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Lolita y el malhadado retruecanista

Esteban Lozano

Vladimir Nabokov por Horacio Oriolo«Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta.

«She was Lo, plain Lo, in the morning, standing four feet ten in one sock. She was Lola in slacks. She was Dolly at school. She was Dolores on the dotted line. But in my arms she was always Lolita.»

Es decir:

«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprendiendo un viaje de tres pasos paladar abajo para posarse, en el tercero, en los dientes. Lo. Li. Ta.

«Era Lo, simplemente Lo, por la mañana, cuatro pies y diez pulgadas con una sola media. Era Lola en pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores en la línea punteada. Pero en mis brazos era siempre Lolita.»

Así comienza «Lolita», la «escandalosa» novela de Vladimir Nabokov (no cuento el prólogo, atribuido a un tal John Ray, Jr. pero escrito por el mismo Nabokov) dejando sentado el tono que el refinado Humbert Humbert —personaje central y narrador— imprimirá a su confesión, escrita en cautiverio y terminada poco antes de su muerte, ocasionada por una trombosis coronaria que lo «salva» de la engorrosa situación de ir a juicio por homicidio. H.H. ha escrito su borrador —presentado en el prólogo como no corregido por su autor— comenzándolo en una guardia psiquiátrica y finalizándolo en su celda.

«¿Tuvo ella un precursor?», es la frase que sigue al texto más arriba transcripto. «Lo tuvo, por supuesto que lo tuvo. De hecho, podría no haber habido Lolita en absoluto si yo no hubiese amado, un verano, a cierta niña inicial. En un principado junto al mar». Más tarde en la novela nos enteramos en detalle de este episodio traumático durante la adolescencia de Humbert Humbert —un coito interrumpido— que puede haber sido el origen de su paidofilia. Humbert Humbert, el malhadado retruecanista (“illstarred punster”: la expresión pertenece a ese soberbio retruecanista que era James Joyce) que nos cuenta detalladamente su obsesión por Lolita, sus perversos goces y sus profundas tristezas.

LA CENSURA

«Lolita» debió enfrentar a la censura imperante en la época de su publicación, la década de 1950, como, a su turno, debieron hacerlo las versiones cinematográficas de Stanley Kubrick —que se filmó en Inglaterra en 1962— y Adrian Lyne —realizada en Estados Unidos en 1997—, vale decir, en las postrimerías de una década durante la cual los casos de paidofilia, pornografía infantil y turismo sexual fueron ganándose un lugar destacado en los medios de comunicación, lo que mantuvo al filme de Lyne «enlatado» durante dos años. Si bien fue escrita en inglés y en los Estados Unidos, país en el que Nabokov —nacido en San Petersburgo, Rusia, el 23 de abril de 1899 en el seno de una familia acomodada— se estableció en 1940 junto con su esposa Vera y su hijo Dmitri y en el que dio clases de literatura rusa en las universidades de Wellesley (1941-1948) y Cornell (1948-1958), su novela fue publicada por primera vez en Francia, en septiembre de 1955, por el sello Olympia de París, que contaba con una colección de literatura erótica (hecho ignorado por el autor en aquel momento: Nabokov sólo conocía al editor Maurice Girodias por sus previas publicaciones que incluían trabajos de autores importantes aunque controversiales como Jean Genet, no por la colección que ostentaba títulos como «Hasta que ella grite» o «La vida sexual de Robinson Crusoe»). Tres años más tarde, «Lolita» se publicaba por primera vez en los Estados Unidos, donde había sido rechazada por cuatro editoriales antes de su edición francesa.

