Por Pablo Brescia
Cortázar y Newtown
Este año se cumplen 50 años de la publicación de Rayuela, novela imprescindible para entender el Boom de la literatura latinoamericana de la década de los 60. Y en el 2014 serán los 100 años del nacimiento del escritor argentino. Habrá celebraciones y re-evaluaciones de su obra. También he estado pensando en Cortázar en estos días, pero por otras razones. Un artículo sobre la matanza de niños y adultos en Newtown (“Local Story”, New Yorker, 4 de marzo del 2013), sigue el recorrido de Shannon Hicks, reportera del periódico Newtown Bee, ese día. Al llegar al escenario de los acontecimientos, comenzó a tomar fotos, incluida la (hoy famosa) de la fila de niños que, con los ojos cerrados, son conducidos por los policías a través del estacionamiento de la escuela. Hicks dice sentirse en conflicto consigo misma por haber tomado las fotos y hacerlas públicas. ¿Qué trozo de vida captura una fotografía? ¿Qué historia cuenta y qué historias oculta? Esta es la pregunta que el mismo Cortázar planteaba en “Las babas del diablo”. Allí, el personaje principal, Michel, traductor y fotógrafo (¿y qué es el fotógrafo sino un traductor?) toma una foto en un parque y, al revelarla en su departamento en París, ve con asombro, que es el asombro del lector, que los fotogramas cobran vida propia y cuentan una historia diferente a la que él vio en el parque. Y ya no sabemos qué pensar. Hicks tomó una foto de un oficial de policía cargando a una niña sin color. Y sabe cómo terminará esa historia. Qué maravilloso que la literatura nos ofrezca otros mundos y que la vida, en esta ocasión, no responda de igual manera.
Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches.
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