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Hiram Barrios: el activista en busca de aforismos

Hoy en día, cuando usamos la palabra activista, pensamos de inmediato en una persona que lucha por una causa social de interés público. Pero si hacemos a un lado la imagen del activista que, por lo común, aparece en los medios marchando en protesta y gritando consignas por lo que cree o contra lo que desea cambiar, podemos descubrir que hay muchas clases de activistas en nuestro país y que a ellos y ellas poco prestamos atención, tal vez porque los medios no les interesa mostrarlos contribuyendo al mundo con sus ideas y actos y anhelos sin hacer ruido, sin convocar expresiones multitudinarias. Un ejemplo de esto último lo tenemos en Hiram Barrios, un activista cultural que se ha esforzado en trabajar en pro de un género literario que él practica y estudia, que él recolecta y difunde con esmero y pasión: el aforismo hecho en México. Y lo hace de una manera global, desde el aforismo que se ha divulgado a lo largo de nuestra historia como el hecho ahora mismo, en nuestro tiempo y circunstancia, el que refleja nuestras dudas y certezas con apasionada diversidad.

Nacido en 1983 en la ciudad de México, Hiram Barrios se ha distinguido como escritor, traductor y catedrático, con obras ensayísticas, aforísticas y poéticas, entre las que se cuentan El monstruo y otras mariposas (2013), Apócrifo (2014), Las otras vanguardias (2016) y Una noche… (2019). Recientemente ha publicado dos antologías imprescindibles en torno al aforismo que se ha escrito y se sigue escribiendo en nuestro país: Aforistas mexicanos actuales. Antología consultada (2019) y Lapidario. Antología del aforismo mexicano 1869-2014 (primera edición de 2014, segunda edición de 2020). Hiram no se ha conformado con publicar su obra. También ha estado constantemente interesado en la obra de los demás, sus antecesores y contemporáneos en la escritura del aforismo como creación literaria sui generis, como pensamiento creativo en dosis que, aunque sean breves, están llenas de ambiciones universales, de potencia conceptual, de profundidad filosófica.

En el primer libro, el de Aforista mexicanos actuales, publicado en España por la editorial Libros al Albur, Hiram Barrios nos recuerda que «hasta hace no mucho la práctica del aforismo consistía, las más de las veces, en un ejercicio de ocasión, en un hallazgo al que se arribaba incidentalmente y sin mucho ánimo de integrarlo al corpus de las obras importantes.». Esto es, que en la literatura nacional los escritores se dedicaban, en su gran mayoría, a cultivar los géneros de prestigio como marcaba la tradición literaria: la poesía, la novela y el ensayo de largo aliento. Pero como Barrios lo remarca, «Las últimas décadas atestiguan un cambio del paradigma con la aparición del aforista, el creador que hace del aforismo una vía preferente, cuando no exclusiva de comunicación… Hay en este momento una veintena de aforistas mexicanos en activo.». De ahí la trascendencia de esta antología, breve pero sustanciosa, donde aparecen Leonardo da Jandra, Raúl Aceves, Gabriel Trujillo Muñoz, Anna Kullick Lackner, Armando González Torres, Benjamín Barajas, Merlina Acevedo, Jorge Fernández Granados, Amaranta Caballero, Federico Fabregat, Erick Nolazco y Víctor Bahena. Aforistas nacidos entre 1951 y 1983, cuyas obras nos permiten comprender lo que el aforismo ha sido como flama lúcida, como texto creativo en las últimas décadas del siglo pasado y en las primeras del actual.

Como experto conocedor de este género, Hiram Barrios ha estudiado no solo el horizonte actual del aforismo, tal y como se produce en nuestro entorno, sino que ha rastreado con minuciosa empatía, con generosa sapiencia, las raíces de este género en México. El resultado de tales investigaciones puede leerse en Lapidario, antología histórica que revela que la práctica aforística tiene protagonistas inesperados, que no se circunscriben a escritores tan conocidos del siglo XIX como Ignacio Manuel Altamirano y Francisco Sosa, sino que abarca a personajes de la talla de Maximiliano de Habsburgo, quien escribiera: «Cada hombre tiene su locura particular y el que no la tuviera no sabría contribuir al movimiento general del mundo.». Lamentablemente para Maximiliano, su locura particular lo llevó al paredón de fusilamientos en 1867 y sólo ayudó a un enconado derramamiento de sangre por cinco largos años en la historia de nuestra patria. Esto nos permite observar que el aforismo no es un juego de salón o de cubículo, sino una aventura intelectual que influye en el mundo, aunque sea de manera tangencial y con consecuencias imprevisibles, como la vida misma.

