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Magnetizado desde el título

Uno abre un libro que narra un true crime y piensa que le magnetizarán las escenas famosas, ya conocidas, como la que describe las paredes de la habitación en la que las acólitas de Charles Manson asesinaron a Sharon Tate, con el desorden propio de un ritual satánico, dos cuerpos sin vida balanceándose colgados de una misma cuerda y las paredes anunciando las palabras “Helter Skelter” pintarrajeadas con la sangre de las víctimas. Y, de hecho, Helter Skelter es el true crime más vendido de todos los tiempos. Pero es otra cosa lo que a uno le deja sin aliento de Magnetizado (Anagrama, 2018), obra de Carlos Busqued (Presidente Roque Sáenz Peña, 1970), el libro-documento que trata acerca del asesino de 4 taxistas den la ciudad de Buenos Aires en septiembre de 1982.

Pocas veces he tenido en mis manos una lectura con un título tan bien buscado. La palabra que lo encabeza aparece en una conversación entre el escritor y el asesino en serie argentino Ricardo Luis Melogno. Este último relata la siguiente anécdota tras uno de los asesinatos:

“Estoy comiendo en Dos Hermanos, que resultó quedar a una cuadra y media de donde dejé el auto. Me siento a comer y veo que se me pegan los cubiertos a la mano. Lo primero que se me ocurre pensar es: «La mierda, estoy magnetizado, qué me pasó.» Me fijo bien, y no: tenía sangre en la mano. Era la sangre lo que me hacía pegar el cubierto. A la mierda. Me miro el pantalón. Manchado de sangre. La campera: con manchas de sangre. No algo exagerado. Pero manchas muy evidentes.” (p. 80)

Pero quien se magnetiza es el lector. Y no por la sangre, ni por la sobriedad con la que se narran los crímenes, sino por la altura de personaje. Tras una breve introducción que es un ejemplo perfecto de cómo narrar una crónica criminal con la concisión justa para describir el caso en apenas 3 páginas (pp. 11-13), acompañada de informes médicos, material gráfico y citas de prensa de la época, el libro sintetiza 90 horas de conversación entre Busqued y Melogno, siempre en dependencias penitenciarias del gobierno argentino, en donde Melogno ha pasado la mayor parte de su vida, además de charlas con el jurista que llevó el caso y con una psiquiatra que trató al preso.

El libro pretende ser un retrato del reo, y de su psique, dado que nunca hubo una razón aparente para aquellas muertes más que la lógica del demente. Y lo primero con lo que se ha encontrado este lector en con el fervor santero de Melogno a partir de la dificultosa relación con su madre. Esa parte contiene fragmentos que presentan al personaje como sobrevenido en su oscuridad (p. 42). Esos pasajes recuerdan a Hasta no verte Jesús mío de Elena Poniatowska en lo que se refiere al diálogo con presencias y espíritus de la santería, y que lo mantienen a uno en vilo. Le sigue una parte en la que entrevistador y entrevistado coinciden en torno a la cultura popular en la Argentina de la época, en torno a los géneros fantástico y de ciencia ficción. Precisamente, es tras la fantasía tras lo que se esconde Melogno para evitar la realidad, como manifiesta él mismo (p. 51). ¿Quién no ha pasado por ahí? A eso sigue la narración de los 4 crímenes, emitida por su perpetrador de una forma austera, nada heroica. Y la constatación de la lógica demencial de esos asesinatos por ilógicos, por tratarse de un impulso imposible de explicar: “Fue una explosión de unos días que empezó sin una causa aparente, y se acabó solo, como vino se fue.” (p. 84) Los capítulos finales se dedican a la cárcel, a la supervivencia en 3 instituciones penitenciarias argentinas de máxima peligrosidad por parte de un sujeto muy peculiar. A saber: el penal de Caseros, la prisión de Devoto y la Unidad 20, la parte penitenciaria del hospital psiquiátrico José Tiburcio Borda. Cuando se cierra la Unidad 20 por sus malas praxis, se le traslada al complejo penitenciario de Ezeiza, que es donde tienen lugar las entrevistas. Y a fe que resulta impresionante cómo sobrevivió una persona con sus características en unas condiciones tan terribles como las que relata.

El balance del libro para este lector es sobresaliente. En un momento dado puede costar el estilo que desarrolla Busqued, cuando uno está acostumbrado a su prosa concisa, sin florituras, como la que nos obsequia en la crónica de las páginas 11 a 13, o la que vierte en Bajo este sol tremendo, obra finalista del premio Herralde 2008. Pero se trata de la ceguera inicial de este lector que, conforme avanzan las páginas, se da cuenta que el verdadero tesoro es la estructura. Después de 90 horas de entrevista, la información que aporta Melogno debe haberse emitido de una forma más caótica. Busqued la estructura de manera que sepas lo que debes saber en cada momento. El mismo autor lo menciona de forma humilde en una nota final: “La edición respeta las palabras del entrevistado pero las acorta, agrupa y organiza en función de temas y cronología, a los fines de ordenar la historia.” (p,147) Es de gran mérito lo que ha hecho Busqued, nada fácil, hasta el punto de que mediante estrategias narrativas logra mostrarnos la humanidad de alguien con una personalidad tan compleja. Baste un botón, aquel en el que se refiere a los taxistas muertos y dice: “Las víctimas tuvieron familia. Entendés lo que te digo, ¿sí? No quisiera ser ofensivo para esas personas”. Eso y la charla final con la terapeuta, cuando Busqued le pregunta si Melgono sigue siendo una persona peligrosa, es lo que hace reflexionar sobre el concepto de normalidad que rige en las sociedades, que es el que separa a los locos, supuestamente peligrosos, de los cuerdos, supuestamente inofensivos. Por cosas así queda uno magnetizado. Desde el título.

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