
Stanley Kubrick (1920-1998), el cineasta estadounidense, y Arthur C. Clarke (1917-2008), el novelista británico de ciencia ficción, se conocieron en abril de 1964 en Nueva York y comenzaron una colaboración que tendría por objeto hacer una película sobre el futuro de la humanidad, incluyendo en ella conceptos como el viaje espacial, la evolución humana, la inteligencia artificial y el contacto primero con una civilización extraterrestre. Ambos artistas se pusieron de acuerdo y continuaron, con su respectiva lluvia de ideas, hacia un sueño en común: la creación de una película que empezó su etapa de preproducción en 1965, pero que no se estrenaría hasta 1968: 2001: una odisea espacial, que para muchos fue la obra magna de Kubrick y que, en el caso de muchos espectadores, fue el filme más trascendente de su tiempo. El propio Clarke escribió en la revista New York (8-IV-1968) que:
Los primeros pasos del largo camino que me llevó a 2001: Odisea del espacio se dieron en marzo de 1964, cuando Stanley Kubrick me escribió a Ceilán diciéndome que quería hacer la famosa película de ciencia ficción «realmente buena». Como este tema había sido mi principal preocupación (aparte de los descansos por la Segunda Guerra Mundial y la Gran Barrera de Coral) durante los 30 años anteriores, esta carta despertó naturalmente mi interés. La única película de Kubrick que había visto en ese momento era Lolita , que me había gustado mucho, pero los rumores sobre Dr. Strangelove me llegaban cada vez en mayor número. Sin duda valdría la pena hablar con Kubrick; sin embargo, me negué a dejarme emocionar demasiado, sabiendo por experiencia propia que la tasa de mortalidad de los proyectos cinematográficos es de aproximadamente el 99 por ciento… Kubrick llegó justo a tiempo a nuestra primera reunión y resultó ser un neoyorquino (para ser más precisos, del Bronx) de unos 30 años, de estatura media y bastante tranquilo. Iba bien afeitado, aunque desde entonces se ha dejado crecer la barba. La principal impresión que me causó —y todavía conservo— aquella primera reunión fue la de una inteligencia inquieta y escrutadora, con una curiosidad sin límites por el universo. Kubrick habría sido un buen científico; insiste en saber cómo funciona todo y capta nuevas ideas, por complejas que sean, casi al instante.
A Kubrick se le ha tratado de ver como un ermitaño, como un creador solitario y neurótico, pero en realidad no fue un director atípico para su época y profesión, ya que hizo lo que muchos otros directores hicieron para mantenerse trabajando: saltar de las películas policiacas a las de soldados romanos, de la comedia negra a las cintas de guerra, del terror laberíntico a la ciencia ficción. La diferencia fundamental entre los demás directores de estudio y él es que Kubrick nunca aceptó vender su libertad creativa por un puñado de dólares, nunca sacrificó su visión a los imperativos comerciales de Hollywood. 2001 pudo ser, simplemente, uno más de los filmes de ciencia ficción de su tiempo: una aventura de astronautas y monstruos del espacio exterior. No lo fue porque el genio de Stanley y por su capacidad de reunir un equipo de trabajo tan talentoso como para aceptar los retos que Kubrick les puso en el camino durante los casi cinco años que duró producir esta cinta excepcional.
¿Qué es lo que hace tan relevante a 2001? ¿Cuáles elementos la convierten en una obra maestra? En primer lugar su ruptura radical con el género mismo de la ciencia ficción. En las grandes películas anteriores prevalecía más la ciencia como pedagogía o la fantasía en clave de horror. Eran filmes de indios y vaqueros puestos en un escenario futurista y vestidos de extraterrestres y astronautas, que se disparaban entre sí no con revólveres sino con pistolas de rayos láser. Kubrick, en cambio, quería que 2001 fuera una sinfonía visual, que su cinta asombrara por su majestuosidad y su rareza, por su ambición por contar el desarrollo de la humanidad, desde nuestros orígenes hasta el futuro que nos esperaba, sin una trama tradicional, comprensible. Su película era una cinta experimental de principio a fin. Y aunque se apoyó en cuentos e ideas del escritor británico Arthur C. Clarke, nuestro director transformó el guión de éste en un misterio cósmico que, de forma minimalista, requería el mínimo de diálogo y el máximo de efectos especiales. Cuando Clarke vio el producto terminado descubrió, para su malestar, que su contribución había sido menor de lo esperado. Por todas partes, en los largos silencios, en las tomas espectaculares, en la narrativa misma, estaba la mano de Stanley contando su historia en un estilo abstracto, con una belleza cinética que venía más de la pintura que de la literatura, que tenía más puntos de contacto con los pintores románticos y surrealistas que con la ciencia ficción de la era espacial. Y si hablamos de drama, 2001 es más una película de cine mudo, de pantomima, que una cinta hablada. El lenguaje, para Kubrick, es insuficiente para tratar los temas del infinito, de la eternidad, de la mutación. La única premisa que tomó de Clarke es que la ciencia de otras civilizaciones más avanzadas a nosotros, los terrestres, nos parecería magia, portento milagroso.
