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#CuentoManía 2017: El vendedor de sombreros

El vendedor de sombreros, de Claudio Rynka, fue elegido el sábado 9 de diciembre de 2017, por un jurado presidido por José Ignacio Chascas Valenzuela e integrado por Rosario Valenzuela y el voto del público, ganador de la tercera temporada del concurso de cuentos y lectura en vivo CuentoManía.


Caía la noche en la ciudad cuando el sujeto entro por la puerta principal del hotel. Su aspecto era de un hombre de negocios formalmente vestido, saco, corbata y maletín negro. Hasta ahí todo normal, salvo por un detalle: no tenía cabeza.

Yo con los años de experiencia de conserje de hotel y acostumbrado a ciertas rarezas mantuve la calma.

—Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarle? —le pregunté con voz firme.

—Tengo una reserva a nombre de Salvador Della Testa —contestó

—Claro, caballero ¿me permite su tarjeta de crédito y documento? —quería ver la foto carnet, que para mi asombro, no tenía cabeza.

Tantas veces yo creí haber perdido la mía, sin embargo cada vez que me veía en el espejo, o en una foto, estaba ahí. Quizás sin merecerla, pero ahí estaba. Acompañándome día a día, por error u omisión, pero en el mismo lugar. Firme entre los hombros. Suerte o desgracia, no lo sé, pero, ¿qué le habrá pasado a este pobre hombre? ¿La habrá perdido en un juego de cartas? ¿Habrá tenido un accidente? ¿Estaría enamorado? ¿Una calvicie profunda? Eran todas conjeturas. Sin preguntar al respecto, entablé una conversación informal.

—¿Negocios o placer?

—No, solo negocios. Estoy muy ocupado, me quedo dos días en la ciudad.

—¡Qué pena! —le comenté.

—La ciudad tiene muchos atractivos para disfrutar.

—Quizás la próxima vez. Estoy muy cansado, he visto muchos clientes hoy.

—¿A qué se dedica? — le pregunté intrigado.

—Vendo sombreros —contestó.

Contuve la risa por temor a que me viera, pero ¿cómo?, era imposible.

—Adelante, ríase, es lógico, dada mi condición, pero mucha gente necesita sombreros. Son fundamentales para no perder la cabeza —y continuó.

—Hay personas que pierden la cabeza por amor, otras por dinero, o por envidia, etcétera, etcétera. Mi trabajo es venderles el sombrero adecuado para cada ocasión, ¿me entiende? Soy como un médico, un terapeuta, que ayuda a la gente a no perder la cabeza. Sin ir más lejos hoy vi un cliente que estaba a punto de perderla porque se le escapaban las ideas. El señor es un publicista y siempre que tiene una buena idea, esta intenta huir, ni siquiera es capaz de atraparla. Trato varias veces de transcribirlas, pero las ideas van más rápido que la pluma, ¿comprende? Yo le hice probar varios sombreros de mi catálogo, hasta que uno de copa alta funcionó. ¿Sabe por qué?, fácil, las ideas se fugaban, pero la elevada copa del sombrero les permitía jugar y volver contentas a su cabeza y así tenerlas por más tiempo. Y ahora disculpe, pero estoy muy cansado. ¿Cuál es mi número de habitación?

—¡Oh sí! —le indiqué señalando con mi brazo extendido el corredor a la izquierda.— su cuarto es el 121.

—Muchas gracias y buenas noches —me deseó mientras se alejaba.

—¡Espere, Della Testa!, no lo puedo dejar ir sin antes hacerle una pregunta.

—Adelante, amigo, pregunte —me alentaba— . Vamos, anímese.

—Y usted, ¿por qué la perdió?

Se detuvo en el medio del pasillo y mirándome fijo, me dijo: —¡Oh no! la mía la dejé en casa, si la llevo puesta nadie me compraría los sombreros.

Por Claudio Rynka


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