Search
Close this search box.

Historias demasiado mínimas

Cuentos y novela de Stephen Dixon


Stephen Dixon nació en Nueva York en junio de 1936 y, al igual que James Salter, su extensa obra comenzó a traducirse al castellano extremadamente tarde. Recién en 2014 la editorial argentina Eterna Cadencia, a impulsos del escritor Eduardo Berti, tradujo y publicó la recopilación Calles y otros relatos. A esta siguieron Ventanas y otros relatos (2015) y la novela Interestatal (2016), en tanto ya prometió para este año la edición de Late stories, su última colección de cuentos publicada en Estados Unidos en 2016.

Dixon se ha convertido en un caso singular en su propio país. Tildado de “escritor para escritores”, dio a conocer su primer libro en 1976, cuando ya había cumplido 40 años, y desde entonces sus textos han recorrido distintos sellos, al punto que hace poco confesó en una entrevista con la poeta argentina Valeria Tentoni que tuvo quince editores para treinta títulos de ficción: “siempre me están señalando la puerta de salida cuando les llevo un libro nuevo porque hacen poco dinero conmigo”.

A diferencia de Salter, que hacía de la anécdota la fuerza central de sus libros, Dixon convierte las estrategias narrativas en el motor casi excluyente de lo que cuenta, de manera tal que algunos críticos, intentando calificar su estilo, lo han tildado de “realismo experimental”. Y también a diferencia de otro escritor clave de las últimas décadas, Don DeLillo, allí donde el autor de Submundo despliega instancias puntuales, a veces normativas, para reforzar una intención, provocar un sobresalto, dar un golpe capaz de descolocar al lector cuando la cercanía con el texto le ha hecho perder su intensidad, Dixon hace de estos mecanismos, de las tribulaciones del lenguaje, de ciertas figuras aliteradas, de la repetición sin guía ni aparente finalidad, el relato en sí, apoyado apenas en unas historias tan mínimas que cabrían en unas pocas y desangeladas líneas.

Años atrás Rodrigo Fresán, explicando los cuatro pasos de lo que Tom Spanbauer dio en llamar “escritura peligrosa”, describió el primer movimiento, “Caballos”, como “el uso de motivos recurrentes a lo largo de un viaje narrado, sin renunciar a ellos en ningún momento”. Claro que en este marco Spanbauer se extiende con y hacia otros mecanismos, en tanto que Dixon parece establecerse allí y radicalizar su experimento hasta el paroxismo. El propio Berti, en su prólogo a Ventanas…, deja sentado que algunos cuentos podrían “describirse como una serie de cuadros, salvo que los cuadros aquí no se encadenan, no establecen una serie determinada por causas y consecuencias, sino que se van desmintiendo, respondiendo, reescribiendo unos a otros, poniendo en tela de juicio la noción de verdad única, en una especie de crescendo”.

Escape perpetuo

En Ventanas… y en Calles… el mundo entero parece estar escapando de algo: una figura fantasmal, un cadáver, un suicidio frustrado, una relación sin afecto, un episodio de violencia arbitraria que sin embargo desencadena una secuencia catastrófica. Todos huyen pero es la propia torpeza de los agonistas, la desconfianza en el modo de comunicar al otro y a sí mismos los verdaderos motivos de la fuga, lo que genera que todo deba repetirse, que hombres y mujeres caigan una y otra vez en ese círculo vicioso que es una vida no deseada. Son ejemplos claros relatos como “Adiós al adiós”, en el que una mujer imagina distintas formas de terminar la relación con su pareja, o “La carta”, en el que un hombre intenta infructuosamente destruir la nota de despedida de su ex mujer y la misma vuelve a reconstruirse de mil formas distintas, o “Volando”, en el que un padre y una hija son despedidos de un avión y de pronto se dan cuenta de que están condenados a volar indefinidamente.

Acaso los mejores cuentos de estos dos libros sean “Hora de irse”, en el que un padre ya muerto (dentista, como el padre del escritor) vigila, acompaña e interrumpe con sus inoportunos consejos los pasos de su hijo mientras este prepara la celebración de su casamiento, “Ventanas”, en donde un individuo reflexiona acerca de su vida en tanto en una ventana que espía, y donde es frecuente ver a una mujer bañándose, aparece un matrimonio amigo cuyos integrantes ya fallecieron, y “El intruso”, en el que el narrador llega a su casa, descubre a un hombre cuchillo en mano violando a su mujer y debe no solo contemplar lo que está ocurriendo sino dejarse ultrajar también él. No es casualidad que en estos relatos prime la ficción por sobre los ejercicios del lenguaje y la escritura se torne más eficaz.

La luna y el agua

En la novela Interestatal Dixon narra la historia de un padre que viaja por una autopista (esa dimensión icónica del sueño americano), acompañado por sus dos hijas menores en el asiento trasero. De pronto un vehículo se coloca en paralelo en el carril contiguo: en él viajan dos hombres que lo siguen a igual velocidad durante kilómetros, hasta que el acompañante le pide que baje la ventanilla. Cuando el padre lo hace, el otro extrae un revólver, apunta y mata a la más pequeña de las niñas.

La novela tiene ocho capítulos en los que, con diferencias de detalles (en uno el vehículo en una van blanca, en el otro un coche de cuatro puertas, etc.), se repite esa escena central que provocará reacciones encontradas en el padre (desde el homicidio hasta la impotencia). Pero aquí la estructura de lo contado es recurrente, digresiva, vana hasta la desesperación, y todo pensamiento del protagonista promueve páginas y páginas de intrincadas elucubraciones, de preguntas y respuestas que no conducen a parte alguna, de planes posibles o alternativos, todo ello de la mano de un narrador que se ha olvidado de usar el punto y aparte, y que apenas usa el punto y seguido, convirtiendo la lectura en una tarea verdaderamente titánica.

“…mi escritura es muy interior”, le dijo Dixon a Tentoni. “Muchas veces es acerca de la mente y de cómo y qué piensa. Trato de crear un estado de ánimo en el lector, de construir una experiencia en la reacción del lector que duplique lo que está experimentando el personaje.” Pero ello, que puede resultar un gran desafío a la hora de escribir, puede también transformarse en un castigo para quien se exponga a formas de pensamiento que van más allá de lo imperioso. Esto, a diferencia de lo sostenido por Ernest Hemingway, convierte a la novela en las nueve décimas partes del iceberg y oculta, tras un manto farragoso de palabras, lo que deberíamos ver. Y contradice el consejo de Antón Chejov: “no digas que tu personaje está triste (ni, agregaríamos nosotros, trates de explicarnos su tristeza describiendo todo lo que pasa por su cabeza); ponlo afuera a mirar la luna reflejada en un charco de agua”. Con eso hubiera bastado.

Ventanas y otros relatos; Calles y otros relatos; Interestatal; de Stephen Dixon, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2014, 2015 y 2016; 156, 190 y 478 páginas respectivamente.

 

Suburbano Ediciones Contacto

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
WhatsApp
Reddit