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José Abreu Felippe: poesía rabiosa fuera del trópico

La función del escritor es escribir. Él no escoge el medio ni las circunstancias. Debe creer en sí mismo y cagarse en todo lo demás.


Cada antología, si es buena, guarda algún tesoro. Es el caso de Poesía exiliada y pateada (Alexandria 2016), trabajo al cuidado del narrador y poeta José Abreu Felippe (Cuba, 1947), que reúne a siete autores cubanos que emigraron a los Estados Unidos y Europa durante los años ’70 y ’80. La vida del exilio nunca es fácil y estos poemas dan testimonio de esa condición: se escribieron con la prosa de un destino amargo, en total desamparo.

El libro incluye a  Jorge Oliva, René Ariza, Reinaldo Arenas, Roberto Valero, Esteban Luis Cárdenas y Leandro Eduardo “Eddy” Campa. Además de belleza, los buenos poemas ofrecen un misterio no revelado, como demuestra perfectamente esta antología.

José Abreu Felippe ha publicado cuatro volúmenes de poesía: Orestes de noche (1985), Cantos y elegías (1992), El tiempo afuera (Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero 2000) y De vuelta (2012). Como dramaturgo ha dado a conocer Amar así (1988), Teatro (1998) y Tres Piezas (2010), Premio Baco de teatro 2012. Ha publicado dos volúmenes de relatos: Cuentos mortales (2003) y Yo no soy vegetariano (2006). También, en unión de sus hermanos Juan y Nicolás, Habanera fue (1998). Sus novelas Barrio Azul (2008), Sabanalamar (2002), Siempre la lluvia (1994), Finalista del concurso Letras de Oro 1993, El instante (2011) y Dile adiós a la Virgen (2003) conforman la pentalogía El olvido y la calma.

¿Cuánto tiempo llevó hacer la antología?

La idea inicial, como bien documentó Luis de la Paz el día de la presentación, no fue una antología. Era una conferencia para ser leída en  el PEN Club de Escritores Cubanos en el Exilio sobre un puñado de poetas que había sufrido, quizás con más rigor que otros, el horror de la dictadura castrista y el exilio. Por lo tanto no podía ser muy extensa. Muchos años después es que se publica y sigo pensando que no es una antología, sino un breve muestrario, de lo que alude el título.

¿Cuáles fueron los principales problemas que enfrentó para confeccionarla? 

En primer lugar la selección, pero el tiempo vino a consolidar la muestra. Me centré en poetas fallecidos en el exilio y así y todo faltan muchos nombres, algunos porque murieron recientemente, como Jorge Valls.

¿Una buena antología debe tomar en cuenta el gusto del compilador y a la vez el rol de cada uno de los autores incluidos en el contexto de la historia de la literatura de su país?

En efecto, sin embargo te repito que mi intención no era preparar una antología. ¿Se entiende una antología de poetas muertos en el exilio donde falten, por ejemplo, Heberto Padilla, Eugenio Florit o Agustín Acosta? Los siete poetas seleccionados por mí, pienso que son muy representativos de lo que me propuse. Todos eran exiliados y fueron muy pateados. Y, por supuesto, me encantan.

En ocasiones la fama ayuda a la difusión de la obra de un autor. En el caso de Reinaldo Arenas ha ocurrido lo contrario: su labor como novelista ha opacado su labor como poeta. ¿Por qué cree que es así?

Esa es una pregunta muy difícil de responder. No sé por qué ocurren esas cosas. Sin embargo pienso que Arenas fue, ante todo, un poeta, y eso se puede apreciar en cualquiera de sus novelas o cuentos. Esto es de El mundo alucinante, de un capítulo titulado “El fraile se ha mirado las manos”, casi al final: “Estas manos, que solamente han palpado cosas reales. Estas manos, que ya casi no puedo dominar. Estas manos, que la vejez ha vuelto de colores. Estas manos, que marcan los límites del tiempo. Que se levantan y de nuevo buscan el sitio. Que señalan y quedan temblorosas. Que saben que hay música aun entre sus dedos. Estas manos, que ayudan ahora a sujetarse. Estas manos, que se alargan y tocan el encuentro. Estas manos, que me piden, cansadas, que ya muera.”

¿Qué experiencias tuvo durante la relectura de cada poema?

De privilegio, de regocijo, de exaltación, como casi siempre ocurre con el contacto con la buena poesía. Ahí se tiene la certeza de que estamos en presencia de algo en las afueras del tiempo. Algo que estará ahí cuando nadie recuerde el origen.

Salvo Arenas, el resto de los escritores permanecen olvidados del canon cubano. ¿Esto es por su condición de exiliados? 

Supongo. Hay que partir de la base de que Cuba en la actualidad no es un país, sino una aberración. Posee quizás el único diccionario de literatura donde en vez de añadir nombres, se suprimen.

Algunos de los autores de la antología vivieron en Miami. Por lo que se lee en los poemas no la pasaron bien. A su condición de exiliados se sumó que escribían en español –el establishment suele no interesarse por la literatura en ese idioma– y que el pequeño medio cultural de la ciudad los rechazó por marginales, entre otras cuestiones.

Así es, pero la función del escritor es escribir. Él no escoge el medio ni las circunstancias. Debe creer en sí mismo y cagarse en todo lo demás. Al final las aguas toman su nivel y tiempo filtra y asienta.

Usted es poeta. ¿Qué significa para José Abreu Felippe la poesía?

Ay, amigo mío, esa es la pregunta que nunca me he podido responder. Yo, que me he pasado la vida siempre huyendo de algo, me conformo con pensar en un sitio donde llegar y reposar sin tomar precauciones. Por ahí debe andar la poesía.

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