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Don´t cry for me, América

La relación de los escritores argentinos con los Estados Unidos es fecunda y no menos compleja. En el siglo XIX, Domingo Faustino Sarmiento encuentra aquí una respuesta interesante a aquella civilización confrontada con la barbarie, un proyecto de país que sea una variante cultural al acostumbrado interés por Francia. Como todavía se recuerda en los colegios argentinos, Sarmiento trajo a un grupo de maestras (Miss Mary Graham & Company) para formar un sistema educativo laico, de calidad y público.

Durante el siglo XX el número de autores aumenta: en los campus norteamericanos descubren un ámbito propicio, ya sea por el prestigio que significa trabajar en Harvard o Columbia, como por el dinero que pueden conseguir para sus investigaciones, o el tiempo libre que les deja la vida académica para escribir obras de ficción. Pero hay algo más importante: logran trabajar con una libertad que lentamente se aleja de la Argentina debido a los sucesivos gobiernos militares.

Enrique Anderson Imbert, Marta Traba, Luisa Valenzuela, Héctor Libertella, Sylvia Molloy, Tomás Eloy Martínez, Ricardo Piglia y muchísimos otros vivieron en Estados Unidos. Sobre ellos sobrevuela la figura de Borges, que tanto lo obsesionó la ética protestante mientras leía a Poe y Whitman, y se ganó la vida dando conferencias, escribió sus memorias en inglés para The New Yorker, recibió innumerables Doctor Honoris Causa y aprendió una inolvidable lección: dejar a un lado su viejo racismo por los negros.

Ya adentrándonos en los tiempos de Donald Trump, las causas de la emigración a los Estados Unidos han cambiado. Si bien por razones sanguíneas muchos todavía prefieren irse a Europa, un gran número de argentinos sigue escogiendo Estados Unidos como escape a las continuas crisis de nuestro país. Los motivos de la emigración son siempre demasiado personales: persecuciones políticas, vaivenes económicos, inseguridad, tolerancia sexual, o simplemente la búsqueda de esa ansiada estabilidad que nuestro país no puede ofrecer. Hoy en día, aquellos que llegaron con alguna preparación literaria han encontrado refugio en las universidades americanas, que ofrecen un vasto abanico de posibilidades: trabajar y vivir de la literatura. Pero también muchos se han formado aquí mismo, en los escasos, pero eficientes talleres literarios que se ofrecen a lo largo de esta Nación llena de contradicciones y que, al mismo tiempo, brinda confort, trabajo y libertad para crear.

Viendo los temas de esta antología, uno se da cuenta que la relación con el país de origen es una constante, a veces es una visión con nostalgia, otras, con recelo, pero siempre con un ojo analítico y otro de añoranza. Esos sentimientos encontrados sirven como caldo de cultivo para una mirada introspectiva, una mirada psicoanalítica que nos lleva a un pasado perdido, y a un presente de pesares. El emigrante paga un precio muy alto al partir, y lo sigue pagando en el exilio, en la vuelta, en las tradiciones a las que nos queremos aferrar en un intento ficticio de mantenernos en un estado atemporal suspendido en los océanos que nos separan. El desarraigo se hace inevitable.

Toda antología es injusta; Don’t cry for me, América no escapa a esa regla. Algunos dirán que falta algún que otro autor. Y es verdad, pero al mismo tiempo, los escritores convocados nos demuestran con creces que el compromiso de una literatura argentina en el exilio, en el desarraigo, es posible y latente. Como toda la escritura en español en los Estados Unidos, estos textos ofrecen una honestidad brutal sobre los miedos del presente, las dudas del pasado, y las inclemencias del futuro. Se forja una identidad nueva a partir de la vieja, a partir de la alienación y de las esperanzas de un futuro mejor. Pese a Trump y la persecución a los hispanos, la tradición continúa en buena forma. Este libro es el mejor pasaporte.

                                                            Fernando Olszanski – Hernán Vera Álvarez,

                                                                     Chicago-Miami, marzo 11, 2020.

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