En el invierno de 1956 había recibido los elogios de Graham Greene en Inglaterra, que llamó al de Nabokov «uno de los mejores libros de 1955». Esto ocasionó la iracunda respuesta de un columnista del «Sunday Express», que llevó a Greene a replicarle desde «The Spectator». Bajo el título de «Albion», el «The New York Times Book Review» del 26 de febrero de 1956 aludió brevemente a la citada polémica, llamando a la de Nabokov «una larga novela francesa» y ni siquiera mencionando el nombre del autor. Dos semanas más tarde, «The Times», debido al fluido correo que dicho artículo generara, dedicó al tema dos tercios de columna citando en extenso a Greene. Así comenzó la existencia subterránea de «Lolita» en los Estados Unidos, que se hizo pública en el verano de 1957 cuando «The Anchor Review» de Nueva York dedicó 112 de sus páginas a Nabokov. Se incluía en ellas “una excelente introducción”, al decir del ensayista Alfred Appel, Jr., un largo fragmento de la novela y un artículo escrito por el mismo Nabokov: «Sobre un libro titulado Lolita» (desde entonces incluido en cada reedición de la novela a manera de post-facio) En el citado artículo, Nabokov expresaba: «Para mí un trabajo de ficción existe sólo hasta donde me permite experimentar lo que contundentemente llamaré arrobamiento estético, que es la sensación de estar, de algún modo, en algún lugar, conectado con otros estados del ser donde el arte (curiosidad, ternura, bondad, éxtasis) es la norma. No hay muchos libros así. Todo el resto no es sino basura temática o lo que algunos llaman Literatura de Ideas, que muy a menudo es basura temática que viene en grandes bloques de yeso cuidadosamente transmitidos de generación en generación hasta que llega alguien con un martillo y le hace una buena rajadura a Balzac, a Gorki, a Mann». Su tema, espinoso, era lo menos importante de la novela para aquel ruso erudito en más de una materia. Valga mencionar aquí su pasión por la entomología: fue un distinguido investigador en el área de lepidópteros del Museo de Zoología Comparada de Harvard entre 1942 y 1948, publicó varios artículos sobre el tema y recorrió casi todos los Estados Unidos con su esposa, cazando y clasificando mariposas (viaje que le sirvió, además, para dar color local al que H.H. y Lolita realizan en la novela). Cuando Appel visitó a Nabokov en su casa de Montreaux, Suiza, para entrevistarlo, Nabokov (a quien el ensayista compara, por su increíble memoria, con «Funes el memorioso», el personaje de Jorge Luis Borges) le dio un ejemplo de sus conocimientos entomológicos al describirle en qué clase de escarabajo exactamente se convierte Gregor Samsa en «La metamorfosis» de Franz Kafka: «Se trata de un escarabajo pelotero, un escarabajo con las alas retraídas y ni Gregor ni su creador se dieron cuenta de que, cuando la mucama arregla su habitación y la ventana está abierta, podría haberse echado a volar, escapando y uniéndose a los felices escarabajos peloteros que hacen rodar sus bolitas de excremento por los senderos rurales». Nabokov le preguntó a Appel si sabía cómo pone sus huevos un escarabajo pelotero y, ante la negativa, incorporándose, Nabokov imitó el proceso encorvando la cabeza hacia la cintura mientras caminaba lentamente a través de la habitación, haciendo rodar una invisible bola de excremento con sus manos, hasta que su cabeza quedó hundida entre ellas y puso los huevos.

«Lolita», la décimosegunda novela de Nabokov, es habitualmente vista como un caso al margen del resto de su obra, lo cual constituye, según Appel, un error de apreciación ya que aparecen en ella temas que siempre han ocupado a su autor, sólo que aquí lo hacen en su forma más oscura y cómica. Hay al menos dos novelas anteriores de Nabokov que parecen anticipar a «Lolita»: «Laughter in the Dark» («Risas en la oscuridad», 1932) y «The Gift» (escrita entre 1935 y 1937).

La novela causó revuelo en los Estados Unidos, Inglaterra, Italia y Francia, trepando rápidamente a la lista de best-sellers: se habían vendido 14 millones de ejemplares antes de que comenzara la década de 1960. Esto, sumado a la venta de los derechos cinematográficos para el filme que realizó Kubrick, le valió a Nabokov alcanzar por fin la soñada libertad económica que le permitió dejar sus clases de literatura como medio de vida para dedicarse de lleno a escribir, lo cual hizo desde su casi inmediata mudanza a una modesta cabaña en Montreaux, Suiza, hasta su muerte en 1977.

