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Disparando al presidente: Zangara y Cermak

 

I used to be a factory hand when things was moving slow,

When children worked in cotton mills,

each morning had to go.

Every morning just at five the whistle blew on time

To call them babies out of bed at the age of eight and nine.

Chorus: Come out of bed, little sleepy head,

And get you a bite to eat.

The factory whistle’s calling you,

There’s no more time to sleep.

                                   Babies in the mill / Dorsey Dixon

Trabajaba en una fabrica cuando las cosas iban lentas /

cuando los niños trabajaban en las textileras, todas las mañanas tenía que ir/

Cada mañana a las cinco la sirena sonaba /

para sacar de la cama a niños de ocho o nueve años /

Coro: Sal de la cama, dormilón /

y toma un bocado /

la sirena de la fabrica ya te está llamando /

Ya no es tiempo de dormir.

 

La de arriba es una canción que hubieran podido cantar cualquiera de los dos protagonistas de esta historia: Cermak o Zangara. A Anton Cermak, a quien aún no he presentado debidamente, lo mató Giuseppe Zangara y es oportuno, es una historia miamiense, que la suya sea la historia de dos inmigrantes. Dos inmigrantes cuyas historias fueron distintas a pesar de un punto partida y un final comunes. Los dos fueron inmigrantes de primera generación y los dos tuvieron una muerte violenta en Florida. Ahí acababa todo parecido entre una víctima y un matador, entre un triunfador nato y un perdedor no menos nato.

Anton Cermak había nacido en 1873 en Kladno, una ciudad minera cerca de  Praga, en Austria-Hungría, en lo que aún no era Checoslovaquia, en lo que ya no es Checoslovaquia. Su padre era minero de carbón y en 1874 emigró con su familia a los Estados Unidos. Cermak creció en Braidwood, Illinois, otra ciudad minera. Fue al colegio por sólo tres años y cuando cumplió doce  años comenzó a trabajar en una mina de carbón, como su padre, junto a su  padre, por un dólar con cincuenta al día. En 1892, a los diecinueve años  empezó su propio negocio de carga; se dedicó al transporte de carbón y madera; fundó un club político de base étnica con otros mineros centroeuropeos; participó de forma activa en la vida del partido demócrata y de los sindicatos en una época en que ser sindicalista suponía exponerse a las palizas de los Pinkerton pero también apalear rompehuelgas. En 1902 era representante en la Cámara Estatal de Illinois y en 1931 alcalde de Chicago, donde se las arregló para hacerse enemigo personal de Al Capone. Francesco Nitto, el lugarteniente de Capone —los que hemos visto cualquiera de las versiones de Los intocables lo conocemos como Frank Nitti—estaba convencido de que el alcalde había intentado hacerlo matar por la policía. Y es posible que tuviera algo de razón…

En su camino entre los cargos de representante estatal y alcalde, Cermak se las arregló para amasar una modesta fortuna de siete millones de dólares en el negocio de los bienes raíces. No era una fortuna totalmente honesta, descansaba en el hecho de que como político tenía información y conexiones de las que carecían sus competidores, pero tampoco ilegal, porque las leyes aún no contemplaban casos como el suyo.

En la convención del partido demócrata que eligió a Roosevelt como candidato a la presidencia, Cermak, como el resto del aparato demócrata de Chicago, apoyó hasta el final a su rival Alfred Smith. Es por eso que en febrero de 1933 Cermak fue a La Florida para reunirse y reconciliarse con el recién electo Roosevelt.

El presidente electo Franklin D. Roosvelt y el alcalde de Chicago, Anton J. Cermak.

No estaban las cosas como para que el partido demócrata se permitiera peleas internas. No con medio país en paro, agitación social, empresas cerradas, banqueros saltando por la ventana de los rascacielos newyorkinos —aunque no tantos como pretendió ver García Lorca—, los mineros huelguistas de West Virginia tiroteando esquiroles —disparaban a matar— y Heny Ford organizando en contra piquetes a algunos cientos de hombres armados dentro de sus fabricas —también ellos disparaban a matar y algunos sindicalistas hablaron de un ejército privado—, que estaban entre las pocas grandes de la nación aún no en quiebra.

(Este es un buen momento para que la banda sonora pase de Babies in the mill de Dorsey a Vigilante man de Woody Guthrie).

Eran malos tiempos y por no faltar no faltaron ni siquiera los rumores de Golpe de Estado, por primera y última vez en la historia de los Estados Unidos. Los supuestos conspiradores fueron tan incompetentes en la elección del general que debía sublevarse, —Smedley Butler, recién retirado de los Marines—, que apenas este se dio cuenta de que lo que se le proponía era alzarse contra el gobierno constitucional, procedió a denunciarlos ante la prensa y las cortes de justicia. Pero nadie le hizo caso… Incluso conspirando para derribar al gobierno, los conspiradores eran más importantes para la recuperación económica del país, que un general puritano que rechazaba medallas cuando las consideraba mal ganadas.

 

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Muela

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