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Los asesinatos de los páramos

Over the moor, take me to the moor… Escucho una vez más los compases de Suffer Little Children, de The Smiths. La sensual voz de Morrissey vuelve a ocupar todo el espacio consciente, como hace tantos años, como debió sonar en todos los rincones de aquel Mánchester de la década de 1980 que deslumbró al mundo. Pero también, como debió llenar los hogares de las casas de los familiares de las víctimas de “los asesinatos de los páramos” (The Moors Murders). De eso trata Suffer Little Children, de víctimas y verdugos. El genio de Morrissey era capaz de aunar lo siniestro con lo lírico en una canción que parafrasea el pasaje de la Biblia que dice aquello de “Dejad a los niños, y no les impidáis venir a mí (suffer little children en inglés), entre otras cosas, porque la mayoría de las víctimas de los crímenes de los páramos eran niños, y porque es lo que le cantaban en la cárcel a una de las culpables: Myra Hindley, antes de agredirla.

Cabe imaginar el revuelo que debió levantar esa canción en la Inglaterra thacheriana. Cabe visualizar las caras de escándalo y las manos tapando los oídos y el rostro de los vecinos de las víctimas al escuchar los versos de la canción a través de las radios británicas en aquellos sencillos barrios de casa adosada y ladrillo vista de la Inglaterra posindustrial y pre cambio climático del final de la Guerra Fría. Morrissey cantaba, que no contaba, un caso que durante décadas llenó las cabeceras de la prensa amarilla —y no tan amarilla— de las Islas Británicas. La letra no ofrece lugar a dudas. Leslye Ann, Edward y John eran los nombres de los tres muertos que los asesinos habían reconocido hasta entonces, en 1984, año de lanzamiento de la canción. Hindley, junto con su novio: Ian Brady, eran los culpables. Aún faltaban por aparecer Pauline Reade y Keith Brenned, tras confesión de Hindley, para conformar las cinco víctimas reconocidas por el dúo —se sospecha que hubo más—.

Aunque Brady fue el ejecutor, violador e inductor, los tabloides ingleses siempre han demonizado a Hindley. Su imagen ha sido la de la personificación del mal. Parece que la sociedad se escandaliza más ante un criminal que es mujer que ante un asesino varón. Da que pensar. Eso también afectó al lanzamiento del single que incluía la balada. En la carátula aparecía Viv Nicholson, otra frecuentadora de la prensa sensacionalista desde que pronunciara unas celebres declaraciones: “Spend, spend, spend (gastar, gastar, gastar)” tras ganar lo que hoy serían 4 millones de dólares en las quinielas. Pero muchos vieron en la imagen de ese personaje esperpéntico la figura de Myra Hindley.

Tal vez era a propósito. Morrissey había compuesto la canción después de leer Beyond Belief: A Chronicle of Murderand its Detection, de Emilyn Williams, un libro que narraba la historia de los crímenes de los páramos en clave de true crime. Yo voy a hablar del último de los muchos manuscritos que han tratado la historia: One of Your Own: The Life and Death of Myra Hindley (2010), de Carol Ann Lee.

El libro pretende ser, en cierta forma, una vindicación de Hindley tras su muerte, un intento de mostrarla más humana a los ojos de la opinión pública después de pasar la mayor parte de su vida en la cárcel, donde falleció. Pese a que el monstruo es Brady, se hace difícil, entre otras cosas, porque el escrito deja claro que, sin su participación, varias víctimas hubieran tenido otra suerte. El texto, muy bien documentado, muestra una sociedad, la del Mánchester de la década de 1960, en la que un niño sería incapaz de subir al coche de un desconocido, excepto si se lo pide una mujer. En eso consistía la trampa. Los asesinos pedían ayuda a sus víctimas para que les ayudaran a buscar unos guantes que se les habían perdido en medio de los páramos. La presencia de Hindley suavizaba y hacía creíble la petición. Ese fue su papel principal para satisfacer los deseos asesinos de su novio, por otra parte, un sádico, un tipo leído pero incapaz de entender el verdadero mensaje de Crimen y castigo, la obra del Marqués de Sade o la filosofía de Nietzsche —Brady se declaraba nazi y lector de Hitler.—. El contexto, la pobreza de los míseros suburbios de Mánchester, un padre borracho y violento y una madre pusilánime no parecen suficiente justificación. Muchos fueron los niños que crecieron en las mismas condiciones en aquella Inglaterra, y distintos serían sus actos. Brady se declaraba nazi y lector de Hitler. Las cambiantes relaciones lésbicas de Hindley en la cárcel cuando se separa de la guía de Brady, en lo que supone el inicio de su lucha por conmutar su cadena perpetua, así como sus conexiones con un sector de la nobleza que pretende defenderla, la muestran como una persona manipuladora y dependiente. No creo que fuera “the most evil woman of all time”, como la consideraban el Sun y su mayor enemiga: Ann West, la madre de Leslye Ann, que se pasó la vida luchando para que no excarcelaran a Hindley y que llegó a hacerse amiga de Morrissey tras la famosa canción. Pero las palabras que le dedica su madre: “Myra would have ended up as she did no matter what. If it hadn’t been Ian Brady, it would have been somebody else”, son tremendamente reveladoras del destino que le esperaba, pese a que le gustara la literatura, que a veces no salva.

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