LA PROEZA

«Lolita» brindó a Nabokov la oportunidad de desplegar toda su pirotecnia verbal y de realizar las alusiones y elusiones y los juegos de palabras a los que siempre había sido tan afecto en su idioma materno, pero esta vez en inglés. Todo un portento: se han escrito infinidad de artículos y libros de ensayo sobre la obra de Nabokov, tanto acerca de los libros escritos durante su etapa rusa como acerca de aquellos que gestó en inglés, y se ha comparado a «Lolita», por las cualidades citadas más arriba, con la obra de James Joyce. Escribe Alfred Appel, Jr. en su extraordinario ensayo «The Annotated LOLITA» (Vintage Books, Random House, Inc., New York, 1991): «Ninguna novela en lengua inglesa es tan elusiva y literariamente lúdica como ‘Lolita’ desde ‘Ulysses’ (1922) y ‘Finnegans Wake’ (1939) y, si sus intrincados y siempre cambiantes recursos trajeran a la mente una novela previa, ésta debería ser la más elusiva de todas, ‘The Confidence-Man’, de Herman Melville».

LA EPIDERMIS DE «LOLITA»

La historia que se narra en «Lolita» es, en apariencia al menos, sencilla:

Humbert Humbert (seudónimo de connotaciones principescas que el narrador de «Lolita, o la Confesión de un Viudo Blanco» se autoadjudica), un europeo de 39 años profesor de literatura, llega a una ciudad de Nueva Inglaterra (Estados Unidos) para dar clases en el Beardsley College. En su necesidad de alojamiento durante la temporada de verano, da con la casa de huéspedes de una viuda que, apenas lo ve, se le insinúa: Charlotte Haze. Humbert Humbert está por huir despavorido cuando descubre a Lolita, la hija de Charlotte, una niña de 12 años que H.H. etiqueta inmediatamente como una «nínfula», término que en la novela hace su aparición como sigue: «Ahora deseo proponer la siguiente idea. Entre los límites de los nueve y los catorce años aparecen doncellas que revelan a ciertos viajeros hechizados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino de ninfas (esto es, demoníaca); propongo llamar «nínfulas» a esas criaturas escogidas». Inmediatamente H.H. decide tomar un cuarto en la casa para estar cerca de su objeto de deseo, pasando, a partir de entonces, cuanto tiempo tiene disponible con madre e hija y complaciendo su lujuria con cualquier contacto físico que logra establecer con la niña, por insignificante que éste sea. H.H. acaba por casarse con Charlotte para tener a Lolita a su alcance. Cierto día, mientras la niña está en un campamento escolar, Charlotte descubre el diario secreto que lleva su esposo y en el cual éste despliega, con detalles propios de un maníaco, su obsesión por Lolita (uno de los mejores pasajes dentro de una novela que, del principio al fin, es una obra maestra de la narrativa). Perturbada al descubrir la clase de monstruo con que se ha casado, Charlotte sólo atina a huir de la casa y muere atropellada por un vehículo. H.H. se lleva a Lolita del campamento: ha decidido realizar un largo viaje en automóvil por las rutas estadounidenses, parando en moteles para pernoctar y transcurre mucho tiempo antes de que le revele que su madre ha muerto. Ahora que tiene a Lolita para él solo, el encuentro carnal que H.H. tanto desea por fin se consuma en uno de los moteles en que se alojan. Pero el profesor descubre, no sin cierta sorpresa, que Lolita ya tiene  experiencia en lo atinente al sexo y que ésta ha sido adquirida durante su estancia en el campamento. Durante el prolongado viaje, H.H. y Lolita son perseguidos por un automóvil al que ven en varias ocasiones. H.H. recibe extraños llamados telefónicos e incluso es abordado, en uno de los moteles donde paran, por un «detective» que le hace insinuaciones sobre su relación con Lolita. Una situación fortuita permite que la niña escape con el perseguidor (así llamado de aquí en más y sin connotaciones cortazarianas). Desesperado, H.H. pasa largo tiempo tratando, vanamente, de dar con el paradero de su hijastra: está destrozado. Tres años después de la separación de ambos, recibe una carta de Lolita en la que le informa que se ha casado con un joven mecánico y que está embarazada, pidiéndole a continuación ayuda económica para salir de deudas y trasladarse a Alaska con su esposo. H.H. abandona su casa decidido a matar al esposo de Lolita. Cuando el encuentro se produce, Lolita, por insistencia de su padrastro, le revela la identidad del hombre con quien se fugó y a quien H.H. conociera cuando Charlotte aún vivía. El hombre, de quien Lolita confiesa haber estado enamorada, le prometió ayudarla a iniciar una carrera en el cine, pero la niña terminó peleándose con él cuando quiso que participara en unas películas «de arte» que iba a realizar con un heterogéneo grupo. H.H. ruega a Lolita —ahora una matrona muy lejana de aquella nínfula— que abandone a su esposo y se vaya con él, pero ante la negativa de ella, le deja todo el dinero con que cuenta y parte en busca del hombre que lo persiguió y burló, a quien asesina a balazos en su residencia.

