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Elemental, Coetzee

Novela de J.M. Coetzee


En el comienzo de su anterior novela, La infancia de Jesús (2013), J.M. Coetzee (Sudáfrica, 1940) puso en un barco rumbo a la distópica ciudad de Novilla y ante el confundido Simón, el destino de David, un niño de cinco años de incierta identidad. Hombre sin mayores atributos, Simón, apenas arribado, se impuso la tarea de encontrar a la progenitora del pequeño, y dio con Inés, una mujer a la que le arrogó una maternidad nunca corroborada. Entre otras cosas que halló al llegar a Novilla, pudo descubrir que aquella era una tierra donde predominaba el idioma español y donde los habitantes iban casi obligadamente perdiendo la memoria, convencidos de que en el olvido está el secreto de la felicidad.

Pero tras los avatares que construían el cerno de la historia, Simón, Inés y David debieron huir, cerrando en su fuga las páginas del libro. Ahora, en Los días de Jesús en la escuela los tres han llegado a Estrella, ciudad similar a Novilla. David ha cumplido seis años y los adultos a su cargo deben definir cómo será su educación. No quieren que el niño concurra a una escuela pública por su abúlica normatividad; tampoco que un profesor particular se haga cargo de él. En Estrella hay dos academias, una de danza y otra de canto. Un trío de solteronas decide ayudarlos económicamente para que David concurra a la academia de danza, a cargo de los Arroyo, un matrimonio singular: el esposo, Juan Sebastián, es un veterano profesor de piano; su joven mujer, Ana Magdalena, es una bailarina de belleza misteriosa que pronto impacta en Simón. Y en este entorno aparecerá un personaje siniestro, Dmitri, que irá adquiriendo fundamental relevancia en el desarrollo de la novela.

En esta nueva ciudad el aparente grupo primario que formaban los dos adultos y el niño se irá disolviendo. Y si bien la relación entre Simón e Inés nunca ha pasado de esa suerte de potestad compartida, ahora el delgado vínculo se desmorona y él decide vivir solo. La rutina del niño empezará a parecerse a la de un hijo de padres divorciados.

Cosas que no son ciertas

La infancia de Jesús fue recibida con comentarios encontrados por la crítica literaria. Duras opiniones que abarcaron un espectro protagonizado por figuras de la talla de Joyce Carol Oates, Antonio Muñoz Molina y José María Guelbenzu, o críticos de medios especializados como Los Angeles Times o The Guardian, cuestionaron duramente el giro que esa obra parecía proponer a los fieles lectores de Coetzee. Sin embargo es evidente la pertenencia de la novela al más legítimo mundo del autor de otros títulos mayores como Esperando a los bárbaros, Vida y época de Michael K., Foe o El maestro de San Petersburgo, y si bien no es su mejor libro, tampoco da muestras de la fatiga que a cierta altura aqueja a algunos escritores célebres.

Lo mismo ocurre con Los días de Jesús en la escuela: lo distópico recorre toda la novela, la estrategia narrativa se aleja del realismo melancólico y duro de los primeros textos de Coetzee, y una oscura alegoría lucha por emerger entre tantas situaciones y personajes ambiguos. El súbito crecimiento de David, su discurso por momentos abrumador y persecutorio, sus posturas intransigentes y volátiles arrinconan a los adultos, en particular a Simón, quien es objeto de reclamos cada vez más apremiantes por parte del niño. Entonces la pregunta que comienza a surgir es cómo conciliar el sesgo infantil de David con sus perentorias interrogantes, sin convertirlo en un verdadero monstruo. En ese juego de dimensiones desequilibradas, todo se transforma y se convierte en un espectáculo horroroso.

Nacimiento y muerte, el sexo y la pasión, la verdad y la mentira, obediencia y autodeterminación, son los temas que David va incorporando a su mundo interior y que trata de dilucidar pregunta tras pregunta lanzada a su confundido interlocutor. Y a cada respuesta, hay una devolución por parte del niño que intenta tirar por tierra los códigos del adulto. “Todo objeto del mundo está sometido a la aritmética. Todo objeto del universo, de hecho”, dice Simón. “Pero el agua no”, le contesta David. Las explicaciones de Simón son elementales, acaso buscando una comprensión que no logra. Sostiene que las pasiones son malas y el niño lo acribilla a porqués. “La lujuria es un problema que afecta a los adultos, hijo, (…) que pasan demasiado tiempo solos sin esposa ni novia. Es una especie de dolor, como un dolor de cabeza o un dolor de estómago. Y les hace tener fantasías. Les hace imaginarse cosas que no son ciertas”.

Segundas partes

En Novilla, David había aprendido a leer y a escribir gracias a una edición ilustrada del Quijote. Coetzee abre este nuevo libro con una frase de Cervantes, “Algunos dicen: nunca segundas partes fueron buenas”. Los días de Jesús en la escuela debe haber implicado un gran desafío para el sudafricano, dadas las incógnitas abiertas en la primera parte. ¿Cómo continuar la aventura de estos seres sin caer en cosa juzgada? ¿Cómo cerrar una peripecia que aludía a un contenido bíblico en el que, sin embargo, el Jesús del título nunca aparece en sus páginas? ¿Cómo sostener ese tono desangelado, en el que comparecen el aturdimiento de Simón, la desaprensión de Inés, los vaivenes y caprichos del pensamiento de un niño al que un día le diagnostican déficit cognoscitivo, y al otro capacidades superlativas? ¿Y cómo seguir explicando la existencia de ese mundo funesto en el que estas criaturas se mueven casi a ciegas, sin recordar quiénes fueron?

Coetzee arriesga, como es habitual en su obra. Se radicaliza en la confección narrativa de sus protagonistas: el niño crece y se hace cada vez más intolerable; Simón pierde día tras día las certezas con las que alguna vez se manejó en la vida; Inés se hace más etérea; los nuevos personajes son cada vez más complejos psicológicamente, hasta que un asesinato los devuelve a su simple y atroz carnalidad; las transacciones filosóficas que intentan explicar las razones del universo y de los seres que lo habitan parecen más esotéricas, hasta ir desde las delicias de la danza a los sinsentidos de la numerología. Y también se compromete con la escritura dejando instancias abiertas, allí donde la amplitud de lo simbólico necesariamente las debe permitir.

Las ambiciones del escritor son múltiples, tantas que por momentos lo arriman a cierto didactismo, emergente en las largas conversaciones que mantienen en particular Simón y Juan Sebastián, el dueño de la academia. Allí es donde Coetzee se empantana, ralentiza su relato, lo expone al desgaste de lo reiterado, como también había ocurrido en algunos tramos de La infancia de Jesús. No obstante es otro libro ineludible, que sigue llevando la firma de este notable narrador.

Los días de Jesús en la escuela, Literatura Random House, Barcelona, 2017, 255 páginas

 

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