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Home MIAMI ON CRONICAS ILEGALES DE UN VIEJO INDECENTE

Negociando con San Pedro en Sin City

by Ginonzski
13 agosto, 2012
in CRONICAS ILEGALES DE UN VIEJO INDECENTE, MIAMI ON
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Por: Gino Winter

Llegué al aeropuerto Mc Carran de Las Vegas, Nevada, cansado, malcomido y sin raya en el orto, luego de un tour de force por Caracas, Panamá y Miami, ya que el pasaje directo costaba el doble y la Magdalena no estaba para tafetanes. Alquilé un pequeño Ford que no tuve problema de encontrar en el parking lot por su precioso color caca eléctrico. Al salir manejando con destino a North Las Vegas —residencia familiar prestada— tuve que pasar por The Strip, como se conoce a la parte de la avenida Las Vegas Boulevard en donde se encuentran los más fabulosos hoteles y casinos de EEUU, como el Bellaggio, el Wynn, el Venetian, el Mandalay Bay, el Mirage y el recordado Caesar’s Palace, por citar a los mejores. ¡Qué tal cantidad de luces! Dicen los astronautas que esta ciudad es el punto más luminoso de la Tierra. Es increíble todo lo que se puede construir sobre la base de la estupidez de los ludópatas…

Aprovechando mi pase de consumo gratis por millaje, entré a un restaurante del hotel Wynn —el más nuevo y lujoso del Strip— y pedí una chita al ajo (pescado frito) para recuperarme del jet lag. Una exótica waitress me dijo que no había y me aclaró de paso que Las Vegas no era “la ciudad del pescado”, como yo creía sino “la ciudad del pecado”, y que ni siquiera tenían mar. Una rubia hollywoodense de propiedad social me confirmó eso de la Sin City antes de alejarse, como mis esperanzas, al darse cuenta de que yo de millonario solo tenía un Rolex Submariner (fake, veinte dólares en el aeropuerto de Panama City). Recordé mis votos de castidad (por razones económicas), y luego de comerme una ensalada Tao con su carne a la tailandesa, arroz vietnamita y su Thai Tea (helado y con leche), dije ¡vade retro Luci! (cruz diablo), y haciendo uso de mi pase de operador turístico (gracias, prima) tomé una habitación por una noche —pagando solo los impuestos— y me fui a dormir como un querubín recién operado, para quedar bien con el Espíritu Santo a ver si le consigue al Altísimo otro Job con quien hacer sus experimentos, porque yo ya no tengo físico, y menos su famosa paciencia, para andar aguantando la perra vida de trabajador ilegal con visa de turista casi expirada.

Luego de mis oraciones religiosas me quedé dormido y soñé que había muerto y me había ido al Cielo (sí, ya sé que soy un conchudo), y me recibió Saint Peter, ese que dijo “soy su hermano pero no sé nada” hasta en tres ocasiones antes de que cantara el Pájaro Loco (me viene a la memoria el cuento del flaco a quien le preguntaban “¿Por qué permite que le digan care’gallo?” y él respondía: “y quiquiriqui haga”)… Pedrito me recibió con su llavero guatatiru y cierta desconfianza, y luego de mostrarme mecánicamente el Trono Blanco, La Corona, el Velo y toda la parafernalia celestial del Apocalipsis de San Johnny, me confirmó lo que más temía: que en virtud a mi buen comportamiento (¿? en realidad estaba allí de carambola porque al Men le había gustado una de mis crónicas) iba a formar parte del Coro Celestial y cantaría salmos y alabanzas per saecula saeculorum, premio que —según la Biblia— espera a todos los justos… ¡La cagada en Technicolor!, yo que lo máximo que aguanté en una coral fueron dos canciones antes de irme de juerga con Morfeo.

Le pedí a Pietro que no fuese marlboro, que eso sería más aburrido que chupar un clavo y que prefería irme al Purgatorio a pasear al Can-Cerbero con Savonarola… Le aseguré, además, que si hay algo con lo que no nací era con una voz al menos aceptable (ni siquiera como la del conchudo de Enrique Iglesias), y para demostrárselo le canté la estrofa más brava de Nessun Dorma. Cuarenta y cinco gallos de pelea en una sola estrofa. Pero Piedrín ni se inmutaba, más bien me aseguraba que, una vez instalado en la primera fila del coro (para tenerme chequeado), mi voz se volvería tan hermosa como la de Bocelli, además de que nunca me iba a aburrir, porque sería un deleite máximo cantar para la Cúpula Celestial. No sé por qué pero no le creí: total, fama de Pinocchio tiene. Peor aún, en ese coro cantan en latín y yo lo único que sé de latín es lo que está en las páginas rosadas del Pequeño Larousse Ilustrado y unas cuantas maldiciones que me solía espetar el cura de la iglesia de El Prado cuando me pescaba enamorando a las novicias o jugando “fulbo” contra el portón del convento. Pero Pierito habló con San Pablo y me dieron el “don de lenguas”, con lo cual mi futuro como canario gordo políglota se hacía inexorable.

No atracaron cambiarme a arcángel vengador ni angelito sanador ni de la guarda ni de las bolas de oro: se emperrechinaron en que cante. Me pusieron un par de alas de pelícano, las sandalias de Bob Marley, una bata parecida al vestido de Isadora Duncan y me acomodaron al lado de Simón Templar, quien me contó que, desde que el Cielo se administra por objetivos, los choferes de combi (microbuses en Perú) están mejor situados en el Paraíso que los curas, porque cuando los curas dan su sermón todos los fieles se duermen, mientras que cuando los choferes de combi manejan todos los pasajeros rezan y se arrepienten de sus pecados. Desperté con dolor de garganta y un extraño frío en mis partes púdicas. Dejé el Wynn antes del medio día (hora máxima de check out), y de nuevo en mi Ford caca, seguí mi camino hacia el North West.

Desde ese día duermo preocupado…

© 2012, Ginonzski. All rights reserved.

Tags: AÑO 2012 – VOL 8cityconennegociandopedrosansin
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Gino Winter (a) "Ginonzski": Nació en los Barrios Altos, Lima-Perú, de padre suizo-anglosajón y madre ítalo-peruana. Estudió Ingeniería Industrial en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue comando-paracaidista de la Fuerza Aérea, gerente de negocios y de riesgos en un gran grupo financiero y finalmente trabajador ilegal en varias ciudades de USA. Desde hace algunos años funge como escribidor. Crónicas Ilegales es una columna de humor negro que cuenta las experiencias tragicómicas de un inmigrante ilegal en su lucha por sobrevivir en diferentes ciudades norteamericanas, especialmente en Miami.

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