LA «LOLITA» ANOTADA POR APPEL

La presentación, al comienzo de esta nota, de la versión original en inglés de las primeras líneas de la novela no es caprichosa; tampoco pretende dar al lector un ejemplo de la musicalidad de la prosa de Nabokov; más bien intenta ilustrarlo acerca del método empleado por el citado Alfred Appel para anotar y comentar «Lolita» (un trabajo que quita el aliento por su minuciosidad y su profundo conocimiento no ya de «Lolita» sino de la obra completa de Nabokov a la que, una y otra vez, recurre para llevar a cabo su exégesis).

Donde en el original leemos «Lo-lee-ta» (en lugar del «Lo-li-ta.» de la traducción; la doble e de «lee» se pronuncia en inglés como una i latina), Appel señala que la sílaba «lee» alude al poema “Annabel Lee”, de Edgar Allan Poe, autor que reaparecerá en una veintena de ocasiones en la novela (aquí el citado poema es funcional al tema de «Lolita»: la novia-niña de Poe).

Cuando se le preguntó a Nabokov cómo se le había ocurrido el nombre de Lolita, respondió: «Para mi nínfula necesitaba un diminutivo con una cadencia lírica. Una de las letras más límpidas y luminosas es la ‘L’. El sufijo ‘-ita’ tiene mucha ternura latina, lo que yo también quería. Por lo tanto: Lolita. Sin embargo, no debe pronunciarse como lo hace la mayoría de los estadounidenses: ‘Low-lee-ta’, con una ‘L’ pesada y una larga ‘O’. No, la primera sílaba debe pronunciarse como en ‘lollipop’, la ‘L’ líquida y delicada, la sílaba ‘lee’ no demasiado afilada. Los españoles y los italianos la pronuncian, por supuesto, con la nota de mimo y picardía exactos».

En cuanto al personaje mismo de Lolita, Nabokov siguió de cerca, a través de los periódicos, los casos de paidofilia, leyó estudios al respecto e, incluso, hizo investigación de campo: «Viajé en autobuses escolares para escuchar de qué modo se expresaban las niñas. Fui a la escuela con el pretexto de anotar a nuestra hija. No tenemos hija. Para Lolita, tomé un brazo de una chiquilla que acostumbraba visitar a mi hijo Dmitri, una rótula de otra…» y así nació una nínfula.

