El que encendía lámparas
lejos de mis manos
el que volvía para encontrarme
por caminos de nadie,
el que espera
por el minuto que vuelve,
el que dice:
esta es la vida
así deben ser las horas
los días
como si todo fuera
tan simple como mirar
la quietud indescifrable de la mies en los campos.
El que pone el rostro del otro
en el sitio de mi felicidad
el que pide vuelve vuelve
y ciego de palabras
va a estrellarse en playas de otros…
en playas de otros sin mí,
el que alza una mano como un cristal
y desangra sin saberlo mi cuerpo frente al milagro,
el que olvida para que toda memoria
sea un paraíso imposible
una estatua ciega;
el que dice amor
para el que amor entienda
que todo amor
es un juego inevitable;
el que espera
en andenes olvidados
la maravilla del tiempo
la otra luz,
los ojos,
el hechizo,
el sueño prometido,
el madero,
el naufragio.
El que anda cambiando
la vida en los retratos,
el que dice quiero quiero
para que el mundo se ordene tras su nombre,
el que viene a mí sollozando
bestia herida,
animalito de dudas y temores,
no sabe no sabrá nunca
que el amor no es
una casa apacible,
un sendero en el bosque,
que el amor no es
no será nunca,
el silencioso estar de la sombra en el muro,
que el amor no es,
el ciego fantasma de la costumbre,
que el amor no es
la tibia luz a la que me aferro
y en la que todo desaparece
y vuelve a aparecer
como en el principio del mundo.
El que entra al olvido
como quien entra en una playa en la noche
para luego volverse huésped de la sombra,
no sabrá que el amor
no es
no será nunca
la playa de morir,
la playa
en donde la arena ha de copiar
la huella exacta de sus pasos
en esa eternidad que acaba
cuando sólo él empieza a imaginarla.
© 2013 – 2014, Carlos Pintado. All rights reserved.