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No debiste asustarme

No debiste asustarme

tengo miedo a cada instante, es verdad

el terror invade mis sentidos

no lo puedo remediar.

No debiste asustarme, El último sueño

 

Ahora es media noche, acabo de regresar de mi trabajo. Soy parrillero en un McDonald’sy salgo muy tarde; como el apestoso restaurante queda muy cerca de casa, me regreso caminando. Una avenida tranquila, un tipo que sale de la nada: un travesti —les dicen así—. Me mostró el pito debajo de su falda, una falda negra de lunares blancos. Era tosco como Selena, pero más aindiado. En su pretina: una navaja, una navaja de resorte. Yo nada, ni siquiera el paraguas. “Me das asco” —le dije—. “¡Joto!”, se enojó, mucho se enojó. “Te voy a partir el culo”—me gruñó—. Escupía, el transgénero —también los nombran de esta manera—. Me quité la bota, le di en la cara —pareció dolerle mucho—lloraba de un ojo, el ojo izquierdo. “Te voy a desgarrar el culo” —decía—, yo apretaba las nalgas, todas mis fuerzas en el ano, lo más cerrado que pudiera; ningún marica me iba a forzar. Intentó tocarme. Me ofendí, mucho me ofendí.

Taekwondo. Recordé las clases, tendría ocho años: Integridad, perseverancia, autocontrol: “el verdadero maestro no es un especialista en matar gente sino en defenderse de quienes lo atacan”, decía el profesor. Me fui de frente, luché, yo pelee: puntapiés, bofetadas, un rodillazo. Él, azorado, sí, apestaba a alcohol, bufaba, se pandeó: una vomitada torrencial, amarilla. Fue ahí cuando le arranqué su navaja, la navaja automática. Qué bonita era, se accionaba con un botón en el mango: ¡flliiiint!, le hacía la hoja al abrirse. Hundí, la enterré en su estómago, expelía, primero amarillo después rojo. Le di unas palmaditas en la espalda, que sacara todo el mareo, ya no era basca sino sangre. Nunca había escuchado ese sonido. ¡PUM! Cuando enterré la de resorte. Fuerte, pellejo duro que se abre, y quise escucharlo otra vez, numerosas veces: Inercia. ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! ¡PUM! Hasta que reaccioné, corrí a casa: la conciencia. Pobre bujarrón. Ni siquiera le di tiempo para corrérse y yo con la navaja. No debiste asustarme.

 

 

Foto: Mark Seliger

 

 

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