Por otra parte, hoy que las películas de este género requieren centenares si no es que miles de personas para hacerlas posibles, cuando uno ve los créditos finales de este filme descubre que nuestro director sólo contó con el apoyo de unas decenas de creativos, entre ellos Pierre Boulat, Tom Howard, Geoffrey Unsworth, John Alcott, Dan Richter, Con Pederson, Roger Caras, Harry Lange, Doug Trumbull, Andrew Birkin, Stuart Freeborn y Bill Jeffrey, que lograron darle un sentido especial a los efectos especiales de una era en que lo digital apenas se concebía. Lo importante es que nuestro director trabajó, a veces mano a mano, en cada una de las etapas de su obra maestra. De él fue la última palabra a la hora de elegir tal detalle, tal escena, tal vestuario o maquillaje. Nunca permitió que los demás –fueran directivos o colaboradores- lo sacaran del camino trazado para crear mundos que son suyos y de nadie más.
Hoy, a cincuenta años de distancia de su estreno, podemos ver que Kubrick no quería explicar nada sino mostrar el horizonte de posibilidades que el provenir nos deparaba en áreas tan vitales como la evolución humana, la inteligencia artificial, la censura de los medios (lo que hoy llamamos Fake News), el viaje espacial como experiencia aleccionadora y el contacto con los extraterrestres y las formas simbólicas de comunicación entre especies extrañas. No es poca cosa para una cinta hecha en los años sesenta del siglo XX, cuando la ciencia ficción todavía era considerada un género para niños.
Para lograr todo esto, Kubrick no llenó de información al público sino que lo llevó a esa travesía con los ojos bien abiertos, a través de una visión trascendente, plena de detalles únicos, originales, sorpresivos, fascinantes: la música fueron piezas clásicas del siglo XIX y música electrónica con voces que parecen provenir de otras realidades. Y en cuanto a darle pistas para que el público entendiera la trama, sólo puso unos cuantos letreros para situar la acción y dejó que cada espectador sacara sus propias conclusiones. 2001 fue una cinta futurista no por el decorado o las naves espaciales, sino por la experiencia visual del porvenir que en esta cinta se expone con un toque artístico, uno que nadie pensaba entonces posible para el género cinematográfico de la ciencia ficción. Pocas películas logran hacernos sentir que estamos ante lo desconocido, que nuestra comprensión racional ha llegado a su límite.
Por eso podemos afirmar que 2001 inaugura la madurez de la ciencia ficción como la narrativa visual de nuestro tiempo. En buena medida es como el monolito que aparece en prólogo: un objeto negro, impenetrable, misterioso. Un mensaje(ro) que nos dice: si quieres saber lo que soy acude a mi llamado, acepta el desafío, mira lo que te espera. Kubrick es, sin duda, el mago mayor de un viaje que sigue tan deslumbrante y catártico a cincuenta años de su debut, tan enigmático y maravilloso entonces como ahora. Ya el propio Stanley lo dijo: “Tú eres realmente un creador cuando te ganas al público en tus propios términos, cuando logras que cada espectador se pregunte qué sigue, cuando no les das espacio para que se pregunten por el cómo está pasando o el por qué, mientras logres sostener su interés mostrándoles algo increíble en forma realista, mientras hagas que su pulso se acelere por lo que están viendo”. O como Clarke lo anunciara:
Resulta cada vez más difícil distinguir entre ficción y realidad. Espero que en 2001: Odisea del espacio Stanley y yo hayamos contribuido, de manera constructiva y responsable, a la confusión, pues lo que hemos intentado hacer es crear un mito realista, apropiado para nuestro tiempo; y es posible que tengamos que esperar hasta el año 2001 para ver hasta qué punto hemos tenido éxito.
Todas las grandes películas de ciencia ficción posteriores a 2001: una odisea espacial aprendieron de tal lección. Sólo hay que ver lo hecho por directores más jóvenes en las décadas siguientes, como George Lucas, Steven Spielberg, Ridley Scott o James Cameron. Todo el cine contemporáneo proviene de una tribu de primates y un monolito en el alba de la humanidad. Si el futuro es su propia travesía, ¿por qué no lanzarse a disfrutarla? Si la vida es una experiencia sensorial, ¿por qué no compartirla entre todos? Si la humanidad no termina con nosotros, ¿para qué tanto escándalo?








