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El truco de Borges

Hay muchos lugares comunes acerca de las pasiones argentinas más populares: Gardel, Maradona, Evita, el tango, el dulce de leche, el mate. A estas hay que agregarle el truco. Este juego de 40 naipes mereció la atención de Borges en dos textos: El poema “El truco”, incluido en Fervor de Buenos Aires (1923) y el ensayo breve “El truco”, publicado en el diario La Prensa el 1 de enero de 1928 —luego incorporado al repudiado El idioma de los argentinos (1928) y a la biografía Evaristo Carriego (1930). El truco es un juego ágil, apto para el hábil fingimiento, la oralidad creativa y la celebración comunal de lo lúdico ya que se juega de a dos, de a cuatro o de a seis. ¿Qué ve Borges en él?

En el primer verso del poema, ya anticipa su óptica al respecto: “Cuarenta naipes han desplazado la vida”. La idea de la creación de una realidad alternativa —como si el truco fuera “literario”— es un pilar de la poética del Borges que asoma en este primer libro de poemas. Los “talismanes de cartón” (v. 2), las cartas, crean por arte de magia un paréntesis donde se establece una “mitología casera” (v. 7), frase que demuestra la importancia de lo local en esta etapa de la obra borgeana. ¿Cuál es el efecto de este congelamiento?: “La vida de los otros se detiene” (v. 9) y este paréntesis crea un nuevo territorio —otra idea afín a lo borgeano. Aquí la voz poética va a dar datos sobre la mecánica del juego: el envido, el quiero, la autoridad del as de espadas —“como don Juan Manuel, omnipotente”, v. 11, dice Borges y la referencia política a Rosas no es gratuita— y la feliz imagen del siete de oros, tal vez la carta más bella de la baraja, “tintineando esperanzas” (v. 12). Ya hacia el final aparece el tema que, para Borges, condensa el juego: los jugadores, las palabras, el truco, la escena, se repiten en una especie de eterno retorno y esto resucita “a las generaciones de los mayores/que legaron al tiempo de Buenos Aires/los mismos versos y las mismas diabluras” (vs. 20-22).

En el ensayo Borges se explaya sobre su idea del truco en toda su simbólica expresión. Las “morondangas de cartón”, las “pinturitas” encierran en su número un juego “mágico”, “desaforado” cuyo vértigo parecería desdibujar a los mismos jugadores. Borges juega al misterio, porque el truco es misterioso: no se sabe qué va a salir; no se sabe cuál será la combinación de números. Y entonces aparece el detalle: ¿qué hace del truco algo significativo? Primero, la idea de que somos otros al jugar: “los jugadores se aligeran del yo habitual”. Luego, el manejo del idioma, casi privado, hecho de marchas y contramarchas: “mencionar uno de los lances del truco es empeñarse en él” —las escalas del truco: envido-envido-real envido-falta envido; truco-quiero retruco-quiero vale 4 trabajan sobre el desafío de subir la apuesta incesantemente. Por eso el lenguaje del truco está lleno de eufemismos que ocultan (quiebro por quiero/envite por envido/olorosa por flor). Así, dice Borges, el truco es memorioso y también buen cantor. Por último, la virtud máxima del truco: saber mentir, la “potenciación del engaño” que depende de las palabras y el semblante del jugador y por eso en la lentitud conversadora está “la superposición de caretas”. A manera de ilustración, Borges acude al chiste de Mosche y Daniel quienes se encuentran en la llanura de Rusia.

—¿Adónde vas, Daniel? —dijo el uno.

—A Sebastopol, dijo el otro.

Entonces Mosche lo miró fijo y dictaminó:

—Mientes, Daniel. Me respondes que vas a Sebastopol para que yo piense que vas a Nijni-Novgórod, pero lo cierto es que vas realmente a Sebastopol. ¡Mientes, Daniel! (Carlos García repara en la posible conexión con Freud, http://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/diciembre_04/20122004.htm)

En estos textos tempranos Borges comienza a articular el tema que más lo obsesionará: el tiempo. Los párrafos finales del artículo sirven para repetir las ideas del poema (como si solo se pudiera repetir y, al hacerlo, crear). El truco es un “alucinado mundito”, que, aunque pobre, es cuidado por sus jugadores “como a un fuego”. Pensar al truco fuera de su contexto local, pide Borges. Y repara en la “pobreza” del truco, porque el juego se repite y los jugadores repiten dichos y hechos añejos. Este énfasis en lo temporal guiará a Borges en su Historia de la eternidad (1936) y en su articulación más acabada sobre el tema: “Nueva refutación del tiempo” (1947). Borges dice que a partir del truco nos hemos acercado a la metafísica y concluye su artículo diciendo que “el tiempo es una ficción”; diecisiete años después declara, resignado: “El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”. Yo tengo para mí que, también en una escena repetida, puso punto final, se acercó al fueguito, y sintió el calor de un siete de oros en su mano.

 

Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches, “Historia del pescador y el efrit”.

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