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Derecho a réplica. Naida Saavedra sobre Venezuela: Lupa y Catalejo

No me vengas a decir que en Venezuela no hay dictadura.

Si eres un adolescente que compara dos gobiernos a la distancia, está bien, te lo paso pero te explico que no, las cosas no son así. No me pongo brava contigo, te entiendo. Eres muy joven y nunca has vivido en Venezuela.

Ahora, si eres una persona adulta, te consideras intelectual y tienes una voz dentro de algún medio social, no insinúes que el gobierno instaurado en Venezuela es una democracia. ¡Menos te atrevas a afirmarlo desde otro país! Hazme el favor. Ya bastante estrés tengo como para que tú me amargues el día.

Entonces te volteas y me vuelves a mencionar que en Venezuela no existe un dictador, que a él lo eligieron y no ha matado a Guaidó. Si no ha matado a Guaidó quiere decir que no hay un régimen autoritario. La gente es libre de hacer lo que quiera y de expresar su sentimiento opositor. Bueno, resulta que en una dictadura, por si no lo sabías, nunca se anuncia que esta existe. Nada, además, se realiza sin planificación. Todo está controlado, todo tiene una razón de ser. Si a Guaidó no lo han asesinado es porque hacerlo les costaría más que dejarlo vivo. José Luis Muñoz, desde España, compara a Venezuela con Arabia Saudita y afirma, con ironía, que “en la dictadura de Maduro, Juan Guaidó, el líder opositor, entra y sale del país, circula libremente por él, hace llamamientos a la sublevación militar, encabeza manifestaciones y se autoproclama presidente en la calle sin haber sido elegido. En Arabia Saudita, en donde no saben lo que es una urna, los opositores no tienen la misma suerte” (Suburbano, marzo 2019). Según Muñoz, en Venezuela los opositores tienen mucha suerte, muchísima. Solo se le olvidó mencionar un pequeñísimo detalle: se han hecho miles de detenciones sin pruebas ni juicio, torturas y asesinatos solo por el hecho de salir a protestar. ¡Qué suerte! Estoy segurísima que Muñoz envidia a todos esos opositores que han sido víctimas del gobierno y que quisiera, indiscutiblemente, estar en sus zapatos.

Sigues tú con la misma cantaleta. Dame pruebas, me dices. A ver, te lo voy a poner simple: si en tu país hay dictadura no puedes entrar y salir de este cuando te dé la gana. En Venezuela, según tú, no la hay, lo cual significaría que puedes viajar sin problemas. ¿Correcto? Bien, para viajar necesitas un pasaporte. Corres con suerte de poseer uno porque si no tienes te fregaste, en Venezuela no hay papel para hacerlo. Qué fortuna la tuya. Tienes uno pero está vencido. Te metes en la página web del SAIME (la oficina de documentos de extranjería) para solicitar la renovación del pasaporte. Para dicho trámite hay que pagar; normal, eso se hace en todo el mundo. Qué moderna es Venezuela, se puede pagar por internet con una tarjeta de crédito. Eso cuesta 37.000 bolívares. soberanos (son soberanos, son buenísimos, de rey). Eres una enfermera jubilada que trabajó 40 años para el estado y ganas, luego de otro aumento generoso, 18.000 bolívares soberanos mensuales (sí, esos mismos, esos de rey). O sea que tienes que ahorrar tu sueldo de jubilada más de 2 meses, sin comprar absolutamente nada para poder pagar la solicitud de renovación de pasaporte y de ese modo viajar libremente. Porque eres libre. Claro está, el límite de tu tarjeta de crédito es de 3.000 bolívares soberanos. Se te ocurre una idea, le dices a tu hijo que vive en el imperio que te lo pague pero ¿adivina qué? En la página web del SAIME solo se puede pagar con tarjetas de crédito expedidas en Venezuela. Qué moderna esta nación. Hay que recalcar la imposibilidad de realizar el pago en efectivo. Además recuerda que no tienes internet desde hace 4 años ni luz desde hace… ¿cuánto? Entonces, eres libre de viajar cuando quieras, solo que no puedes hacerlo. El gobierno, ese que tildas de democrático, no te deja.

Al respecto me parece que no soy la única que se queja de ti. No soy la única loca que piensa que vives en una burbuja o que caminas como caballo sin mirar a los lados. Gabriela Montero, pianista venezolana internacionalmente conocida, por ejemplo, dijo el 14 de marzo en su cuenta de Twitter lo siguiente:

“Siempre me pregunto por qué el interés de los comunistas extranjeros en Venezuela. No es su país, no viven allá, viven en democracia, tienen IPhones, computadoras, viajan y pueden comprarse o comer lo que se les antoje. Tampoco viven en Cuba o en Corea del Norte. Incoherencia total.”

Yo me pregunto lo mismo.

Héctor Torres, escritor venezolano, editor de La vida de nos y residente de Caracas le respondió:
“Necesitan un sitio en el que vivan sus utopías. Una causa suficientemente lejana para que no pueda afectarlos, claro. Muchos de ellos no podrían ni ubicar a Venezuela en un mapa.”

Torres me dio una respuesta. Al leer su tuit entendí algo que me rondaba en la cabeza. Respirar el oxígeno que brinda la utopía. Seguir una causa, avalarla, pero no vivirla. Ahí está el detalle, lo sabroso, ¿no crees?

También en marzo, Lizandro Samuel, escritor venezolano, editor de la Revista Ojoy residente de Caracas escribió a través del Twitter:

“Aviso importante: ofrezco programa de intercambio a los tantos chilenos que me han escrito defendiendo a la dictadura. ¿Alguien se anima a cederme su casa en Chile y yo, con gusto, le hago un huequito en Venezuela?”

Seguimos con la permanencia en la utopía. Comparar una dictadura con otra, una de derecha con una de izquierda, defender una causa a la distancia, sin saber nada. Tú también lo haces y me disgusta mucho. Yo soy muy relajada, no me peleo con nadie, me llevo bien con todo el mundo pero santa no soy, tengo un límite. Así que vete con tu discurso a otro lado. O si quieres anda a hablar con Almudena Grandes, esa intelectual que dijo el 31 de marzo en un artículo de El País lo siguiente:

«No recuerdo haber leído en ninguna parte un relato fiable sobre lo que ocurre en Venezuela»

La pobre, está buscando una fuente en la que pueda confiar. Dale, infórmale tú. Yo simplemente le sugerí algo muy fácil:

“Métase en el grupo de Whatsapp de mi familia o en el de cualquier familia venezolana.”

También le puedo sugerir que siga a Margarita Arribas en el Twitter, lingüista y profesora universitaria venezolana, residente de Maracaibo. Arribas dijo ayer, 1 de abril:

“Mi ciudad, Maracaibo, hoy es un ejido espectral. Es una sola cola para la gasolina. Es un basural, un mosquero.”

La ciudad de Arribas también es la mía. Ahí en ese basural lleno de moscas y zancudos y desprovisto de luz y agua vive parte de mi familia, especialmente viejos que no tienen posibilidad de ir a otro lugar. Así que no me vengas a decir y déjame en paz.

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