En el artículo “En la cara”, que integra el volumen Flores en las grietas, Richard Ford (1944, Missisipi, Estados Unidos) ya había dejado en claro que la violencia es uno de los ingredientes habituales de su vida personal. “En el curso de mi vida le he pegado a mucha gente en la cara. A demasiada gente, estoy seguro”, escribía entonces. Y también había confesado que muchas veces había recibido su merecido en peleas callejeras o cuando practicaba boxeo en algún que otro club amateur. Y en un reportaje que le realizara Juana Libedinsky, y que apareciera en febrero de este año en el diario La Nación de Buenos Aires, a meses de cumplir sus 69 años afirmó que todavía, “aunque ya no hago esas cosas, dar un golpe en la cara sigue siendo un acto cuya posibilidad conservo”. En esa misma charla aseveró luego que “posiblemente todo mi interior sea pura violencia y necesite una terapia o tenga que volver a empezar mi vida con mejor rumbo”.
Hacia fines de 2012 Ford publicó una nueva novela, Canadá, tras en apariencia haber cerrado el ciclo de Frank Bascombe, el protagonista de El periodista deportivo, Día de la Independencia y Acción de gracias, un hombre ciclotímico e hipocondríaco que en su primera aparición lamentaba la muerte de un hijo pequeño, y que en el tercero de estos títulos, con más de veinte años de distancia y ya acercándose a los sesenta, se había convertido en un acomodado agente inmobiliario con las mismas incertidumbres psicológicas y afectivas de cuando era un simple cronista de deportes. En la trilogía, el escenario de aventuras y desventuras era un laberinto interior de difícil solución que, sin embargo, servía a Ford para trazar un diagnóstico del mundo exterior que involucraba no solo a una clase social sino a todo un país. Ahora, en el primer párrafo de las quinientas páginas de Canadá, el lector se encuentra con estas frases: “Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en las sendas que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no se contase esto antes que nada”.
Hechos y consecuencias
Dell Parsons tenía quince años a principios de la década del 60, una hermana melliza, un padre retirado de la Fuerza Aérea que intentaba vivir vendiendo automóviles y propiedades y haciendo oscuros negocios con unos indios dedicados al abigeato, y una madre de origen judío, anodina y solo buena para quejarse del matrimonio forzoso que había debido contraer estando embarazada de sus dos hijos. Establecida la familia en Great Falls, Montana, Dell intentaba aprender a jugar al ajedrez, esperaba montar un apiario y continuar sus estudios secundarios, en tanto todo el mundo a su alrededor parecía no esperar nada de verdadera importancia. Algunos malos negocios emprendidos por el padre, algunos resultados nefastos producto de sus mediocres habilidades, lo llevan a planear un robo a un banco de Dakota del Norte para devolver un dinero por el que lo estaban amenazando. Y los resultados son obvios. La madre decide acompañar a su esposo para evitar que este involucre a Dell en el ridículo operativo, y pocos días después ambos terminan encarcelados.
Y como es habitual en su obra, en esta novela se cumple uno de los preceptos básicos de Ford: más que los hechos que ocurren, importan sobre todo las cosas que los explican en tanto partes constitutivas de sus criaturas, y las consecuencias que de ellos se derivan. El fallido golpe lleva a Dell rumbo a Canadá, de manos de una amiga de la madre, y el episodio lo obliga también a separarse de su hermana, con quien se volverá a encontrar recién en la vejez, el tiempo real desde donde la historia es narrada.
Y todo, otra vez Ford en su absoluta pureza, trascurre en el terreno del lenguaje, más allá de las geografías concretas que irá describiendo: la fineza con que este maestro de las palabras se sumerge en los mundos interiores de sus agonistas, sus dudas, sus tribulaciones, en definitiva su falta de voluntad, son tan decisivas que pueden provocar el alud al que se verá sometido este adolescente. El dilema que va creciendo página a página terminará haciendo eclosión en una pregunta que lleva implícita su categórica respuesta: ¿está el ser humano preparado para afrontar el futuro, la siguiente etapa de su vida, y con ello la importancia de poder decidir entre el bien y el mal?
Lejos y cerca
Dell deberá aceptar ser trasplantado a un mundo que le resulta absolutamente ajeno. Deberá establecerse bajo la tutoría de un individuo misterioso que regentea un hotel en una pequeña localidad canadiense, en medio de la nada y cercana a la frontera con Estados Unidos. Quedará sometido al cuidado de un mestizo de incierta cultura, y empezará a trabajar preparando escondites y señuelos para que los “Sports”, una suerte de cazadores furtivos que se alojan en dicho hotel, se dediquen a abatir gansos salvajes que, en bandadas interminables, surcan el helado cielo cuando se va acercando el invierno. Y si bien, como ha dicho el propio Ford, Canadá “es un país reparador”, la atmósfera de sorda violencia en el que transcurrirán esos primeros días para Dell lo marcarán de por vida.
La novela tiene momentos y episodios memorables: la relación con sus padres, la noche previa al arresto de estos y lo que luego, ese mismo día, ocurrirá cuando se queden solos con su hermana, el viaje emprendido en un viejo automóvil rumbo a ese otro mundo, los vínculos con esa nueva y extraña familia en un escenario que parece tener algunos tintes autobiográficos –Ford debió pasar casi toda su adolescencia con su abuelo materno, que regenteaba un hotel y en su juventud había sido boxeador-, una visita que hace a un internado de señoritas, los anunciados homicidios, los reencuentros finales. A lo lejos –pero demasiado cerca- ha quedado también una nación que se apronta a vivir la década de mayor violencia política del siglo XX: el comienzo de la adolescencia de Dell –y también el de Ford- es contemporáneo a la postulación de John F. Kennedy a la Presidencia, que aparece una y otra vez en los medios como una suerte de ruido de fondo, y a todo lo que vendrá después.
La vida de Dell se va construyendo como un callejón sin salida, y poder escapar le llevará la vida entera. Recién en 2011, cuando el narrador ha pasado los 60 años, comenzará a poner los puntos finales a su extendida peripecia. Ese es el momento de reconocer que ha tenido una vida en cierto modo feliz, construida desde la nada y sin jamás haber regresado a su país de origen, aunque con la ambivalencia de no haber hecho justicia con sus padres, ni con la errática existencia de su hermana, ni con sus propios e incesantes recuerdos, por fin ordenados pero siempre inasibles. Estamos ante otra obra mayor de uno de los mejores novelistas de nuestros días.
Canadá, de Richard Ford, Anagrama, 2013, 510 páginas.