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LAS CERTEZAS Y LAS PREGUNTAS DE JUAN GABRIEL VÁSQUEZ

Isabel Uribe Moya

JG VásquezJuan Gabriel Vásquez se enfrenta nuevamente a las cámaras, las grabadoras y a las notas apresuradas de los reporteros españoles. La última vez que lo hizo tan frenéticamente fue en el 2011, cuando ganó el premio Alfaguara con su novela El ruido de las cosas al caer (que también obtuvo el English Pen Award  en 2012 y el Gregor von Rezzori 2013), además de las mejores críticas en los 16 idiomas a los que fue traducida en 30 países. Hoy las preguntas giran alrededor de su más reciente trabajo literario: Las reputaciones.

Así, en una mañana gris y un poco desapacible, sentados en una mesa de la cafetería del hotel donde se hospeda en el centro de Madrid, cinco periodistas, durante una hora, tiramos de las cuerdas para intentar llevarlo, cada uno, por la ruta de sus particulares inquietudes mientras él bebe una cerveza y guarda estratégicos silencios que le permiten saltar de una respuesta a otra, de un tema a otro, de la literatura a la política, del periodismo a la ficción, de América latina a Europa.

Más de quince años fuera de Colombia  no lo alejaron de su acento marcadamente bogotano, dulce y pausado, mucho menos aún del interés por entender a su país. En sus primeras tres novelas oficiales (publicó otras dos cuando tenía 23 y 25 años que prefiere olvidar): Los informantes, Historia secreta de Costaguana y El ruido de las cosas al caer, se movió entre los secretos encerrados en los campos de confinamiento para  simpatizantes fascistas en Colombia, durante la segunda guerra mundial; la entrega del Canal de Panamá  a Estados Unidos en 1903 y el narcoterrorismo vivido en las décadas de los 80 y 90. Todas ellas indagan la manera en que los grandes acontecimientos históricos entran y marcan la vida de los individuos.

Juan Gabriel Vásquez asume su labor literaria como el oficio de plantearse preguntas no de sembrar certidumbres. En  El ruido de las cosas al caer, por ejemplo, se pregunta sobre el azar, sobre el escaso dominio que se tiene sobre la propia vida, mientras que Las Reputaciones, interroga al lector sobre la responsabilidad que cada hombre tiene sobre sus propios actos, sobre la manera de asumir sus decisiones.

Como en todo recorrido creativo, los caminos pueden cambiar pero los pasos están guiados siempre por las mismas preocupaciones esenciales del creador.

-¿Qué continúa de su línea creativa en este libro y con qué rompe definitivamente?

El género es distinto. Para mí la novela corta es un género aparte, como yo me la planteo, no es una novela que tiene menos páginas si no que es un género distinto, híbrido si quieres, porque maneja al mismo tiempo la concentración, la potencia, la eficacia del relato corto y esa capacidad que tiene la novela para ir más profundo en las preguntas que se plantea. También hay una especie de cierre del zoom con respecto a las novelas anteriores en las que había explorado los temas del pasado de los protagonistas, pero siempre acababan estallando en una especie de reflexión sobre el pasado nacional colombiano. Las Reputaciones es una novela voluntariamente cerrada, íntima, privada. Es como si hubiera tenido una especie de ataque de agorafobia con los otros libros y ahora hubiera querido más bien encerrarme en la casa.

-Pero permanece esa relación entre lo público y lo privado.

Exacto. Dicho todo esto, permanecen las obsesiones: La memoria, el peso del pasado… son cosas que a mí no dejan de generarme inquietudes y preguntas. De alguna manera esta novela es también una reflexión sobre nuestro momento actual en el que la distinción entre el mundo privado y el mundo público ha perdido todo sentido. Para mí, si hay algo que distingue este momento, es que vivimos en un mundo en el que un comentario, una foto comprometedora o una calumnia pueden darle la vuelta al mundo en tres segundos e imponerse como verdad por más rectificaciones que se hagan después. Eso quiere decir que la distinción entre figura pública y figura privada ha dejado de existir. Todos somos personajes públicos porque todos podemos vernos sometidos al escrutinio de millones de personas en instantes.

