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Las Malvinas por un kelper

No se sabe con exactitud quiénes fueron los primeros marinos en avistar las islas Malvinas, pero se especula que una serie de expedicionarios españoles habrían llegado al archipiélago a poco de comenzar el siglo XVI. Sí se sabe con certeza que el holandés Sebald de Weert estuvo allí en el año 1600, inaugurando la larga serie de nombres con que se han conocido a aquellas remotas tierras, incluido el irónico Planeta Pingüino. A fines del XVII llegaron también los primeros ingleses, acuñando el apelativo Falkland. A lo largo del siglo XVIII y comienzos del XIX se sucedieron distintos colonos y gobiernos: británicos, franceses, españoles y argentinos. Todos bautizaron todo: las islas tienen dos o más nombres para cada uno de sus lugares, sean puertos, canales, ensenadas, accidentes geográficos e islas adyacentes. Finalmente, el 2 de enero de 1833 el capitán inglés John James Onslow arribó al mando de una fragata de guerra y estableció el primer gobierno de lo que ha sido desde hace casi dos siglos una tierra en disputa o, más precisamente, un “territorio no autónomo administrado por el Reino Unido”, tal como lo definen las Naciones Unidas.

Ubicadas en el extremo austral del Océano Atlántico, y a menos de quinientos kilómetros de costas argentinas, están constituidas por dos importantes extensiones conocidas como Malvinas occidentales y orientales, y por unas doscientas islas menores. Son tierras rocosas, aptas solo para la cría de ovinos, a las que llega todos los años una múltiple fauna –pingüinos, lobos de mar, ballenas, orcas, delfines, diversas especies de peces y moluscos-, ocupadas por unos tres mil habitantes autóctonos conocidos como kelpers, vocablo que deriva del inglés kelp (algas). Allí nació Graham Bound; allí fundó el único medio de prensa escrita (Pengüin News) y escribió un par de libros sobre la guerra de 1982. Vivió algunos años en Montevideo en la década de los 70, y en la actualidad vive en Londres, aunque viaja con regularidad a su viejo y frío solar.

Peces, petróleo y armas

Bound escribió Fortaleza Malvinas entre 2011 y 2012. Volvió a las islas, entrevistó a un nutrido grupo de coterráneos y enumeró los cambios ocurridos a nivel administrativo, económico y militar a treinta años de la invasión de 1982 llevada a cabo por el Ejército argentino bajo las órdenes del general Leopoldo Galtieri. El estrepitoso fracaso de aquella operación bélica no solo tuvo como consecuencia la caída de la dictadura militar en el vecino país, sino que provocó un toque de atención para el gobierno británico, que hasta aquel entonces no había dado demasiada importancia a territorios tan distantes. Para Bound los cambios resultan más que elocuentes a nivel económico y militar, aunque sigue reconociendo algunas de las características históricas de los pobladores: bonhomía, solidaridad y una actitud de vecindad cómplice en una población en la que todos parecen conocer a todos.

En primer lugar, la actividad pesquera se ha redoblado, recaudando enormes recursos financieros a través de la concesión de licencias o de explotaciones directas: la pesca de la trucha y de algunas especies de merluzas, y de diversos mariscos y moluscos, en particular el calamar, ha enriquecido a una economía de sencilla administración. Pero en los últimos años ello se ha multiplicado generosamente tras la llegada de algunas compañías británicas dedicadas a la exploración de recursos petroleros en aguas territoriales. Aún sin haber llegado a cifras concluyentes en cuanto a la riqueza en hidrocarburos, el solo arribo de técnicos y obreros especializados en las distintas fases de la prospección ha inyectado una enorme cantidad de dinero en las arcas malvinenses, beneficiando en forma casi directa a toda la reducida población.

Y, obviamente, lo otro que ha crecido vertiginosamente es la presencia militar británica. En 1982 se hallaba destacado un grupo de unos cincuenta marines y se contaba con una pequeña guarnición integrada por pobladores locales. En la actualidad, unos cinco mil efectivos en tres turnos de cuatro meses cada uno están apostados en las islas, la mayoría de ellos soldados con experiencia en Irak y Afganistán, y un arsenal capaz de armar hasta los dientes a cada uno de los tres mil kelpers está depositado en uno y otro de los almacenes militares: rifles francotirador, rifles de asalto, lanzagranadas, misiles, pistolas de todo tipo y calibre, sofisticadas ametralladoras y cañones de alta precisión y destrucción. Por otra parte, ejército, aviación y armada cuentan hoy con la más variada gama de vehículos, destinados algunos al patrullaje permanente de tierras y costas y otros a repeler y eliminar cualquier incursión enemiga: destructores, barcos torpederos, submarinos nucleares, helicópteros de combate, aviones cazabombarderos, aviones supersónicos…

El autor consigna además que para 2015 Argentina prevé elevar su presupuesto militar a 5.500 millones de dólares. La guerra de las Malvinas tuvo un costo que se estima en 649 argentinos, 255 británicos y tres pobladores civiles muertos. Y como la estupidez humana rara vez se toma descanso, se debería prestar más atención a las exasperaciones –por ahora diplomáticas- de uno y otro bando.

Un nombre emotivo

El libro de Bound tiene un evidente valor testimonial, aunque su relato tropieza con frecuencia con las dificultades de estar escrito por alguien que no es un buen narrador. Un gran número de datos irrelevantes acerca de sus entrevistados, un pormenorizado detalle de las dificultades atravesadas para agendar algunas de las entrevistas, acumulación de nombres que terminan cruzándose frente al lector sin sentido aparente, el manejo de cifras en monedas diferentes (dólares y libras) que no permiten una comparación inmediata, una descripción tan exhaustiva del arsenal bélico que solo podría estar al alcance de un experto militar, se repiten una y otra vez haciendo fatigosa la lectura.

El libro tuvo una primera edición en inglés en 2012, y fue traducido para esta ocasión. De allí surge otro problema: en nota aclaratoria, el autor decidió utilizar “el emotivo nombre ‘Malvinas’” por motivos prácticos, pero muchas veces el lector se queda sin saber el nombre real de algunas locaciones o entidades administrativas.

Por otra parte, y si bien es entendible la aprensión de Bound hacia el gobierno de Cristina Kirchner, sus apreciaciones del conflicto establecido en la actualidad son tan parciales como de algún modo primitivas. No es su análisis, por más que en él se cobijen algunas ideas atendibles, un punto de apoyo para que, más allá de los gobiernos involucrados, se pueda albergar alguna ilusión de que el descarrilamiento no se produzca a la vuelta de la esquina.

Fortaleza Malvinas. Sitiados en el último bastión británico, de Graham Bound, Siglo Comunicación, Montevideo, 2013, 236 páginas

 

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