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Parte de mí

El adiós a Chris Cornell


En casa del ahorcado no se ha de nombrar la soga, decía mi padre. Por eso Vicky, esposa de Chris Cornell, expresó que una sobredosis de Ativan (Lorazepam) pudo haber causado la muerte del vocalista de Soundgarden y no un ahorcamiento, como concluyeron los análisis forenses; datos que determinaron que el músico se quitó la vida ahorcándose en el baño de su habitación de hotel después de un concierto en el Fox Theatre. “Todo lo que doy es lo que necesito”, dice la letra de Slaves & Bulldozers, la última canción que Chris interpretaría en su vida.

“Viví en un departamento horrible mes y medio donde no servía nada, no entraba la luz y escuchaba a todos los vecinos; estaba muy sola (mi roomie no durmió ni una noche ahí) y en mi cuarto había un tubo donde yo dos o tres veces por semana soñaba a una ahorcada, y todas mis plantas se murieron y llegó un momento en que yo me identificaba con la ahorcada, sentía que yo había estado en su lugar en innumerables ocasiones. Fue un segundo de mi vida el que viví ahí pero la ahorcada tardó mucho en abandonarme”. Me dijo alguna vez mi chica, y esa imagen no ha dejado mi cabeza en mucho tiempo. Cada que veo el foco suspendido por un hilo, un cable delgado y fino, pienso en la imagen del ahorcado y en su sufrimiento, pienso en las pesadillas de mi chica y en lo amargo que es el mundo, pienso tal vez que yo también debería de hacerlo. Nuestros amuletos están muriendo con algo de nosotros dentro, se llevan una parte de nuestra vida, parte de mí, y sólo queda un rellano solitario bajo los inclementes rayos del Sol, donde fallecen las plantas.

Durante el ahorcamiento se comprime la tráquea y las arterias carótidas, una sensación terrible. No sé si fue la ansiedad o la asfixia, importa poco, lo que interesa es la nostalgia y el vació, el hoyo que se tragó a Chris Cornell. Cuando recibí la noticia pensé en la voz, en el concepto de la voz, el sonido generado por el aparato fonador humano, o la música que hace el viento al atravesar nuestro cuerpo, como diría Daniel Pennac. Pensaba en la voz de Chris Cornell, en cómo se extinguió esa modulación, esa eufonía, ese pasmo, ese chorro de energía emanado por un cuerpo delgado. ¿Qué es la voz? El sonido que el aire, expelido de los pulmones, produce al salir de la laringe, haciendo que vibren las cuerdas vocales. Nada revela tanto el carácter de una persona como su voz, y la de Cornell era una voz con estilo, valiente y robusta, ¿quién podría aburrirse de esa voz? Siempre encontrabas nuevas tesituras ahí, en cada canción, en cada disco, algo diferente, como un universo escondido en la tráquea, un mundo aparte… la narrativa del sonido, eso escuchaba yo en Chris Cornell, una amalgama de resonancias indescriptibles, pero preciosas, en armonía con cualquier riff, con cualquier tímpano, con cualquier vida. ¿Quién podría aburrirse de eso? Sólo él pudo, y cerró esa garganta para siempre.

La de Cornell es una muerte que duele, que nos hace más viejos aún, más conscientes de la soledad en la que estamos inmersos. Si Cornell necesitaba pastillas para la ansiedad, nosotros necesitamos mucho más, y durante mucho tiempo ese medicamento fue la voz, la voz de Chris Cornell. ¿Quién nos amparará ahora? ¿qué medicamento podrá sustituirlo? Ninguno, la música está cambiando, como nuestros cuerpos, agrietados por el uso y la temperancia, los huesos molidos y los dientes sucios, al igual que la música, una sinfonía, un sonidillo aparentemente nuevo pero viejo de espíritu. La de Cornell es una muerte que nos recuerda a la soga, como aquél temor en las pesadillas de mi chica, todas nuestras plantas se mueren y sólo queda la memoria del ahorcado o nuestra inmensa identificación con él, una voz que nos llama y no quiere llamarnos, una voz que parece que se apaga al callarse.

Descanse en paz, Chris Cornell.

 

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