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Tristeza de la tierra de Eric Vuillard

Con Tristeza de la tierra (2015, Errata Naturae) el escritor francés Eric Vuillard entrega al público una nueva viñeta del fresco literario comenzado con Conquistadores (2009). Como en la mencionada novela, pero también como en La batalla de Occidente (2012) y Congo (2012), el autor francés interroga un periodo de la historia humana desde un ángulo singular, el que le puede permitir la ficción. Así, si alguna vez exhumó la conquista del imperio Inca por parte de los españoles, las luchas intestinas entre ellos y, finalmente, la instalación del poder colonial; si alguna vez se interesó en la Primera Guerra Mundial y los horrores del colonialismo en África; en Tristeza de la Tierra Eric Vuillard aborda la historia americana. No se trata de cualquier época sino aquella durante el cual Buffalo Bill se convirtió en una leyenda viva, recorriendo de cabo a rabo los Estados Unidos con su Wild West Show. La historia americana, a través del ascenso, apogeo y ocaso de William Cody – mejor conocido en el espectáculo, por lo tanto en la memoria popular, como Buffalo Bill – permite al autor francés plantear inquietudes que desde Conquistadores aparecen, se radicalizan, se transforman una y otra vez.

Pienso, por ejemplo, en la manera en que historia – devenir histórico para ser más exacto – se encuentra vinculada con la civilización. No cualquier tipo de civilización, menos aún aquella que busca hacer de cualquier batalla, combate u acto violento el evento fundador de una sociedad, sino la que hunde sus raíces en el crimen, la expoliación, las masacres. De ahí que el atento narrador de Tristeza de la tierra se refiera a la civilización de esta forma: “La civilización es una enorme bestia insaciable. De todo se alimenta. Necesita pimienta, té, carbón, estaño. Nunca está satisfecha. La civilización reclama también alimentos menos materiales, pero enseguida se aburre”(p.25). Los actos considerados por la memoria colectiva como elevadas muestras de civilización no son otra cosa que la brutal manifestación de una bestia, una bestia que reclama para sí todo, sin entregar nada a cambio. Una bestia a la que son consagrados pueblos enteros, tribus y familias sin contemplación ni misericordia. En el caso particular de Tristeza de la tierra – melancólico título que parece evocar metonímicamente ese devenir histórico de la humanidad entera -, se aborda las diversas facetas del espectáculo. Civilización y espectáculo parecieran reclamarse a lo largo de la historia, como si una no pudiera existir sin el otro, como si se justificaran mutuamente; o bien, como si el cualquier gesto de civilización no pudiera recordarse bajo una forma que no sea la del espectáculo. Así lo sugiere el mismo narrador, una de las grandes proezas de Vuillard, en la segunda sección del relato:

“El espectáculo es el origen del mundo. En él radica lo trágico, inmóvil en una rara obsolencia (…) Vemos, pues, que el espectáculo y las ciencias humanas se iniciaron en los mismos expositores, con curiosidades arrebatadas a los muertos. Hoy en día, en las estanterías de los museos no se encuentran más que despojos, trofeos. Y los objetos negros, indios o asiáticos que en ellos admiramos fueron sustraídos a cadáveres”. (p.11-14).

Dividido en doce secciones, de similar extensión, Tristeza de la tierra desarrolla diferentes aspectos del vínculo entre espectáculo, civilización e historia. Lejos de ser un entretenimiento desprovisto de consecuencias éticas, por las venas del espectáculo corre la sangre de diversos pueblos, inocentes víctimas de una cultura que lo fagocita todo, de una economía que evoluciona como una línea divergente de todo lo que sea humano. El dolor de los pueblos que fueron saqueados, representado por los objetos de las estanterías, se encuentra despojado de emoción, convertido en reliquia de vencedores, secuestradas de la violencia que hizo de ellos lo que fueron y son ahora. Felizmente, nos queda la literatura para insuflar, con las palabras, vida a aquellos objetos, escuchar lo que tienen que decirnos, recrear para nosotros, los lectores, el valor que alguna vez tuvieron, cuando no estaban encerrados en vitrinas, expuestos en ferias, en suma capturados por el espectáculo.

Eric Vuillard dedica su relato al Wild West Show de Buffalo Bill, personaje que bajo la pluma del autor no deja de ser tan cautivador como grotesco (puesto que él mismo es víctima de su espectáculo). No obstante, para abarcar del mejor modo posible las múltiples facetas del espectáculo, el autor francés también se detiene en las víctimas de éste; colectivas, como las tribus indias, pero antes que nada individuales, como Toro Sentado y, en particular, Zintkala Nuni, arrebatada a su tribu desde niña, obligada a integrarse a una familia y una sociedad tan adoptivas como postizas en su generosidad hacia ella. El destino de la joven india es contado a lo largo de todo un capítulo – “Comprar una niña” -, donde descubrimos que el espectáculo, lejos de oponerse a la identidad y la cultura, las absorbe en su gran flujo alienante:

“Existe una fotografía suya poco tiempo antes de morir. Posa vestida de india en la Exposición Panamá Pacífico de San Francisco. Y es curioso, pero en dicha fotografía parece ir disfrazada, ella que sin embargo era india. Y si, en esa lastimosa instantánea comercial, Zintkala Nuni nos parece una parodia, no es sólo porque su mirada triste y agotada nos grite, a través del traje y la puesta en escena circense, que moriremos quemados por nuestras máscaras. No: no es solo porque la hayan desfigurado con una cazadora de flecos y unos mocasines baratos. El motivo es aún más terrible. Si, así vestida, Zintkala Nuni, la niña de Wounded Knee, nos parece que vaya disfrazada… es porque ya no es india”. (p.66).

Bajo la perspectiva del narrador, la literatura es el medio que permite no tanto reconstituir el destino de gente como Zintkala Nuni como entenderlos, realizar un ejercicio de empatía con su drama anónimo, leve y grave a la vez. Por eso, el libro se cierra con un capítulo que es a la vez un silencioso alegato por la belleza en medio de la catástrofe y una sutil metáfora de lo que es el arte: la sección titulada “La nieve”. No cualquier tipo de arte sino aquel que se enfrenta con el pasado para intentar capturar lo auténtico, porque hacer de otro modo sería alienarse en el olvido o, lo que es peor, una memoria artificiosa. Pese a que lo auténtico se nos escape entre los dedos, de la misma forma que los copos de nieve a los que se hace alusión, nos queda el gesto y con él las páginas vibrantes que componen Tristeza de la tierra. Hoy por hoy, Eric Vuillard es uno de los más grandes escritores franceses. Saludemos, pues, que haya sido traducido al español. Sobre todo si se trata de un libro como el suyo, un libro con el que parece cerrar un ciclo donde interroga la manera en que Occidente hace su historia, los hiatos, fracturas y crisis provocados por su andar en la tierra, cansado escenario del dolor.

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