       Lapidario es, como lo señala otro practicante e investigador del aforismo a la mexicana, Javier Perucho, una antología que asombra y se goza al mismo tiempo: «El primer florilegio realizado en estas tierras y cuya historia se documenta en beneficio del género y sus lectores, ya que no existía un inventario semejante por los misterios que encierra el aforismo en las centurias que arrastra su historia por Hispanoamérica. Ojalá que estas palabras sean propicias para abrir puertas y ventanas a los aficionados y pergeñadores del pensamiento lapidario. Nadie se arrepentirá al vislumbrar sus horizontes.». Aquí podemos advertir que buena parte de los aforistas mexicanos hacen de sus textos dardos verbales que mueven a la risa, pero que, a la vez, nos develan verdades que incordian, dudas que roen nuestras creencias, descripciones de nuestras conductas y temperamentos: «El dinero es un señor al que sólo le gustan las malas compañías» (Alfonso Reyes), «Nada de lo inútil me es ajeno» (José Revueltas), «Todos los genios somos humildes» (Armando Páez), «Mi género literario predilecto es el recibo de honorarios» (Héctor Zagal), «El matrimonio es el único juego de azar permitido por la ley» (Marco A. Almazán), «No hay acto más oscuro que el de dar a luz» (Francisco León González), «Los niños no mienten sino muchísimo después» (Fernando Curiel), «Si Dios existiese, no habría más remedio que ignorarlo» (Ricardo Sahagún), «El verdadero héroe de algunas obras literarias es el lector que las aguanta» (Sergio Golwarz) o «Cada vez que fracaso, fracaso mejor» (Eko).

En esta antología lapidaria, especialmente por la tónica de los aforismos que reúne, abarca desde obras escritas en la segunda mitad del siglo XIX hasta la segunda década del siglo XXI, y nos muestra, con sobrados ejemplos, el vasto y deslumbrante panorama del ejercicio aforístico en nuestras tierras, con invitados tan conocidos como Amado Nervo, Alfonso Reyes, Julio Torri, Renato Leduc, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, José Revueltas, José Emilio Pacheco, Juan Villoro y Augusto Monterroso. A estos se unen autores de un talento excepcional, como Ángel Rincón, Eduardo Césarman, Eusebio Ruvalcaba, Guillermo Samperio, Sergio Cordero, Raúl Aceves, Esther Seligson, Ricardo Nicolayevsky, Armando González Torres, José Jaime Ruiz, Fernando Curiel, Carmen Leñero, Marco A. Almazán, Antonio López Mijares o Teódulo Carlos Flores, entre muchos otros.

En el prólogo de Lapidario, Barrios nos asegura que «el aforismo se vale del diálogo, las notas sueltas, el monólogo interno, el manifiesto, la pregunta o la exclamación incómoda, incluso la maledicencia, la gracejada o el chiste, pero siempre los trasciende». Nuestro autor reconoce que para escribirlos se requiere de «brevedad extrema, visión generalmente trasgresora -que impulsa recursos del humor como la parodia, la ironía o el sarcasmo- y la independencia textual.». De ahí que el aforismo sea un género híbrido donde coinciden «el proverbio, el refrán, la adivinanza, el adagio» con «la prosa de ideas, la minificción, el haiku o el epigrama.». Encrucijada de signos y pensamientos que se amalgaman en sus implosivos discursos, en sus minimalistas declaraciones de principios para proporcionarnos una visión más amplia, menos autosatisfecha de nosotros mismos, de nuestros hábitos y conductas, de nuestros dogmas y credulidades colectivas. En su vorágine en miniatura, el universo cabe. En el ojo de su minúsculo huracán hay un instante de iluminación antes de que los vientos de la realidad todo lo consuman. Lección provechosa desde la terca individualidad. Enseñanza pertinaz en un mundo empecinado en sus desaciertos e idioteces.

La labor de Hiram Barrios es la tarea de genuino activista que alienta la lectura de nuestros literatos desde sus frases lapidarias, desde sus concisas convicciones, desde las contribuciones que hicieron al aforismo en los últimos 150 años, como lúcidos conceptualistas de la condición humana en sus distintos desatinos y tropiezos. Tarea encomiable de nuestro antologador, como la de los gambusinos excavando en las vetas de oro de la literatura nacional o la del detector de minas en el campo de batalla de las ideas más explosivas y paradójicas. En todo caso, Aforistas mexicanos actuales y Lapidarios son, en la suma de sus páginas, en la mesa redonda de sus textos, un reconocimiento al aforismo como parte sustancial de las letras mexicanas. Una práctica escritural cada vez más visible en su aceptación por el público lector de nuestro país. Un género literario que ya no puede ser soslayado y que, por el contrario, se hace pertinente celebrarlo como ejemplo de una creatividad tejida con humor negro, con socarrona sabiduría, con cínica amargura.

Así que, parafraseando un aforismo de Federico Fabregat, yo pregunto: ¿Quién le quita a uno el derecho de venir a este mundo a escribir aforismos?

 

 

 

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