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Gabriel García Márquez: vivir para narrarla

 

 

Gabriel García Márquez  quizás no será recordado ni como avezado periodista  de la crónica, el reporte y la corresponsalía; ni como  emisario silente del más execrable tirano del caribe; ni como pionero de la cinematografía latinoamericana (que en todos estos tres campos influyó de manera notoria), sino como escritor.  La pregunta obligada es entonces: ¿hasta cuándo permanecerá su memoria? La repuesta la dará el tiempo, inefable juez que en un acto soberano de <<justicia poética>> mantendrá sus novelas y cuentos, relatos y crónicas, vigentes por muchas generaciones o las relegará al olvido si es que en algún momento se perciben como producto de un bluf muy bien orquestado.

Lo que sí es indudable (porque está documentado) es que nos encontramos ante un extraordinario y fecundo lector que armado de tenacidad, malicia literaria y de reflexiones puntuales sobre la forma y el contenido de la narrativa de todos los tiempos, y en particular la del siglo veinte, logró sacar adelante y consolidar su proyecto narrativo.  Para ello, aplicó las técnicas y el tono narrativo  con frío cálculo, con sagacidad despojada de todo falso pudor, tomando de aquí y de allá, sin miedo a que fuera tildado de plagiario, imitador de temas y formas patentados por otros narradores de la talla de Kafka (literatura fantástica), Carpentier (realismo maravilloso), Faulkner (tiempo circular), Lezama Lima (la imagen del ser latinoamericano), Rulfo (la voz de la soledad y la muerte),  por citar algunos.

Sin embargo, Gabriel García Márquez  construyó su edificio literario a partir de elementos incuestionables de su propiedad: su devoción e ingenio por perfeccionar las técnicas narrativas, las habilidades de expresión, los recursos lingüísticos y la orfebrería del oficio, hasta las últimas consecuencias. Lo construyó a partir de su inmersión en los elementos constitutivos del Ser Caribeño, diáfano y alegre, mamagallista y burlón, desenfadado y cínico; lo cimentó desde su vestimenta de papagayo tropical, controversial y amiguero como un guiño y un símbolo para imponer su individualidad a nivel de vestimenta, porte y gesto sobre la formalidad cachaca de la gente del interior de Colombia; y lo levantó con el extraordinario legado fundacional  de una literatura oral transmitida por su abuela, quien le inyectó  hasta los tuétanos lo más sorprendente del folclor caribeño con sus apasionantes características multiétnicas de asombro y desbordamiento de la realidad, de portentos y presagios, de fantasía y de maravilla doméstica, de mitos, tradiciones y leyendas, de imposición de lo sobrenatural y milagroso en el corazón de la vida cotidiana de sus coterráneos, los costeños colombianos.

Y así devino El Gabo en ensamblador y armador magistral de un movimiento que otros lo bautizaron como REALISMO MÁGICO, nombre contradictorio en su propia esencia pues no se puede ser real y mágico a la vez, pero que para feliz desenlace del sueño garcíamarquiano, es decir, de su sueño de ser grande, ocupó desde la década de los sesenta del siglo pasado un lugar de privilegio y exclusión en la narrativa de esa segunda mitad del siglo veinte.

El Realismo Mágico nace, crece y muere con Gabriel García Márquez. Los imitadores (tal vez se salve el chino Mo Yan también Nobel), hicieron el oso y fueron reducidos al ridículo al no aguantar comparación con la excelente pluma de su maestro. Gracias al fenómeno concomitante y de éxito editorial del llamado boom de la literatura latinoamericana, se disparó el experimento del narrador caribeño, ensombreciendo cualquier otra tendencia o escritor solitario que hubiera tenido la mala suerte de pretender construir su carrera por esas décadas.

Después de ese letargo producido por el impacto descomunal del Realismo mágico cuyo asunto siempre miraba hacia atrás extasiándose en los escenarios rurales y en los conflictos sociopolíticos de los siglo diecinueve y parte del veinte en su dolorida Colombia y pensado como producto de recreación para ser vendidos a los lectores de Estados Unidos de América, Europa y de Occidente, los nuevos aires de una literatura urbana menos complaciente y contemplativa, más agresiva y crítica, más comprometida con su tiempo ha venido emergiendo y ocupando un lugar que históricamente le pertenece. Ya hacia 1996 apareció un grupo conformado por los chilenos Alberto Fuguet y Sergio Gómez quienes abanderaron un movimiento anti realismo-mágico, quienes en su Manifiesto contenido en el libro McOndo aseguran que vender un continente en su sola faceta rural y subdesarrollada les parecía “cómodo y aberrante ”. Sea como sea, posturas como esa sirvieron para que las nuevas generaciones de escritores de todos los países suramericanos se fueran deslindando y tomando distancia de un patrón estético en el cual no se sentían confortables.

Pienso, por ejemplo, en autores colombianos tales como Héctor Abad Faciolince, Laura Restrepo o Evelio Rosero y a nivel internacional en el chileno Roberto Bolaño quien con sus novelas Los detectives salvajes y 2666 mostró el camino posmoderno para ingresar  la novelística latinoamericana por los senderos de la universalidad temática, de la globalización y de la vigencia ética que el momento demanda. Para Bolaño la literatura es un oficio de riesgo, porque como dijera Nietzsche, de tanto ahondar en el abismo de la condición humana uno (el escritor) puede caer en él. Para Gabo es espectáculo y divertimento; un asunto de triunfo, de fama y éxito.

