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De lo que no hablamos

Cuando la escritora colombiana Piedad Bonnet publicó Lo que no tiene nombre (2013), no podía suponer que su relato, sentido, conmovedor y honesto sobre la enfermedad mental que padeció su hijo y su posterior suicidio, fuera a ser recibido con tanto entusiasmo por los lectores. Una prueba de esto es que el día del lanzamiento, en el teatro del Gimnasio Moderno en Bogotá, una fila enorme de gente no solo quería comprar y leer el libro, sino decirle a la escritora que ellos también habían vivido algo similar, que entendían su dolor, su desazón y, sobre todo, su impotencia.

Y es que si hay un tema que se trata poco o que se banaliza fácilmente es precisamente el de la salud mental. “Estoy deprimido” exclamamos cuando sentimos lo que no pasa de ser una tristeza ligera; “no sea paranoico” le decimos a alguien que expresa una duda  o soltamos un “es un bipolar” cuando alguien cambia repentinamente de humor. Todas estas son palabras serias que usamos, la mayoría de las veces, sin entender su verdadero alcance, palabras que cuando se convierten en un diagnóstico real acarrean innumerables sufrimientos y retos para una persona y quienes lo rodean. Lo más difícil de cualquier enfermedad mental es aceptar su existencia, entender que no existen culpables y que quien la padece no la finge o controla.

Esta introducción es necesaria para señalar el gran logro de Anna, el segundo largometraje del colombo-francés Jacques Toulemonde: retratar el padecimiento de un desequilibrio mental sin melodramas, sin búsqueda de explicaciones, solo acompañando a quien lo padece y los que lo rodean.

En la película, recientemente seleccionada para representar a Colombia en los premios Goya , Anna es una colombiana radicada en Paris, madre de Nathan, un niño de 10 años, que vive con el padre y al que ve los miércoles. De risa contagiosa, sin límites, Anna pareciera ser solo eso, una madre amorosa, un poco desorganizada y alocada que quiere divertir a su hijo.  Sin embargo, no tardamos en percibir que algo no está del todo bien: Anna llega a una hora inusual a entregar a su hijo (que tiene colegio al otro día), exaspera con facilidad al padre que, se ve, no es la primera vez que soporta este tipo de cosas.  De repente, ante la posibilidad de ver menos a su hijo y de tener que hacerlo en un ambiente controlado Anna toma la decisión de llevárselo, sin el consentimiento del padre, y traerlo a la lejana Colombia. En su proyecto la acompaña Bruno, un novio reciente que está completamente enamorado y deseoso de iniciar una nueva aventura con esta mujer impredecible con la que espera radicarse en un terreno en la playa y armar un restaurante francés. ¿En dónde va a estudiar el niño? ¿Qué va a pasar con el padre? ¿Qué posibilidades de éxito tiene un negocio así en un recóndito paraje? Son preguntas que apenas se hacen mientras se dejan embelesar de sueños sin medir ninguna consecuencia.

Exaltada, eufórica, Anna regresa a su país natal después de años de estar fuera  y basta ver el temor y la desconfianza con el que es recibida por su hermano y familia- “calmate” le piden con insistencia-  para entender que no es la primera vez que la ven en ese estado.

Abocados a emprender un road trip para el que no están preparados, Anna, Bruno y Nathan, se internarán por Colombia con la idea de llegar al mar. Ella, la única que habla español y conoce la zona, esta llamada a ser la guía durante este recorrido por tierra caliente, pueblos de carretera y caminos en los que no tardarán en extraviarse como lo hará, de manera cada vez más evidente, Anna por los recovecos de su cerebro ante la mirada aterrada de sus impotentes acompañantes.

Juana Acosta, tal vez en su mejor papel, consigue darle vida de manera más que convincente a este personaje contradictorio, amoroso y atormentado que poco o nada puede hacer contra sí misma; la acompaña de manera acertada el niño Kolia Abiteboul mostrando los sentimientos encontrados de amor, alegría, culpabilidad que siente Nathan; y Bruno Clairefond (protagonista del primer largometraje de Toulemonde) como el novio del mismo nombre que deberá, en este país extranjero, enfrentado a algo que desconocía de la apasionada mujer que lo enamoró,  tomar las riendas cuando todo parezca desmoronarse.

Anna es  una película trágica como lo es que este tipo de cosas sucedan, es el retrato desnudo de la vivencia de unos días que resume años de batallas, disputas y enfrentamientos con demonios internos. Es cierto que es triste  que el amor no logre vencerlo todo, sin embargo, en esta historia, no deja de ser una luz que consigue iluminar aún los momentos más difíciles y de mayor oscuridad.

 

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Muela

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