Search
Close this search box.

Inmigrantes de lengua

Aleksandra Lun es polaca, Gliwice, 1979, y ha escrito Los palimpsestos originalmente en español. Éste es su primer libro, dicen las tapas del volumen editado por Minúscula, pero Lun es una solvente traductora y cada traducción le confiere, ¿por qué no?, una autoría. Estudió filología hispánica y quizá de ahí, o quizá fue eso lo que la llevó hasta esa carrera, le viene el placer por la lengua. Porque, además de haber escrito una novela deliciosa y desternillante, Aleksandra Lun sorprende con una prosa ágil, elástica, envolvente, precisa. Vacía de condecoraciones a sí misma, pero con una gran soltura rítmica, su escritura no da tregua al lector sensible al cuidado del lenguaje. Quizá la autora consigue esta proeza por lo que dice Gombrowitz a Czeslaw Przesnicki, protagonista del libro, en la página 79: “En una lengua extranjera uno no puede hacer frases potentes, ni ágiles, ni distinguidas, ni finas, pero ¿quién sabe si esta dieta obligatoria no resultará buena para la salud?”.

Los palimpsestos es el diario personal (pero no sólo eso) del escritor polaco Czeslaw Przesnicki, internado en el hospital psiquiátrico de Lieja después del suicidio de su amante, un tal Ernest Hemingway, en la Antártida. La razón de su internamiento no es la pérdida del ser amado, sin embargo, sino haber escrito su primera novela en antártico, lengua de la que no es nativo. A través de la terapia bartlebiana que recibe en el sanatorio (de cuya sala de tratamientos se escapan gritos en idiomas inidentificables), el polaco debería conseguir la reinserción lingüística, o sea, aceptar que no debería ir por ahí escribiendo en lenguas que no son la suya.

La terapia bartlebiana fue diseñada por el doctor Pasavento y la autora da esta clave en las primeras páginas del libro para que no se pierda uno de los muchos juegos metaliterarios que propone en su novela: la referencia a Bartleby y compañía, libro en el que Enrique Vila-Matas (creador del personaje de Pasavento, que muchos consideran su álter ego) hace un repaso de los escritores que prefirieron no escribir. Hipertexto, inspiración, homenaje o ludibrio, Los palimpsestos es, también, un desfile de escritores singulares, pero de otro tipo: aquellos que por una u otra razón produjeron su obra en una lengua diferente a la materna.

No hay rastro de academicismo o pedantería en Los palimpsestos a pesar de la cantidad de apariciones de escritores en sus páginas. Y ese es uno de los atractivos más grandes del texto: que no trata de instruir al lector, que lo respeta, que le presupone una inteligencia y una curiosidad que a veces ciertos escritores insultan con la sobreexplicación. Samuel Beckett, Agota Kristoff o Joseph Conrad, entre otros, irrumpen violentamente en la sesión de psicoterapia diaria de Czeslaw Przesnicki para hacerlo llorar, para romper cosas, para sentar cátedra, para insultar a la doctora por su estupidez.

El libro es muchas cosas, pero no voy a decir que sea inclasificable. Si lo hiciese, estaría dando por sentado que hay otras obras literarias que sí pueden ordenarse y colocarse en baldas específicas de la estantería de la literatura. Y eso sería ponerse del lado de la rígida psiquiatra que acusa a Karen Blixen de querer la anarquía literaria y se pregunta, convencida de su cordura: ¿cómo se clasificarían los libros en las bibliotecas? (117). Czeslaw Przesnicki huye de los escritores antárticos y de los escritores polacos. Tanto unos como otros lo han perseguido, maltratado, secuestrado, golpeado con los manuscritos de sus propias novelas y de los clásicos de su cultura. Los antárticos no consienten que un extranjero se haya atrevido a escribir en una lengua que no le es nativa; los polacos no perdonan a Czeslaw Przesnicki que haya humillado su idioma materno al escribir en una lengua extranjera. La autora tira la piedra de la reflexión con las manos ingenuas de los personajes que circulan por el sanatorio. Lun consigue, con mucha gracia, hacer un chichón al lector desprevenido: ¿quién es el loco aquí?

Enmarcados por una presentación del propio Przesnicki y una carta final, los once capítulos centrales del libro son una divertidísima reelaboración de los motivos recurrentes de la obra: los sueños, el padre Kalinowski, las visitas a la psiquiatra, un pájaro asesinado por otros pájaros, el aria Casta Diva, la irrupción de un escritor que hace llorar a Czeslaw Przesnicki. Los palimpsestos es un ejercicio casi matemático para agotar las posibilidades del lenguaje y de la condensación de conceptos.

¿Y si las constricciones no limitan al arte, sino que lo potencian? ¿Y si escribir alejado de los automatismos de la lengua que se conoce nativamente es mejor para la literatura que hacerlo en la comodidad del idioma materno? El OuLiPo ya se encargó, y se encarga, de defender la literatura con limitaciones. Aleksandra Lun no es la primera en proponer estas ideas (más corsé, más creatividad), pero desde luego ha recopilado aquí unas evidencias muy valiosas. Además, con la escritura de Los palimpsestos, Lun ha pasado a convertirse en prueba viva de su propia teoría. Y es una prueba irrefutable. Bravo.

Los palimpsestos, de Aleksandra Lun, Minúscula, Barcelona, 2015. 164 páginas.

Suburbano Ediciones Contacto

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
WhatsApp
Reddit