Vamos a esforzarnos por hacer una valoración ecuánime sobre lo que representa a nivel mundial la totalidad de la obra del Gabo. Vamos a despojarnos de las falsas pretensiones chovinistas de creer que su obra es insuperable o de  que es la biblia de Suramérica (¡si dejó por fuera a los indígenas y a los negros!) o de que su talento rebasa los límites de toda comparación posible. Felizmente García Márquez recibió en vida todos los reconocimientos que cualquier escritor ya desearía para sí. Entonces, después de los honores recibidos hay que deslindar y caracterizar el alcance de su narrativa, haciendo un ejercicio de Literatura Comparada.

La esencia de su narrativa está pensada para deslumbrar, para complacer, para distraer con fines de recreación, en fin, para hacer pasar  un buen  rato al lector.  Es una literatura entendida como un producto alegre, exótico y feliz diseñado para la venta. “la fantasía como embellecedora de la realidad”. El escritor se convierte en mago para maravillar y alucinar con sus trucos y artilugios de fondo y forma. El realismo mágico es una gran pantalla dentro de un circo que como todos los circos tienen la función de distraer y hacer pasar un buen rato a su público. Y el lenguaje que es la pantalla emula al papagayo tropical. El cuerpo del lenguaje, es entonces, un gigantesco loro multicolor pleno de exotismo y folclor cuya último esencia es la de asombrar con su colorido plumaje; a veces es un pavo real que como fuegos pirotécnicos en el momento de concluir se diluye y explota cual  éxtasis orgásmico en un bombardeo de colores sobre la conciencia del alelado público. Es basura telúrica. La imagen del mismo García Márquez es diseñada como un producto para vender y en efecto se constituye en un  ejemplo de un marketing muy bien elaborado. Y como él dijera en sus cursos de literatura, guion y cine en San Antonio de los Baños: el tema obligado es : Latinoamérica, el empaque: hollywoodense.

El sufriente y angustiado <<insecto>> icono del simbolismo literario Kafkiano se trastoca en la pluma del Gabo en una <<cola de cerdo>> que termina por desangrar la estirpe de los Buendía. En Kafka, la piel desangrada del personaje es la pizarra donde el lenguaje de la dominación escribe su ley. Pero es que esto de la estética literaria no es solo cosa de fuegos pirotécnicos. La literatura kafkiana está simbolizando la conciencia del hombre actual en su miseria, en su angustia, en la degradación de hombre a bicho por la dominación que sufre del Totalitarismo de cualquier signo. Aquí la literatura va más allá de su papel de deslumbramiento y complacencia para poner el dedo en la llaga y mostrarle a la humanidad la <<deshumanización>> de su condición por el abuso del poder. Ese es el papel del arte, enraizarse en la conciencia total de una época y  enrostrarle —siempre a nivel simbólico— sus llagas para que se cure y pueda ser en algún momento mejor ser humano. Al menos eso era lo que indicaba Foucault como función del arte cuando señalaba que este debe servirnos para ser mejores.

Vamos con otra comparación: la literatura borgiana se impone como un tigre ligero y majestuoso, indomable e impredecible inquiriendo sobre las grandes inquietudes del ser humano: el profundo sentido del tiempo; el espacio de una conciencia inasible en su multiplicidad de rostros e identidades; la poética de la existencia en su banalidad e inferioridad comparada con la eternidad de la muerte… en fin, que se impone a veces como la mirada  insondable de un gato viajando por los misteriosos e impredecibles altibajos del destino. La literatura garcíamarquiana continúa teniendo un olor a cacatúa complaciente.

Si se trata de literaturizar el Absurdo existencial podríamos ir a Albert Camus. Un aterrorizado venado podría servirnos de símil. De nuevo la angustia retoma el mando y la atención de un hombre enredado en sus propios límites deja ver su rostro de incoherencia, de ausencia de lógica y de paradójica irracionalidad. Si bien es cierto que Gabo algunas veces incursiona en estos temas tan <<humanos>>como en la soledad del tirano, del amor o de la fatalidad del destino, un tufito a caricatura envuelve al personaje como cuando parodia el tema de la vejez de cara a la muerte, trabajados por el japonés Yasunari Kawabata en su libro: La casa de las bellas durmientes y reelaborado con poca fortuna en Memorias de mis putas tristes.

La Erótica del poder es otro de los temas que apasionan a Gabo, sin embargo, de nuevo su elaboración literaria recae sobre tiempos y personajes que se desvanecen en atmósferas de épocas lejanas, que  devienen arcaicos y presentados más para su contemplación que para su crítica. El abuso del poder es vigente y su crítica debe ser vigente como sucede en la obra de George Orwell: 1984, donde los tentáculos del monstruo consolidan los rasgos de la indefensión total.

La discusión queda abierta. Nos resta mirar con los ojos Edgar Allan Poe, el fenómeno literario. Vamos a ser búhos de mirada escudriñadora y penetrante y no papagayos complacientes. Vamos a ser lechuzas inquisitivas a quienes solo  conmueve la fatalidad del destino. Vamos a atar cabos y a rencontrar nódulos que nos expliquen los verdaderos soportes de una estética literaria que conjugue recreación y crítica en el mismo paquete narrativo.

www.arandosobreelagua.com; La Caverna: escuela de escritura

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