Las reputaciones narra tres días en la vida de Javier Mallarino, un hombre que cambió la pintura por la caricatura y que con ella se convirtió en el más importante e influyente creador de opinión en el ámbito político del país. En el momento cúspide de su carrera recibe un homenaje nacional, pero el encuentro con una amiga de la infancia de su hija, hace que replantee todas las certezas de su vida profesional y personal. A  Juan Gabriel Vásquez le gusta que esta  historia haya sido calificada en algún momento como una “novela moral”.

El tipo de novela que más me interesa como lector últimamente y que más me interesa escribir, es un tipo de novela que hace preguntas de tipo moral, es decir,  preguntas sobre la manera en que lidiamos con nuestras decisiones, sobre la capacidad que tenemos los seres humanos para hacernos daño y cómo lidiamos con el daño que podemos hacer y cómo lidiamos también con el daño que nos hacen, cuál es ese tejido de responsabilidades que tenemos en el trato diario. Los libros que marcaron este (Las novelas cortas de Tolstoi, las de Henry James, de Saul Below), son todos libros muy obsesionados con hacer preguntas de carácter moral, del comportamiento humano, de nuestros errores, de nuestras decisiones y de cómo lidiamos con las consecuencias de estas.

DOS HOMBRES, UN FANTASMA, UNA NOVELA.

Si bien las novelas de Vásquez  plantean muchas preguntas, no es de allí precisamente de donde parten. Las reputaciones  nace de un fantasma que ha acompañado al escritor durante casi toda su vida: Ricardo Rendón, el más importante caricaturista político del siglo XX en Colombia.  Juan Gabriel leyó sus libros en la biblioteca de su casa paterna, cuando apenas era un niño. Unas pequeñas clases de historia. Años después estudió derecho en la Universidad del Rosario, ubicada en el centro de Bogotá a pocas calles del café donde Rendón se suicidó a los 37 años,  tras dibujar uno de sus “aguijones untados de miel” como él mismo llamaba a sus caricaturas.

La primera idea fue una novela sobre Ricardo Rendón, cuando deseché esto, porque me pareció mucho más interesante inventar mi propio caricaturista y ponerlo en una situación moralmente difícil o confusa, el primer proyecto fue una obra de teatro que se abría con Mallarino dando el discurso en la noche de su homenaje, y luego me di cuenta de que los asuntos sobre los que la historia estaba empezando a reflexionar funcionaban mucho mejor en una novela, que por lo demás, es lo que yo manejo con más control y naturalidad.

Cuenta Vásquez, que fue entonces cuando tuvo claro que su nueva novela empezaría con Mallarino sentado en un parque del centro de la ciudad lustrándose los zapatos y ve pasar el fantasma de Ricardo Rendón.

De esta manera, de una imagen, parten las novelas de Juan Gabriel Vásquez, las preguntas llegan después, cuando comienza a desgarrar la vida de sus protagonistas. Así lo comenta esa misma noche, en un encuentro con el público en Casa de América, con su voz firme, como de locutor radial, y con ese aire elegante e intelectual que no riñe con su chaqueta americana, sus vaqueros y zapatillas.

Ricardo Piglia dice que los escritores escribimos para saber sobre qué escribimos y ese es mi caso, la escritura de la novela fue lo que me fue revelando las cosas que pensaba discutir. De alguna manera siempre he pensado que si una novela verdaderamente está viva, si las cosas verdaderamente están funcionando, la novela siempre es más inteligente que el autor, la novela siempre te pone a hablar de cosas que no tenías pensado, te hace preguntas que no te habías hecho antes y a partir de ahí te va sugiriendo las cosas que le importan y uno, si es sensato, debe seguirlas. Yo no tenía la idea de que la novela acabaría reflexionando, entre otras muchas cosas, sobre la memoria y la falibilidad de la memoria y cómo formamos partes enteras de nuestra vida sobre algo que creemos haber visto o haber experimentado, cuando puede ser que no lo hayamos visto, que no lo hayamos experimentado. Pero la novela me llevó allí y acabó hablando de estas cosas también.

