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Fabián Casas, la voz extraña

El año pasado Fabián Casas reunió toda su obra ensayística en Trayendo a casa todo de nuevo. En esta columna me concentro en el segundo de los libros recogidos, La supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún (2013), para ahondar en el “estilo” Casas.

El estilo Casas. Por un lado, la voz, que busca la naturalidad de un yo informal, que se permite tocar una multitud de temas (diríamos, antaño, que mezcla la cultura “baja” con la “alta”), que le dice al lector: eres como yo, o casi. Por eso, “Un día en la cancha” comienza con una referencia a Queen. Un ensayo sobre Luis Alberto Spinetta, inicia: “Tomá, Luis, mañana es navidad”. Y el artículo sobre la perra de Casas, “Lovely Rita”, empieza así: “Todos los problemas surgen cuando uno tiene que abandonar su habitación, escribió Pascal”.

El estilo Casas. Por otro lado, los temas, que testimonian sus obsesiones: el fútbol, el karate, tal vez el boxeo; la música, principalmente el rock; el cine; la familia; la política; la literatura, en sus variadas formas, que en este libro se llaman Naipaul, Coetzee, Borges, Tolstoi, Zambra, Salvador Benesdra, Lem, Bradbury.

El estilo Casas. En “La supremacía Tolstoi”, por ejemplo, uno de los textos más largos del libro, se discuten las ideas de Adorno sobre la música. Casas dice: “Argumentaba que un director de orquesta no podía repetir la obra como había sido ejecutada en el momento de su creación. En cambio, proponía, el director de orquesta debía mediar entre pasado y presente, transformando la obra con su propia obra interna. Es decir que para ser fiel a su material, para extraerle el significado, paradójicamente, el director debe transformar ese material alterando su tiempo, su articulación y su expresión. Adorno, parece, estaba hablando de hacer un cover”. En ese giro, en ese desliz entre el desarrollo extenso de una idea —que termina con la palabra “expresión”— y el comienzo de un registro diferente, que sobresalta lo anterior, que lo dinamita para construir otra cosa, en otro plano —el comienzo de la oración “Adorno”— Casas se juega la vida, metafóricamente hablando. Y, metafóricamente, también preguntémonos si no podría verse la frase anterior como una teoría sobre la producción y la recepción del texto literario, algo que siempre está rondando su escritura.

El estilo Casas. Así escribe sobre el fútbol: “Parecíamos un dibujito de Escher, cada cuerpo era la continuidad del otro”. Esa crónica es de las mejores cosas que le he leído a un escritor sobre ese deporte. Así escribe sobre literatura: “Naipaul es de derecha, como la naturaleza: los débiles deben morir para que surjan los más fuertes y la especie se mantenga sana”. Este es un gran ensayo sobre las biografías. Así escribe sobre su fascinación por el karate: “Yo fui a karate para que mi mente no se me escape, para no estar pensando constantemente en una larga vida y terminar en la ignominia, para parar el diálogo, la máquina de pensar en Gladys y para lograr ser humilde, aprender un nuevo idioma, empobrecerme y habituarme a estar en estado de eterno principiante”. Así escribe sobre música: “Marcus y Reynolds son periodistas que empezaron reseñando discos de rock y a través de lecturas cruzadas se ‘desespecializaron’: Derrida, Barthes, Deleuze, Kristeva, Benjamin hacen mosh con Johnny Rotten, el postpunk, los Beatles”.

Estos ensayos buscan una empatía con el lector y articulan una poética personal basada en cuatro pilares: (1) La búsqueda de la emoción y hasta de la epifanía (véase fútbol); (2) una estética de la mezcla, donde todo se coloca horizontalmente y se privilegian los cruces heterodoxos sin dejar de anotar hipocresías políticas o sociales (véase la música y la política): (3) una apuesta firma por la idea de homologar vida y literatura como actividades donde la ética está en primer lugar (véase Naipaul y el karate) y (4) la noción del maestro y del aprendizaje (karate-familia-literatura) como fundamento esencial de la vivencia existencial y literaria, resumida en una máxima de cabecera del Sensei Funakoshi, citado por Casas: “Idee en todo momento, idee siempre”.

La fuerza del compromiso de Casas es llamativa y nos llama. Cuando lee a Tolstoi dice que las preguntas que se hacen los personajes de Ana Karenina siguen vigentes: ¿Para qué seguir si la muerte se lo lleva todo? ¿Hay algo trascendente? ¿Controlar o alimentar los apetitos? Y se permite dudar de la literatura y de la vida, que, al fin y al cabo, es lo que hace todo escritor que se precie de serlo. En su libro de poemas Horla City y otros, Casas incluye un texto que se llama ‘La voz extraña”  y dice: “[La voz extraña] tiene las características de la poesía. Y a veces se la puede aislar del cuchicheo incesante de nuestro ego. Desde que nos levantamos hasta que nos dormimos, la máquina se pone en marcha y se activa nuestro diálogo interno. Ese diálogo construye el mundo en el que vivimos”. Esa voz, original, es la de Fabián Casas.

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