momento para despreciar a los del departamento de Historia, que todavía hacen cábalas sobre qué desayunó Enrique VIII el día de la decapitación de Ana Bolena, o a los paleontólogos, que aún hoy no han logrado completar la biografía de un solo tiranosaurio rex.
—Hoy la Posthistoria ha hecho Historia —se burla el rector Magnus a través de su endomegáfono.
—Nunca me ha gustado llamarla así, Posthistoria —replica Forrester, crecido—. Siempre me ha gustado más la denominación Historia Objetiva.
—Ya sabes que no hay acuerdo en que sea objetiva. Se prefiere el apelativo menos polémico de Posthistoria, que hace referencia a la fuente primordial con la que se cuenta. Prehistoria, antes de la escritura. Historia, tras la invención de la escritura. Posthistoria, tras el primer registro de un dato personal informatizado en un archivo digital.
—Yo te digo que es Historia Objetiva. Déjame creer en mi profesión.
—¿Qué dato extraviado le costó más resolver, doctor Forrester?
Forrester satisface la curiosidad de otro joven compañero refiriéndole la historia de un tal Pierre Fignon, que se adentró durante diez minutos en una zona arbolada, a la cual no tenían acceso los satélites, dejando su teléfono móvil en el coche.
—Tuve que cruzar datos de más de 300 dispositivos electrónicos. Mi compañero, Leicester, que en paz descanse, estaba seguro de que el hombre había entrado ahí para masturbarse. Ya sabéis cómo era el viejo Leicester. Si no llega a sobrevenirle la muerte mientras hacía el amor con aquella prostituta, ahora mismo abril y marzo de 2015 estarían cerrados. Lo juro. Volviendo a lo del tal Fignon, la recompensa a tanto trabajo llegó. La actuación que ejecutaba resultó ser tan sorprendente como hermosa: se había adentrado entre los árboles para desenterrar una caja metálica llena de recuerdos y juguetes que había escondido allí siendo niño, en período histórico. Después de recuperarla lo mantuvo en secreto porque al tal Fignon no le gustaba pasar por sentimental; por eso tardamos tanto en averiguarlo.
Comparado con aquello, la actuación que cerraba febrero de 2014 y que había conseguido registrar esta misma mañana resultaba totalmente decepcionante.
—Francisco Bescós era un tipo con una vida electrónica bastante extrovertida; le importaba poco su intimidad. Creo que, al igual que otras personas de su generación, comprendió pronto que las redes sociales no se habían inventado para los tímidos. Ya teníamos registrada la totalidad de su vida, minuto a minuto, en nuestros servidores desde hacía años. Un descuido había hecho que la dejásemos incompleta. En realidad la actuación Francisco Bescós Comienzo 16/2/2014 13:32:13 GMT +1 Fin 16/2/2014 13:35:02 GMT +1 había sido cumplimentada con la actuación de 10 minutos antes, que se duplicó por accidente. Cuando nos hemos dado cuenta, no ha sido difícil de corregir. Hemos encontrado la actuación correcta ahí mismo, en el servidor en el que se almacena una revista digital llamada suburbano.net. No se nos escapa nada. Somos historiadores objetivos.
—Doctor Forrester —pregunta otro de los jóvenes, uno de gruesas lentes endofocales— ¿qué opina usted de quienes reniegan de tal objetividad?
—Oh —interrumpe Magnus—, se trata de sólo una cuestión nominalista.
—No, no sólo eso, Magnus —dice Forrester—. Negar que hacemos puro objetivismo me parece…
—Los detractores —sigue el cegato— afirman que no podemos hablar de tal cosa hasta que no dominemos la técnica de la interpretación de las ondas alfa que emite el cerebro y que, actualmente, quedan registradas en detectores que fueron instalados hace 200 años.
—Sí, lo sé —dice Forrester—. El lado oscuro de la mente, la mentira, el pensamiento, los sueños… Yo le digo que no es necesario esperar. ¿Para qué? ¿Para saber qué deseaba hacer una persona en lugar de hacer lo que hizo? ¿A quién le interesa una Historia de lo que pudo ocurrir? Desde siempre hemos sabido que no se puede juzgar a nadie por lo que dice. Mucho menos por lo que piensa o por lo que sueña. Lo que importa son sus actos.
—¿Pero no opina que la Posthistoria puede estar llenándose de hagiografías dedicadas a grandes farsantes hipócritas?
—Bueno, la sinceridad está sobrevalorada. Y el mundo sigue necesitando héroes.