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Subsuelo, la nueva novela de Marcelo Luján. Caminar a tientas por la cueva de la serpiente.

Subsuelo.

Marcelo Luján.

Editorial Salto de Página, 2015.

A propósito de Alfred Hitchcock (a propósito de quién, si no), un profesor de Comunicación Audiovisual de la universidad nos enseñó a explicar con palabras precisas ese fenómeno tan ambiguo que llamamos suspense. En una escena hay suspense, decía, cuando el espectador posee más información que James Stewart acerca de un peligro que amenaza al buen Jimmy. Por ejemplo, un plano corto desvela una bomba de relojería adosada bajo un escritorio; a continuación, la cámara pasa a mostrarnos una distendida charla entre Jimmy y Grace en la misma habitación que va a estallar por los aires. Saber que hay una bomba, saber que el protagonista de la escena no lo sabe, provoca un estado de placentera ansiedad en el espectador. Eso es suspense. Y suele llevar asociadas reacciones como agitar mucho la mano, morderse los nudillos, morderse las uñas, incluso morderse los ojos con los párpados, blasfemar y pensar «James Stewart, la que te va a caer…»

El mecanismo del suspense, por tanto, depende de un manejo inteligente de la información. El ejemplo de la bomba sería un caso sencillo por el que comenzar, dado que no existen excesivas variables en juego: una bomba, un escritorio que la oculta, Jimmy y Grace. Por supuesto, todo puede sofisticarse hasta el infinito. Lo que nos lleva a hablar de Subsuelo, la nueva novela de Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973).

 Subsuelo portada

Porque, de todas las notables cualidades que podemos mencionar de Subsuelo, hay una que, para mí, trasciende los límites de la maestría: cómo se administra la información en las páginas de esta magnífica novela.

Se presenta, Subsuelo, como un laboratorio en el que experimentar. Un terrario en el que observar las conductas de los «ejemplares» que encerramos en su interior. Una parcela perdida en la sierra madrileña en la que el autor aisla a una pareja de mellizos adolescentes, Fabián y Eva, y a su madre, Mabel. Un accidente brutal en las primeras páginas de la novela desempeña la función de «variable independiente» de este experimento. Y lo que provoca es la liberación de una bestia silenciosa y perversa que entrelaza las voluntades de los personajes, permitiendo una relación de dominación, humillación, mentiras y chantajes. La trama de Subsuelo concentra la esencia del mal en el más diminuto de los frascos. Incluso en este sencillo terrario pesan más los túneles invisibles, que lo socavan e infectan, que las palabras o los actos.

Lo que nos devuelve al asunto de la información. Porque el grandísimo acierto de Luján consiste en sentar al lector a jugar una partida de cartas con los tres personajes principales. La baraja representa todo lo que hay que saber, todo lo que ocurre y ocurrió en esa remota parcela. El autor hace de crupier, mezcla bien las cartas y las reparte entre los jugadores. ¡Zas! Ahora te toca descubrir con qué naipes juegan los demás.

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©Laura Muñoz

Aquí ya no se trata de que el lector sepa más que los protagonistas, como en el ejemplo de la bomba de Jimmy. No. El lector a veces sabe más que los protagonistas. Pero a veces sabe menos. A veces sabe que sabe menos que los protagonistas. Y a veces ignora que le falta información. A veces, incluso (y en estas ocasiones, el texto me maravilla), el lector no sabe lo que sabe. Porque el narrador se erige en una voz tan poco fiable, tan cargado de inconcreciones y ambigüedades, que el lector necesita de un esfuerzo extra por descifrar la verdad. Así, todo cuanto ocurre se desvela como un fantasma que cruza un corredor oscuro: hay que presenciarlo, al menos, dos veces para asegurar que sí, que lo hemos visto.

Esta sensación de estar recorriendo a tientas los oscuros túneles de un nido de víboras está tan lograda, en términos técnicos, que merece un párrafo aparte. En primer lugar, Luján opta por unos tiempos verbales fuera de lo común: abunda el uso del futuro y del presente continuo, de forma que el narrador parece anticiparse a las acciones de los personajes; la impresión que esto provoca en nuestros oídos es la de cualquier predicción, la cual uno nunca puede dar por cierta al 100% hasta que no se cumple. También abundan las descripciones ambiguas, el uso de inconcreciones, el cambio repentino de punto de vista, o las frases disyuntivas con las que el narrador parece corregirse a sí mismo. El lenguaje magistralmente utilizado para generar confusión, para generar desasosiego, mucho más desasosiego que una bomba adosada bajo un escritorio. Los hechos, ¿ocurren o no ocurren? Los objetos, ¿existen o no existen? Los personas, ¿son así? ¿Pueden realmente ser así? ¿Pueden realmente haber obrado así?

En resumen, Subsuelo propone un nuevo punto de vista sobre el significado del mal, sobre esa difusa frontera donde se acaba o comienza lo humano. Un pulso narrativo tan intenso que cada frase se afronta con el mismo espíritu que le invadiría a uno si se viera obligado a bajar a un sótano oscuro una noche de tormenta. Mi recomendación para leer Subsuelo es que se sumerja usted en ella como si tuviera que acompañar a Jimmy y a Grace en esa conversación con bomba bajo el escritorio. A sabiendas, claro, de que en ese escenario que propone Luján hay muchas más bombas que las que usted es capaz de ver. Y de que, por el contrario, las que usted ve, quizá no sean bombas. Prepárese para sentirse deliciosamente incómodo. Para una ansiedad incomprensiblemente placentera.

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