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La fiesta de Castañeda

Luis Hernán Castañeda es uno de los escritores peruanos jóvenes más reconocidos y prolíficos. Entre sus obras  destacan «Casa de Islandia», «Hotel Europa», el conjunto de cuentos «Fotografías de sala» y «La noche americana». Su nueva publicación es «La fiesta del humo» y fue sobre ella que conversamos esta vez.


¿Cómo comienza a gestarse La fiesta del humo?

La idea original es del año 2011, de justo antes de mudarme a Vermont. Tenía la imagen de un lago, que era y no era el lago Titicaca, en el Perú, donde quería situar una trama de crimen y corrupción que fuera muy ágil, que tuviera intriga. Restos de esa idea original pueden verse en la forma final de la novela. Sin embargo, con los meses y con la mudanza a Vermont, donde vivo ahora, esa historia del lago fue mezclándose con un argumento psicoanalítico, con la historia de una psicoanalista canadiense y su paciente peruano, de manera que el lago quedó transformado en un símbolo del pasado y del inconsciente. Todavía hay acción en la novela, pero tiene un sentido psicológico.

Este cambio significó mucho para ti como su autor, me imagino, ya no importaba tanto la trama que me comentas, sino lo que ésta representa dentro de quien vive con el crimen y la corrupción.

Como autor, siento que hay dos estilos de narrar que me interesan y me llevan a lugares distintos, creando cierta tensión: por un lado, me gustan los textos densos, barrocos, metaliterarios, que jueguen con las simetrías, los símbolos y las atmósferas. Este lado de mi ficción se reforzó mucho gracias a mis estudios de doctorado y pienso seguir practicándolo. Por otra parte, me encantan las novelas de Stephen King, me fascinan esos mundos de acción, de delirio, de velocidad, que por supuesto requieren otra prosa y estrategias. En «La fiesta del humo» hay un poco de ambas líneas, por eso la novela está dividida en dos partes y puede parecer fragmentada. Quise plasmar esa frontera mía, como escritor, en una obra que fuera deliberadamente irregular porque así se muestra, además, el desequilibrio del personaje, su vida como migrante, su presente versus su pasado. La novela está llena de duplicaciones.

Me pareció ver conexiones de tu estilo con una mezcla de Faulkner, Vargas Llosa y Bolaño, éste último sobre todo por esa fragmentación de tu novela que mencionas arriba. ¿Qué piensas de esto?

Sí, estoy totalmente de acuerdo. Vargas Llosa debe formar parte de mi ADN como escritor, seguro, porque me lo leí casi todo cuando estaba en colegio y seguí estudiándolo luego. Siempre me fascinará la construcción de sus novelas, y, cada vez que mis historias incluyan varios personajes y voces, me será inevitable acudir a su ejemplo. Bolaño es también central para mí, tal vez por su prosa más espontánea y a veces al borde del lugar común, pero con destellos poéticos; además, sin duda por sus estructuras, que trascienden el marco nacional y se adaptan a la representación de un mundo globalizado, de una experiencia multicultural. Faulkner es más una presencia indirecta, pues si bien lo he leído con mucho placer, esto ha sido únicamente como lector y como «fan«. Sus estructuras, sus mundos, tal vez pasen a mi escritura a través del filtro latinoamericano; el mundo rural y tremendo de Faulkner está muy alejado de la experiencia que yo quiero narrar.

Existe un antes y un después del proceso terapéutico que Benjamín Santos sostiene, pero tú le das más importancia a la terapia que a su resultado, incluso más importancia que al pasado, del que sólo das pinceladas en las charlas de Benjamín con Clara y, más sutiles (por tratarse de recuerdos e invenciones de tu personaje) en El kayak rojo. ¿Es más importante el proceso que el resultado en la vida de Benjamín como en tu propio desarrollo al hacer la novela?

Puede decirse, sí, que el proceso es más importante que el resultado, tanto en el psicoanálisis como en la escritura. Se puede hacer una analogía entre el «paciente curado» y el «texto perfecto», la obra terminada. Ambos tipos de cierre son ilusorios, por eso prefiero concentrarme en el hacer y la incertidumbre. «La fiesta del humo» acaba y no sabemos qué pasará con Benjamín –aunque su futuro no pinta nada bien-, Clara le dice que ha leído «El kayak rojo» pero no le da una opinión. La terapia de Benjamín no se concluye, del mismo modo como la evocación que hace de su pasado está llena de cabos sueltos. Quise que esta fuera una invitación para que el lector se lanzara a explicar lo que ocurrió, a juntar las piezas, o quizás a valorar los sentimientos y sueños de los personajes sin necesariamente concluir «esto fue lo que ocurrió». Por supuesto, la novela no postula una historia única y ese es su riesgo, frustrar a ciertos lectores que prefieran una conclusión más redonda, una explicación para todo lo ocurrido y un juicio moral de los personajes. Naturalmente, hay algunos elementos claros, se trata de una historia de corrupción y Benjamín es el sobreviviente de un linaje de criminales, que debe decidir qué hacer con ese bagaje.

En una parte de tu novela, Benjamín dice que la literatura se ha leído mal, ¿lo crees tú también?

