Mientras pienso cómo arrancar esta nueva entrada, pequeño pacto con el abismo de lo desconocido, el folio en blanco siempre impone un pequeño respeto, y he ahí su atractivo, como pienso ahora que pasa y debe pasar con las mujeres. Cómo arrancar, quizá lo más complicado, en la vida y en la escritura, y en estas rumias llego a una cita de Gaziel a Pascal, la cita de la cita, que dice: “La última cosa que se encuentra al escribir una obra [omito la coma criminal que se les ha colado aquí a los editores] es saber cuál será la primera que debe decirse”.
Es curiosa la despensa de citas. El rey de citas es Enrique Vila-Matas, que las usa como muletas de su escritora y cabría preguntarse qué haría un autor como él desprovisto de esas citas, no tanto como huesos de su esqueleto literario pero casi. Hoy vi una foto suya, en México D.F., año 1993. A Vila-Matas no se le conoció mucho hasta comenzado el siglo XXI y cabría preguntarse cómo se sentía Vila-Matas hasta que no llegó ese reconocimiento más generalizado (aunque para muchos seguirá siendo un perfecto desconocido hoy día). Quizá se sentía bien, como un Walser consumido por unos pocos pero fieles lectores, que celebraban obras cultísimas (abandoné la lectura a las pocas páginas) como ‘Historia de la literatura portátil’ de los ochenta. Veo esa foto, en la sala de exposiciones de la embajada de México en Madrid y aprecio un rostro que diría imberbe, una mirada jóven, quizá cándida, una mirada de escritor incólume y voy a ver qué significa incólume, que significa
- adj. Sano, sin lesión ni daño:
salió incólume del accidente.
Diego García Elío, Alejandro Rossi y Enrique Vila-Matas (México D. F., 1993) |
Es curiosa la despensa de citas, dije hace algunos párrafos, y luego me lié, así que así se queda la idea, colgada, en suspenso, y hasta aquí hemos escrito.