ENTRE LAS PREGUNTAS Y LAS CERTEZAS

-Usted escribe una columna de opinión en el diario colombiano EL ESPECTADOR. Es un creador de opinión como lo es un caricaturista. ¿Qué hay de usted en Mallarino?

Yo acabé volcando muchas de mis neurosis en el pobre Mallarino que no tenía por qué sufrirlas, pero 6 años de escribir columnas de opinión me han enfrentado a esa relación tan rara que tienen los lectores de opinión con los columnistas o con las páginas de opinión en Colombia…

-“El diván colectivo de un país largamente enfermo”, así las llama en la novela.

Sí, y creo que allí  se da  una relación conflictiva, muy interesante y hasta cierto punto malsana.  Creo que los lectores de opinión en Colombia van a las columnas por dos razones que no tienen nada que ver con formarse una opinión, bien para poner en palabras de alguien, que tiene cierto prestigio, los prejuicios que ya tienen, o bien para darse el placer del antagonismo y de la confrontación más o menos impune, a través los foros de todas las columnas de los periódicos nacionales.

-¿Cómo lleva eso de ser columnista y novelista al mismo tiempo?

Yo creo que lo que hay es una tremenda esquizofrenia. El columnista y el novelista tienen dos maneras diametralmente opuestas de mirar el mundo, el columnista es alguien que escribe desde la certeza, uno da una opinión porque está seguro de eso y quiere convencer a los demás de que las mujeres tienen derecho a abortar en ciertas circunstancias, de que hay que legalizar la droga o lo que sea. Uno está seguro de eso y quiere convencer. Mientras que el novelista escribe precisamente porque no sabe, el novelista escribe porque ignora, porque hay algo que le resulta oscuro, y la novela no quiere dar una respuesta, quiere aportar más preguntas.

-¿Cómo da el paso de novelista a columnista, de las preguntas a las certezas?

Es por eso que hablaba de esquizofrenia, porque yo me paso quizá 4 días a la semana en un mar de dudas sobre todo, no estando seguro de nada y de repente se acerca el día en que tengo que entregar mi columna y empiezo a tener certezas sobre algunos temas y a considerar que puedo aportar algo al debate sobre determinados asuntos. De alguna manera yo me siento un poco dividido entre la tradición anglosajona, que para mí es importante, en la que un novelista piensa en el mundo a través de las novelas exclusivamente, y nuestra tradición latinoamericana y de figuras, que para mí han sido muy importantes como Fuentes o Vargas Llosa, quienes comparten la escritura de novelas con su faceta de creadores de opinión.

LIBRE DE REPUTACIONES AJENAS Y PROPIAS

Juan Gabriel Vásquez, con sus 40 años se ha movido con éxito entre los terrenos del ensayo, la novela, el periodismo y la traducción. Hoy camina libre por su senda literaria, libre de la sombra del boom latinoamericano, libre del realismo mágico.

Creo que inevitablemente las circunstancias históricas que rodearon a esa generación que llamamos boom Latinoamericano fueron muy distintas. La revolución cubana transformó la realidad latinoamericana y eso tuvo que ver con el surgimiento de esa generación de escritores. En los momentos históricos de gran conflicto, en los momentos en que todo un sistema de pensamiento y de vida está a punto de ser reemplazado por otro, siempre surgen grandes escritores. ¿Por qué en el mismo momento en Rusia, surgen Tolstoi, Dostoievski, Chejov, Gógol? Porque hay un sistema de siglos que está a punto de caer y la sociedad lo siente y produce escritores para explicarlo. Eso fue lo que pasó con el boom latinoamericano. Quizás ahora la diferencia es que no está pasando eso, vivimos momentos críticos y conflictos importantísimos, pero no creo que estemos viviendo una transformación geopolítica equivalente. A mí siempre me parece un poco peligroso comparar las circunstancias históricas en las que escribió el boom sus grandes novelas y las que hemos heredado las generaciones futuras.

Más tarde, frente a sus lectores, en Casa de América, asegura estar libre también de la presión que pudieran ejercer el éxito de su novela anterior, los comentarios de la crítica, los premios y reconocimientos.