Benjamín Santos, el personaje central de la novela, tiene una apreciación muy grande por la literatura. Él escribe «El kayak rojo», un relato de aventuras y crímenes con varios personajes, que no tiene nada de psicológico ni de introspectivo, pues está lleno de acción; sin embargo, las identidades de los personajes, las cosas que les pasan, los cruces y las coincidencias, los símbolos que aparecen en lo cotidiano -por ejemplo, el lago mismo-, tienen un doble fondo de lectura, iluminan tanto la época -el Perú de los 90- como las respuestas a esa época desde el presente, en lo más íntimo de cada uno, en nuestros recuerdos, sueños y pesadillas. En otras palabras, para él la literatura es también una forma de terapia, personal y social.

Pero en ninguna forma, una forma de adelantar o prevenir lo que podría pasar con una sociedad.

(No por culpa de la literatura, sino de su mala lectura)

Yo creo que sí, que ese poder adivinatorio o prospectivo de la literatura se puede asumir, está muy presente en la literatura latinoamericana desde Piglia y reflexiones como las que él presenta en «Respiración artificial». En el fondo ese poder de predicción o salvación es parte constitutiva de cómo concebimos la Historia desde siempre —en este caso, la literatura—, como una exploración del pasado y una preparación para el futuro. Tal vez de una manera oblicua, mi libro quiera también hacer la crónica de un tiempo terrible en el Perú, mi país de origen, los años de Fujimori, para participar aunque sea mínimamente dentro de un gran movimiento social y político que busca evitar que tales realidades se repitan. Sí, este año tuvimos elecciones presidenciales en el Perú, había un riesgo terrible de que volviera el fujimorismo, que significa una alianza de crimen y extrema derecha, y yo no podía evitar decirme que de alguna manera insignificante y escondida, «La fiesta del humo» también era parte de todo eso. Escribir en español y sobre el Perú es una manera de mantenerme en contacto con mi lugar de origen, con mis recuerdos, y sentir que estoy presente en dos sitios al mismo tiempo. Por supuesto que no hay garantía de que los lectores vayan a leer así mi novela, pero en ese sentido yo tiendo a seguir el decálogo (que en realidad tiene once reglas) de Onetti, soy bastante egoísta con los lectores y pienso primero en la novela que tengo delante, aunque suene mal decirlo.

¿Qué fue con lo que más batallaste al escribir tu novela?

Cada libro plantea sus batallas, y en este caso hubo varias: en la primera parte, que narra las visitas de Benjamín al consultorio de Clara y vemos sus conversaciones, fue un reto para mí sostener un diálogo que fuera ágil y verosímil pero que mantuviera, a la vez, resonancias psicológicas y simbólicas. No se trata de sumergir al lector en aburridos monólogos, sino de darle las claves en pocas frases. Otro reto fue la segunda parte, que está cargada de acontecimientos que deben desarrollarse por separado para luego confluir en un mismo desenlace: ese trabajo me encanta, crear historias paralelas que empiezan a fusionarse. Finalmente, una gran batalla para mí fue la unión de las dos partes, que son muy diferentes y bien puede decirse que plantean acercamientos opuestos, que exigen ritmos de lectura contrarios. En vez de uniformizar el texto, de hacerlo compacto y lineal, decidí ir con la contradicción, apostar por la fricción, claro que siempre creando puentes entre las partes e imprimiéndole a esa disonancia un sentido literario, una forma novelesca, que dijera algo sobre la historia y los personajes. Me refiero, entonces, a una batalla formal.

Tus personajes hablan en inglés, pero tú lo escribes en español, ¿significó un problema para ti este detalle? Hay partes en las que incluso el narrador parece contar en inglés

Ese es un gran tema para mí, la lengua. Sí, como dices, la novela es a cierto nivel una «traducción» de un original que no existe, ya que evidentemente las conversaciones de Clara y Benjamín solo existen en la novela. Sin embargo, quise darle al español que ellos hablan, por momentos y sin que sea el foco del libro, un «sabor» del inglés, una huella, a través de palabras, expresiones, giros. En realidad, se trata de escribir un poco en la frontera entre dos lenguas, ¿no? Para mí el inglés es una presencia constante, vivo gran parte de mi vida en inglés, leo en inglés, veo películas y series en inglés, y por ello es natural que mi español sea una lengua en contacto con otra, lo que modifica mi uso —literario y en todo contexto— de las dos, crea interferencias que intento aprovechar creativamente. En un futuro, tengo planes de  escribir ficción directamente en inglés, lo que potenciará —espero— mi gusto por los géneros, por el policial, el thriller, incluso la novela romántica, todo eso me fascina.

Ya para terminar, ahora que, si lo hiciste, tuviste la novela ya hecha libro y la releíste, ¿qué te gusta más y qué te gusta menos de ella?

Si te digo la verdad, en esto sí que sigo la recomendación de Bolaño, no la he releído y normalmente no suelo releer mis novelas una vez que están publicadas, por una especie de pudor y de cierto respeto ante lo irremediable. Por supuesto que esos textos se pueden corregir, mejorar, reeditar, pero prefiero enfrentarme a ellos solo cuando sea estrictamente necesario. A veces echo vistazos, leo frases o párrafos sueltos, y encuentro de todo, cosas que me gustan y otras que menos. Con los años he aprendido a ser más paciente con los errores y ha domar mi perfeccionismo con una gota sospecha: por más que uno corrija y corrija eternamente, el proceso nunca acaba. Y eso es lo más divertido.

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