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Fantasmas del desierto, de Guillermo Orsi

Fantasmas del desierto.

Guillermo Orsi.

Editorial Almuzara, 2014.

284 págs.

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Algún castigo divino ha debido de caer sobre este planeta para que el nombre de Guillermo Orsi (Córdoba, Argentina, 1946) no sea más conocido. Al menos, más conocido que el de otros escritores de novela negra, de oficio mucho más anodino. Orsi ha recibido destacados premios por sus novelas (el Hammet, el Ciudad de Carmona…). Muchos escritores de género policial lo reconocen como un maestro que inspira y señala caminos a transitar. Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés con notable éxito. Si no ha alcanzado una mayor difusión entre un público masivo, quizá se deba a su estilo exigente y desolador. Desolador según se mire, claro. Porque a veces uno se levanta de su cama jodido y no le apetece leer a ningún iluminado que trate de convencerle de que ‘la felicidad está en tu interior, es una actitud, sólo tienes que desearla, etc’. No, a veces uno necesita escuchar que hay fuerzas que le superan, que la corrupción impera por doquier, y que no debe culparse a sí mismo de que en su vida reine una ruina que no esperaba, que debe seguir luchando pues no hay nada fácil. Para algunos, esto resulta mucho más reconfortante que las vacuas buenas vibraciones de Deepak Chopra.

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En Fantasmas del desierto, retomamos a uno de los personajes fetiche de Orsi: Pablo Martelli, Gotán. Un peculiar investigador que dejó la policía federal para vender sanitarios, pues no consintió en servir de ayuda para la persecución política en la dictadura de los milicos. Un héroe de todos los antihéroes. A partir de aquí, locura y plomo. A Gotán lo involucran en una intrincada trama en la que se mezclan la iglesia católica, la policía federal, el gobierno norteamericano, los dos constructores más importantes de Argentina… Si la novela durase 20 páginas más no me cabe duda de que acabaría por implicar al presidente de Boca Juniors o los directores del colectivo LGTB de Buenos Aires. El efecto es el deseado: la propuesta de una red de maldad subyacente a toda institución humana, a ratos onírica, sobrenatural, y, sin embargo, verosímil.

Hay tres cosas que me encantan en Fantasmas del desierto. La primera son sus formas argentinísimas. Leer en un castellano exótico, tan lejos de mi vida cotidiana, y al mismo tiempo tan exigente, me resulta muy grato. Por otra parte, el recurso continuo a la más cruel ironía, sin concesiones, el ritmo del diálogo y la velocidad de pensamiento de los protagonistas, la melancolía propia del tango… De alguna manera, aunque alguien tache la palabra Argentina con un rotulador de todas las páginas del libro, cualquier lector se ubicará en el país de Río de la Plata tras leer tan solo un párrafo.

Lo segundo son los personajes. Desde los que ejercen el papel de villanos, no tan villanos como alguno de los héroes, a los que ejercen el papel de héroes, no tan héroes como alguno de los villanos. Se trata de personajes que no tienen moral, sino intereses. Todos resignados a no gustar, a ser odiados. La vida los puso ahí para sobrevivir a toda costa, y saben que durarán poco. De esta manera, el cinismo de Gotán, el protagonista, se antoja como lo único con lo que se podría transigir. Y la ingenuidad de Solanas, su compañera y protegida, acaba por juzgarse errónea. Todo lo demás: escombros; toda sociedad está compuesta de podredumbre humana.

Lo tercero son los escenarios. Estos se ocupan de teñir Fantasmas del desierto de un divertidísimo estilo pulp. Interiores de iglesias barrocas en las que tenebrosos monjes celebran ritos sexuales, al modo de Weird Tales o Detective Stories. Bailes de lujo poblados de esperpentos diplomáticos.  Enormes construcciones en mitad de ninguna parte de las que se huye en helicóptero, con sus correspondientes huestes de guardias de seguridad uniformados (imaginen las localizaciones propias de una novela de James Bond y contamínenlas de tercermundismo: amianto, barro, presentadores de televisión kitsch, etc.).

Por último, hay que advertir que no están hechas, las novelas de Orsi, de grandes tramas, sino de pequeños momentos, pequeñas pinceladas de genialidad, todas juntas. Como un cuadro puntillista del revés, el cual, al verlo de lejos, se percibiera un caos difícilmente descifrable, pero acercándose se pudiera apreciar la inspiración de cada puntita de pintura. Fantasmas del desierto se disfruta más página a página que tratando de hallar un sentido narrativo total a la novela. Se disfruta en sus diálogos, en sus reflexiones, en su ánimo desencantado, en sus delirantes personajes secundarios, en la risa, la angustia y la amargura.

Orsi ha sabido incluir estos elementos en su obra sin descabalgarla de una literatura del más alto nivel. Un reflejo cáustico de los poderes que gobiernan el mundo (política, empresa, iglesia) los cuales utilizan a las fuerzas de la autoridad a su antojo para cumplir sus fines.  Una descripción del caos moral y del orden jerárquico que rigen el planeta.

 

 

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Muela

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