Mi noción personal de éxito es que el libro publicado se parezca lo más posible al proyecto que yo tenía en mi cabeza cuando empecé. Borges decía con humor que uno comienza  queriendo ser Homero y luego termina resignado a ser Borges…yo creo que ser Borges ya es bastante, pero esa distancia entre la novela perfecta, de arquitectura impecable que uno tiene en la cabeza y el resultado final, eso es lo que lo deja a uno satisfecho o desconsolado.

Escribo porque entiendo el mundo a través de las historias, porque no sabría qué hacer si no escribiera, porque no sirvo para nada más, porque no me queda más remedio y lo seguiría haciendo aunque mis libros no se vendieran, aunque las críticas fueran malísimas, lo seguiría haciendo porque es una manera de entender el mundo.

NÓMADA SIN REMEDIO

Salió de Colombia cuando tenía 23 años con rumbo a París, donde se doctoró en literatura latinoamericana, después vivió un año en un pequeño pueblo en Bélgica para luego trasladarse a Barcelona. A los 39 años, casado, con dos hijas y una consolidada carrera literaria, regresa a Bogotá, se reencuentra con sus calles, su gente, su realidad difícil y por lo mismo terriblemente interesante para un escritor como él.

¿Qué relación tiene ahora con Colombia?

Bueno, es necesariamente conflictiva. Soy muy crítico con los ocho años del gobierno de Álvaro Uribe, creo que implicaron una regresión en libertades civiles y en derechos individuales muy fuerte. Durante esos años se sembró una ética del “todo vale en política”, que  es profundamente nociva para la democracia Colombiana. Creo que dejó de tener sentido algo que para mí es tremendamente importante, que es la división entre iglesia y estado, por ejemplo. Hoy  en día hay congresistas colombianos negociando las leyes de la república con grupos cristianos  y eso es el legado de ocho años de gobierno profundamente reaccionario y conservador, en el mal sentido de la palabra.

-Uribe no gobierna hace 4 años. ¿Siente que ha cambiado algo?

Creo  que algunas cosas han cambiado, pero creo también que los grandes  debates en Colombia: El matrimonio homosexual, la legalización de la droga, el derecho al aborto, el proceso de paz mismo, están muy marcados por una visión profundamente reaccionaria e intolerante, que es el legado de Uribe.

Ha habido un cambio retórico, que en política nunca es despreciable. La manera en que conservamos cierta altura del debate público es importante y el gobierno de Juan Manuel Santos  lo primero que hizo fue cambiar la retórica, por ejemplo, en la política internacional. Donde  Uribe había voluntariamente creado una situación de  enemistad con otros países de Latinoamérica, Santos ha tratado de volver a construir los puentes y reconocer el valor de la diplomacia como manera de estar en el mundo, y eso no quiere decir que compartamos todo con otros países, pero no hay ninguna razón para mantener una situación de confrontación y de pelea permanente como la que tenía Uribe, de alguna manera por la convicción de que el país era una gran finca, que él podía manejar a sus anchas.

-Al final de Las Reputaciones hay un último juego de la memoria: Mallarino recuerda su futuro. ¿Tiene usted algún recuerdo claro de su futuro?

No, no lo creo. Yo recuerdo haber leído “El pez en el agua” cuando era muy joven y en él Vargas LLosa cuenta cómo hace un plan quinquenal, un plan para los libros que va a escribir en los próximos cinco años: un ensayo sobre Víctor Hugo, una novela sobre no sé qué, una obra de teatro sobre un hombre que pasea por los balcones limeños… y bueno todo eso. Me acuerdo de haber pensado “pero qué bárbaro este hombre, ¿cómo se puede hacer esto de planear de esa manera?” y resulta que estoy haciendo exactamente lo mismo. Tengo un plan, no para años , pero si para cinco libros que tengo más o menos estructurados y esa es la única visión que tengo del futuro aparte de la idea de que quiero seguir moviéndome, de que otros 2 o 3 años serán suficientes en Colombia y a partir de ahí buscaré con mi familia otro lugar. Me seguiré moviendo por el mundo.

 

 

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