Volviendo a Poe, Appel afirma que las alusiones al gran poeta son apropiadas por muchos motivos. Poe escribió «William Wilson», la clase de cuento acerca del «Doppelgänger» (doble) con el que la relación H.H./Perseguidor parece trazar un paralelo, y además está considerado el «padre» del cuento de detectives. Si bien Nabokov, como lector, abjuraba de las historias de detectives, no era el único en reconocer que las cualidades del género son muy apropiadas para el tratamiento ficticio de cuestiones metafísicas y problemas de identidad y percepción (como sucede en la «Trilogía de Nueva York» de Paul Auster y en «La pesquisa» de Juan José Saer). Así, junto con otros escritores contemporáneos como Graham Greene («Brighton Rock», 1938), Raymond Queneau («Pierrot mon ami», 1942), Jorge Luis Borges («La muerte y la brújula», «Estudio de la obra de Herbert Quain», «El jardín de los senderos que se bifurcan» —publicados por primera vez en inglés en «Ellery Queen’s Mystery Magazine»— y «El sur»), Alain Robbe-Grillet («Les Gommes», 1953), Michel Butor («L’Emploi du temps», 1956) y Thomas Pynchon («V.», 1963), Nabokov a menudo transmutaba o parodiaba las formas, técnicas y temas de las historias de detectives, como en «Desesperación» (“Despair”, convertida en una joya cinematográfica por Rainer Werner Fassbinder en 1979), «La vida real de Sebastian Knight», «Lolita» y, menos directamente, «El ojo», donde, según Nabokov, «La textura del cuento imita a la de la ficción detectivesca». El lector de «Lolita» es invitado a abrirse paso a través de un laberinto de pistas con el propósito de resolver el misterio de la identidad del perseguidor, lo que convierte a «Lolita», en parte, en un «cuento de raciocinio» (para usar la frase de Poe). Se nos informa al comienzo de la novela que H.H. es un asesino. ¿Ha matado a Charlotte? ¿O a Lolita? El lector es llevado a esperar ambas posibilidades y sus varios intentos racionales deberían finalmente revelarle tanto acerca de su propia mente como acerca de los «crímenes», «identidades» o «desarrollo psicológico» de los personajes de ficción. En otro pasaje de su ensayo, Appel señala que, a lo largo de la narración, H.H. es literal y figurativamente perseguido por el misterioso —y ubicuo— personaje citado. Incluso encarna «la verdad y una caricatura de ella», debido a que es una proyección de la culpabilidad de H.H. a la vez que una parodia del Doble psicológico. Lolita «estaba haciendo un juego doble», dice H.H., refiriéndose con este retruécano al tennis de Lolita, a la parodia del Doppelgänger y a la función de la parodia como juego.

El tema del Doble destaca en la obra de Nabokov desde comienzos de la década de 1930 en «Desesperación» y continúa en «Risas en la oscuridad», «La vida real de Sebastian Knight», «Bend sinister», «Lolita», «Pnin» y «Pálido fuego», que ofrece una monumental duplicidad o, más precisamente, triplicidad. Es quizá la más intrincada y profunda de todas las novelas de Doppelgänger, escrita en el momento preciso en que el tema del Doble parecía agotado en la literatura moderna. Haciendo del perseguidor alguien tan «claramente culpable» (palabras que, en inglés, constituyen otro retruécano por parecerse fonéticamente al nombre del personaje en cuestión), Nabokov ataca la convención del bien y el mal «duales» que pueden hallarse en las tradicionales historias del Doble. H.H. nos hará creer que, cuando asesina al perseguidor en una decadente residencia que remeda a la casa de Usher, el buen poeta ha exorcizado al monstruo malo, pero ninguno de los dos está claramente diferenciado. Así narra H.H. su lucha con el perseguidor: «Rodé sobre él. Rodamos sobre mí. Rodaron sobre él. Rodamos sobre nosotros» (“I rolled over him. We rolled over me. They rolled over him. We rolled over us”). En la ficción tradicional del Doppelgänger, el Doble que encarna el yo reprensible es descripto a menudo como un simio. En «Los poseídos» (1871) de Dostoievsky, Stavrogin le dice a Verjovenski «eres mi simio»; en «Dr. Jekyll y Mr. Hyde» (1886), Hyde ejecuta «trucos de simio» y ataca y mata con «furia simiesca»; y en «Los asesinatos en la Rue Morgue» (1845), el yo criminal es literalmente un simio. Pero el «buen» H.H. socava la duplicidad llamándose a menudo a sí mismo «simio» más que a su perseguidor y, cuando ambos se enfrentan, el último también llama «simio» a H.H. Esta transferencia es vigorosamente subrayada cuando H.H. se refiere a sí mismo como «Mr. Hyde». En «El corazón de las tinieblas» (1902) de Joseph Conrad, Kurtz es la «sombra» de Marlow. Aunque H.H. llama al perseguidor su «sombra», el retruécano sobre el nombre de Humbert (ombre = sombra) sugiere que él es una sombra tanto como el perseguidor y, como el yo-sombra que persigue al profesor en el cuento de Hans Christian Andersen «La sombra» (1850), H.H. se viste enteramente de negro. Y hacia el final de la novela el narrador enmascarado se dirige a Lolita y completa la transferencia: «Uno tenía que elegir entre él y H.H., y uno quiso que H.H. existiera al menos un par de meses más, para que te hiciera vivir en las mentes de las generaciones venideras». La historia podría haber sido contada por el perseguidor, H.H. es simplemente un artista mejor dotado.

Si la duplicidad H.H./Perseguidor es una parodia consciente de «William Wilson» (1839), hay para ello una buena razón, porque el cuento de Poe es inusual entre las historias de Doppelgänger al presentar el reverso de la situación convencional: el yo débil y malo es el personaje principal, perseguido por el yo moral, a quien mata. Nabokov va más lejos y barre vertiginosamente con la convención: en términos de las historias del Doble del siglo XIX, ni siquiera hubiese sido necesario matar al perseguidor ni a lo que éste representa, porque H.H. ya ha declarado su amor por Lolita antes de ir en busca del perseguidor para matarlo y, al pedirle que se vaya con él a una Lolita que ya no es una nínfula, ha trascendido su obsesión. Como acto «simbólico», el asesinato es gratuito; el diseño de la parodia está completo. El perseguidor se arrastra hasta la alcoba —regresa a la escena del crimen— y es allí donde H.H. lo arrincona y descarga sobre él, a quemarropa, las balas que aún quedan en su arma, tras lo cual comenta que el cadáver está tendido de espaldas «y una gran burbuja rosada con connotaciones juveniles se formó en sus labios, creció hasta alcanzar el tamaño de una pelota de juguete, y se desvaneció». Los últimos detalles enfatizan la asociación simbólica con Lolita; el monstruoso yo que ha devorado a Lolita, el chicle globo, la infancia, y todo lo demás, están «simbólicamente» muertos, pero a la vez que la burbuja explota, también lo hace la convención del Doppelgänger gótico, con todas sus «connotaciones juveniles» propias acerca de la identidad, y se nos dice que H.H. ha quedado “todo cubierto con la culpa” (el subrayado es mío: nuevamente aparece una alusión al nombre del perseguidor). La culpa no se exorciza tan rápidamente, y las ambigüedades de la experiencia humana y de la identidad no deben ser reducidas a meras «dualidades».

Debido a que Nabokov parodia continuamente las convenciones de ficción «realista» e «impresionista», los lectores deben aceptarlo o rechazarlo en sus propios términos. De otra manera, muchas de sus novelas carecen de sentido.

Difícilmente una primera lectura de «Lolita» permita tener una visión amplia de su multiplicidad de niveles de lectura. Appel comenta que la regocijante experiencia de releerla deriva del descubrimiento de un libro totalmente nuevo ocupando el lugar del viejo y del reconocimiento de que su hábito de metamorfosis ha seguido, felizmente, el curso de las propias percepciones del lector. Lo que Jorge Luis Borges dice de “Pierre Menard, autor del Quijote» —afirma Appel para finalizar—, seguramente se aplica a Vladimir Nabokov, autor de «Lolita»: él «ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura».

RISAS EN LA OSCURIDAD

Por último, un comentario acerca del dibujo de Horacio Oriolo que ilustra esta nota. Imagino a Nabokov con un ataque de risa viéndose, desde la cima del olimpo literario que hoy ocupa, irremediablemente travestido como la Lolita del filme de Stanley Kubrick, e imagino también a su alter-ego Humbert Humbert, el «malhadado retruecanista», no menos divertido, como cuando, en cierto pasaje de la novela, descubre, en un informe clínico que ha llegado a sus manos tras sobornar a una enfermera, que está sospechado de ser «potencialmente homosexual».

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